Ricardo Bada: Cinco estampas de noviembre
8.11.1519: 500 años de la llegada de Hernán Cortés a Tenochtitlan
No soy para nada amigo de los futuribles, pero hay ocasiones en que no logra uno escapar a su seducción. Y así, hace un tiempo me pregunté qué habría sucedido si Francisco Pizarro hubiese sido el conquistador del imperio azteca, y Hernán Cortés el de los incas.
Pizarro era hijo natural, fue porquerizo siendo chamaco, nunca aprendió a leer y, de hecho, los memoriales que dirigía al rey Carlos I de Castilla se los dictaba a un amanuense: su final no pudo ser más sangriento ni vil, lo remataron sus rivales españoles en Lima.
Cortés era de familia hidalga y a los 14 años su padre lo envió a Salamanca para que se fuese preparando de cara al estudio de la carrera de Leyes, pero su ánimo aventurero le indujo a abandonar los estudios y querer buscar fortuna en las Indias. Después de conquistar todo un imperio en México, regresó a España y fue a morir en Castilleja de la Cuesta, teniendo a la vista, desde esa altura, todo el llano donde se extendía la más boyante ciudad de España en aquellos tiempos: Sevilla, cruzada por un Guadalquivir densamente poblado de galeones que traían el oro y la plata de allende los mares.
Me gusta pensar que esa vista de Sevilla, desde lo alto de la cuesta, le haría recordar su llegada al alto de la pirámide desde el cual divisó por primera vez en toda su extensión y esplendor la ciudad de Tenochtitlan, y creo, con Christian Duverger, el centroamericanista francés, que él fue el autor de la prodigiosa crónica atribuida a Bernal Díaz del Castillo.
Es un momento mágico el que registró en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: “Desque subimos a lo alto del gran cu, en una placeta que arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios y en ellos puestas unas grandes piedras, adonde ponían los tristes indios para sacrificar. […] Y de allí vimos las tres calzadas que entran en México, que es la de Istapalapa, que fue por la que entramos cuatro días había; y la de Tacuba, que fue por donde después salimos huyendo la noche de nuestro gran desbarate, cuando Cuelavaca, nuevo señor, nos echó de la cibdad, como adelante diremos; y la de Tepeaquilla. Y víamos el agua dulce que venía de Chapultepeque, de que se proveía la cibdad, y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenían hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra. E víamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas venían con bastimentos e otras que volvían con cargas y mercaderías. E víamos que cada casa de aquella gran cibdad y de todas las más cibdades que estaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenían hechas de madera o en canoas. Y víamos en aquellas cibdades cúes y adoratorios a manera de torres e fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas; e en las calzadas, otras torrecillas e adoratorios que eran como fortalezas. Y después de bien mirado y considerado todo lo que habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella había, unos comprando e otros vendiendo, que solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí había sonaba más que de una legua. E entre nosotros hobo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, e en Constantinopla e en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña e llena de tanta gente no la habían visto”.
Pizarro no hubiese sido capaz de dictarle semejante maravilla a un amanuense. El Destino supo lo que hacía, al mandar a Cortés a México.
9.11.1989 : 30 años de la caída del muro de Berlín
El 9.11.1989 cayó el muro de Berlín, después de varias semanas durante las cuales la población de la RDA se echó a la calle al grito de «Wir sind das Volk! [¡Nosotros somos el pueblo!]», y le movieron el piso a Honecker y Cía. Y escribo Compañía en su abreviatura, Cía, porque luego a los mejores de la Stasi, de la poliCía secreta de la RDA, los reclutó la CIA. “Sorpresas te da la vida”, como arguyó un filósofo panameño.
