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Réspice Petro

¿Cuál es la doctrina de Petro en materia de diplomacia? ¿Acaso se trata de una “diplomacia tuitera” de la que ya se ha comenzado a hablar en el país?

Los teóricos de la diplomacia en Colombia, a la hora de interpretar la política exterior del país durante el Siglo XX, le dieron mucha importancia al debate entre dos doctrinas: la del Réspice polum y la del Réspice similia.

La primera expresión la acuñó, en 1914, el presidente Marco Fidel Suárez, para explicar la necesidad de “mirar a la estrella del norte” en referencia a las relaciones que se debían remendar con Estados Unidos luego de los quebrantos sufridos por la separación de Panamá. Y esa doctrina reinó, incluso, hasta entrado el Siglo XXI, con contadas excepciones en uno que otro gobierno. Y la segunda expresión, la acuñó mucho tiempo después, en los años 70, el presidente Alfonso López Michelsen con el propósito de hacerle contrapeso a esa visión de diplomacia subordinada a Washington para indicar que la política exterior de Colombia debía inspirarse en la doctrina de “mirar a los semejantes” (Réspice similia) y priorizar la diplomacia con América Latina.

Esa ayuda de memoria viene a cuento ahora que Gustavo Petro está cumpliendo ocho meses como Presidente de Colombia y cabe preguntarse ¿cuál es su doctrina en materia de diplomacia? ¿Acaso se trata de una “diplomacia tuitera” de la que ya se ha comenzado a hablar en el país? ¿O tal vez habrá que acuñar alguna otra expresión del latín para bautizar una política exterior construida –si cabe la palabra– alrededor de la figura del presidente? ¿Quizás Réspice Petro?

Veamos algunos de los rasgos protuberantes de su política exterior. En primer lugar, es evidente que a Petro parece importarle poco el papel que pueden jugar los embajadores en la defensa de los intereses de Colombia. Son varios los nombramientos que han provocado profundo malestar en la opinión. Algunos por tratarse de personajes con precaria o nula experiencia profesional, que no cumplen los requisitos de la diplomacia y han mostrado ciertos deslices éticos. Es el caso de Sebastián Guanumen, nombrado cónsul en Chile, cuyo mérito ha sido manipular en las redes sociales para acabar con el prestigio de los contendores políticos de Petro. O Moisés Ninco Daza, nombrado como embajador de Colombia en México, también conocido por hacer campañas de descrédito en las redes. Otros nombramientos, aún más polémicos, son los de quienes tienen líos abiertos con la justicia, como Armando Benedetti, ahora embajador en Venezuela, que tiene pendientes en la Fiscalía, o León Fredy Muñoz, en Nicaragua, investigado por transportar cocaína.

No deja de ser curioso que justo esos cuatro nombramientos se hayan dado en países donde los presidentes son amigos de Petro. ¿Será que otros gobiernos les habrían dado el beneplácito a estas joyas? Lo cierto es que la promesa de Petro de fortalecer la carrera diplomática se ha quedado enredada en el alambrado de la retórica. El Gobierno ha tomado decisiones tan polémicas que funcionarios de carrera han interpuesto 22 demandas. Y el presidente de la Cámara de Representantes, un petrista purasangre, incluso mandó carta al canciller Álvaro Leyva exigiendo respeto.

Un segundo rasgo de la política exterior, es que se ha notado cierto afán de protagonismo personal de Petro en la escena internacional. Por ejemplo, el presidente ha decidido asumir un papel de validador de las decisiones de países vecinos, que por supuesto nadie le ha pedido.

Ante el rechazo contundente de los chilenos a una nueva Constitución, lo que significó una derrota para el presidente Boric, puso un trino diciendo “Revivió Pinochet”. Poco le importó a Petro que fuera la elección libre del pueblo chileno en un proceso que se dio con reglas de juego claras y en un transparente ejercicio democrático, le interesaba simplemente darle una palmadita en la espalda a su amigo Boric.

En Perú, Petro también metió la nariz, cuando el Congreso destituyó a Pedro Castillo, luego de que este intentó disolver el legislativo, una institución fundamental en la democracia. El presidente colombiano quedó defendiendo un procedimiento que incluso la CIDH calificó de atentado a la democracia.

Petro también se abstuvo de condenar en la OEA a Nicaragua por la persecución del dictador Daniel Ortega a sus opositores políticos y también apareció firmando una carta de respaldo a la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, en la que catalogó como “persecución judicial” el hecho de que fuera acusada por asociación ilícita y administración fraudulenta de fondos públicos.

Preocupa que las posiciones que ha defendido el mandatario colombiano tienden a favorecer a gobernantes o situaciones antidemocráticas. Como si tratara de validar en la región a gobiernos tiránicos y fortalecer figuras que tienen líos con la justicia o atentan contra la democracia. En cuanto a Venezuela, el esfuerzo de Petro por revivir las relaciones diplomáticas sin duda es un propósito útil y necesario. Sin embargo, llaman poderosamente la atención sus continuas visitas al dictador Nicolás Maduro. ¿Por qué cuatro visitas a Venezuela? ¿Por qué ha sido Petro quien lo ha visitado y no viceversa? ¿Es solo un diálogo comercial o qué tanto tiene para aprenderle a Maduro?

Punto aparte merece la ‘diplomacia tuitera’ que ha decidido acentuar con el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en quien ha encontrado una suerte de sparring mediático. Además de titulares, ¿qué gana el país con las peleas entre Petro y Bukele? ¿O será que el único que está sacando partido es Gustavo Petro? .

 

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