Lo que yo recuerdo, y no se me borra de la pizarra de la memoria, es que en 1999, en ocasión del 10.° aniversario de la inesperada efeméride, se celebró una sesión especial en el Bundestag (el Parlamento federal) de la Alemania unificada, y fueron otros quienes hablaron: por ejemplo, los que se empeñaron durante años y años en que Erich Honecker, el capitoste de la RDA, visitase oficialmente la República Federal de Alemania, y se salieron con la suya y lo recibieron con honores militares, que yo lo vi, en el aeropuerto de Bonn. Con alfombra roja, que es color de protocolo y le iba muy bien al color de la ideología de Honecker.
La lista de oradores en aquella sesión solemne del Bundestag, con motivo del 10.° aniversario, demostró una vez más que los políticos alemanes carecen de neuronas para el pensamiento histórico y son aspirantes a campeones mundiales en la carrera de relevos del olvido. Una carrera donde lo esencial es no entregar el testigo.
Viéndolo así, ¡qué pena que la población de la RDA no echase abajo el muro dos días después! Sí, hubieran debido echarlo abajo el once de noviembre. Porque el día 11 del mes 11 es en los calendarios alemanes el día en que oficialmente comienza el Carnaval. ¿Habría que adelantarlo en el futuro al día 9?, me pregunté entonces, y lo hice además en público, a través de los micrófonos de la Radio Deutsche Welle, emisora que aunque se financia con dinero fiscal no está al servicio del gobierno de turno. De todos modos, mi pregunta cayó en el vacío.
Pero mi texto era tan vitriólico que el redactor jefe me llamó a su despacho después de la transmisión y me pidió que lo revisara y le quitase un poco de mordiente en la segunda edición. Lo hice. A regañadientes, pero lo hice, sobre todo porque ya lo había dicho en voz alta por el micrófono media hora antes, y hay palabras que no se las lleva el viento. Son las que he transcrito literalmente más arriba.
En lo personal, la caída del muro y la posterior unificación alemana me depararon un par de experiencias inolvidables. Una de ellas durante el festival de cine de Berlín, en febrero de 1990, cuando en compañía de la escritora argentina Esther Andradi, berlinesa de residencia, acudimos a la Puerta de Brandeburgo y de repente sentí la necesidad de auparme a la cresta del muro y unirme a la fiesta que tenía lugar allí. Tendí las manos hacia arriba y un par de manos me izaron a aquella mole que durante 28 años, dos meses y 27 días dividió Berlín, Alemania y Europa. Fue uno de los instantes más felices de mi vida. La fotografía que me tomó Esther documenta mi júbilo.
10.11.1944 : 75 años de la ejecución de los Edelweisspiraten en Colonia
Los Edelweisspiraten [Los piratas del Edelweiss] fueron uno de los pocos grupos sociales alemanes que se enfrentaron a los nazis. Eran una especie de hippies prematuros que no querían de ningún modo integrarse en las Juventudes Hitlerianas, cuya ideología les repugnaba. Ellos entendían la vida como un picnic y los jóvenes nazis como un vivac militar. A los piratas los venero, y en Colonia, donde vivo, son los héroes de la resistencia a la barbarie parda.
Acusados de los delitos de desmoralización militar, derrotismo, debilitamiento de la comunidad nacional alemana y resistencia contra la Gestapo, o de traición a la patria y alta traición, muchos de los ellos terminaron ejecutados. Una placa conmemorativa lo recuerda en la Schönsteinstraße de esta ciudad: “El 25.10.1944 fueron ahorcados aquí en público, por la Gestapo y las SS, once ciudadanos de Polonia y la Unión Soviética deportados a Alemania para trabajos forzados, y el 10.11.1944 trece alemanes, entre ellos jóvenes piratas del Edelweiss [del barrio] de Ehrenfeld así como otros luchadores contra la guerra y el terror”.
Quienes se libraron de la soga del verdugo fueron enviados a la primera línea de fuego en el frente oriental o a la Marina de guerra, o bien a la limpieza de campos minados, yendo en hilera agarrados de las manos; es decir: fueron enviados a una muerte segura.
Al terminar la guerra se tardó mucho tiempo en rehabilitarlos, se les ninguneó de la manera más cristiano–demócrata que imaginarse pueda. Eran testimonios incómodos de la cobardía y el acomodo del resto de la población con el régimen nazi. Pero al fin se impuso la verdad histórica y ocupan desde 2005 el puesto de honor que se merecen en la historia milenaria de su ciudad. Tres de ellos, además, son honrados en Israel, en Yad Vashem, como “justos entre las naciones”, por haber escondido y salvado la vida de unos judíos, arriesgando en ello sus propias vidas.
El 21.6.2016, a sus 92 años, y en pleno uso de sus facultades mentales, falleció en Colonia la última superviviente de los piratas colonienses del Edelweiss, la valerosa Gertrud Koch.
Cuánta falta hace hoy en día el espírítu de una gente como ellos, pero ese es uno de los pocos aspectos de la vida cotidiana que enfrento con fe. Sé que en México, por ejemplo, son muy distintas las prioridades, pero al menos acá en Alemania, en Suecia, en España, en muchos países de este viejo continente, buena parte de la juventud lo está convirtiendo en un nuevo contenido. Acá se pelea, hasta contra la policía, y muchas veces con éxito, por la salvación de un bosque, por la reducción de las emisiones de monóxido de carbono, y contra toda clase de amenazas a la vida y a la intimidad (Scarfacebook, como yo la llamo, no tiene mayores enemigos que la juventud y la Justicia, y hasta la política, alemanas).
16.11.1969 : 50 años de darse a conocer la masacre de My Lai en Vietnam
Kurt Tucholsky, el gran escritor alemán del período de entreguerras, lo dejó dicho de manera paradigmática y taxativa: “Los soldados son asesinos”. Y la Justicia alemana terminó por darle la razón, en una sentencia histórica. Lo sucedido en My Lai, Vietnam, hace 50 años, es una prueba más del veredicto de Tucholsky.
El 16.3.1968, en la aldea de My Lai, 504 personas (entre ellos ancianos, mujeres y niños) fueron masacrados por una soldadesca gringa al mando del teniente William Calley: tan sólo la enérgica intervención de un helicóptero de combate, amenazando con disparar desde el aire contra los soldados del pelotón asesino, pudo salvar la vida de 11 mujeres y niños.
Desde el primer momento, los altos mandos militares trataron de echar tierra y de restarle importancia a semejante crimen de guerra. El capitán Ernest Medina, responsable directo de la patrulla, calificó cínicamente el operativo como “Excursión a Pinkville [Villa Rosa]”.
La versión oficial fue que en el curso de una expedición dizque punitiva, aunque en ella no dieron muerte ni a un solo vietcong, perdieron la vida, “inintencionadamente”, 20 civiles.
Lo que luego se empezó a llamar “daños colaterales”.
Pero la verdad comenzó a abrirse paso. Un veterano de guerra que había oído hablar de la masacre, escribió en ese sentido a varios miembros de la Cámara de Representantes y al general Westmoreland, bajo cuyo comando superior estuvieron las tropas gringas en la guerra de Vietnam. El Pentágono tuvo que reaccionar y en el mes de septiembre se abrió un sumario contra el teniente Calley.
Sabido es que las muelas de la Justicia muelen despacio, así es que nunca se podrá saber en qué habría terminado el proceso si el tema no hubiera despertado la atención del periodista investigativo Seymour Hersh, el lobo solitario de la gran prensa estadunidense. Se puso en acción, llegando a entrevistar incluso al propio teniente Calley, y al cabo de sus minuciosas pesquisas pergeñó una crónica que ofreció a los principales medios de difusión, siendo rechazada por todos ellos. Tuvo que publicarla en una agencia menor, Dispatch News Service, el 16.11.1969, pero el impacto público fue tan impresionante que pronto se hicieron eco las todopoderosas Time, Newsweek y Life. Y esa crónica de Hersh consiguió en 1970 el Premio Pulitzer, el más importante que se concede en Estados Unidos a tales trabajos.
Calley fue juzgado y se le consideró culpable, siendo condenado el 31.3.1971 a cadena perpetua, pena que el presidente Richard Nixon conmutó al día siguiente por la de arresto domiciliario, que le fue levantada por completo en 1974.
Anque la publicación de la crónica de Hersh le hizo dar un giro de 180º a la opinión pública norteamericana con respecto a la guerra en Vietnam, esa misma opinión pública clamó luego contra la sentencia, e incluso varios gobernadores estatales reaccionaron públicamente a favor del teniente condenado. Quizá no esté de más recordar que el futuro presidente Jimmy Carter, a la sazón gobernador de Georgia, exhortó a sus conciudadanos a viajar durante una semana con las luces de sus autos prendidas en señal de solidaridad con William Calley. Sospecho que su conducta de entonces, honrando así a un criminal de guerra, no se tomó en cuenta cuando a Carter le concedieron en el 2002 el Premio Nobel de la Paz.
17.11.1869 : 150 años de la apertura del canal de Suez
Hasta el 17.2.1867, los barcos que hacían el comercio de España, Gran Bretaña, Francia y los Países Bajos con sus colonias en Asia y el Pacífico, debían emprender la fatigosa ruta del rodeo de África, bajando el Atlántico hasta el cabo de las Tormentas, o dizque de Buena Esperanza, para luego internarse en el Índico. A partir de dicha fecha, la ruta se acortó en miles de km gracias a la apertura del canal de Suez, entre el Mediterráneo y el Mar Rojo, proyecto que ya estaba en la mente de los faraones en el siglo XIX a.d.C. Pero la obra en verdad faraónica no se llevó a cabo sino en el siglo XIX de nuestra Era, gracias al empeño del ingeniero francés Ferdinand de Lesseps.
75 millones de m³ de tierra fueron removidos a costa de unas 125 000 víctimas humanas, para hacer posible esa nueva vía de agua inaugurada oficialmente el 17.11.1869, hace pues 150 años. La ceremonia tuvo lugar en presencia de la emperatriz francesa, la española Eugenia de Montijo, subrayando subliminalmente que el país más beneficiado por el canal era España, todavía dueña de las Filipinas.
El canal de Suez era, y sigue siendo, una de las obras más importantes de la ingeniería humana y su construcción fue en gran parte posible por la invención de la draga de cangilones para cavar a lo largo de la península del Sinaí. Pero además de su importancia como obra de ingeniería, lo fue también desde el punto de vista geopolítico: en especial desde 1875, cuando el primer ministro británico Disraeli, con un cuantioso préstamo de los Rothschild, compró el paquete de acciones del Gran Jedive, endeudado hasta las cejas, e Inglaterra se hizo con el control del canal.
En relación con su inauguración se dice que el Gran Jedive le hizo a Verdi el encargo de escribir una ópera para la ocasión. No es cierto. Sólo le pidió una oda, lo cual Verdi rechazó alegando que no escribía “música de ocasión”. Pero empezó a pensar en componer una ópera, y apenas tuvo un libreto adecuado puso manos a la obra, aunque el estreno de su Aida hubo de posponerse hasta el 24.12.1872 a causa de la guerra franco–prusiana de 1870.
Mucho se ha escrito acerca de esta ópera, pero hay una historia poco conocida y que viene a cuento cuando acabamos de celebrar los 30 años de la caída del muro de Berlín; Aida estuvo prohibida en la RDA a partir de la construcción del muro. Debe recordarse que Aida y Radamés, los protagonistas de la ópera, mueren emparedados al final de la misma. Y ocurre que el verbo “emparedar” en alemán es “einmauern”, en cuya composición se encuentra el sustantivo “Mauer [=muro]”. El motivo de la prohibición no puede ser más retorcido, pero así de tortuosos son los caminos de la censura.
Ricardo Bada
Escritor y periodista, residente en Alemania desde 1963. Editor en ese país de la obra periodística de García Márquez y los libros de viaje de Cela, y autor de Don Enrique, la única antología integral en castellano de la obra de Heinrich Böll.