Ricardo Bada: La Historia a cuentagotas
Hay quienes sólo pueden pensar la Historia en grandes dimensiones. Pero también hay quienes la paladeamos “a pequeñas diócesis”, como decía aquel camarero de La del manojo de rosas, al que por lo aparentemente sabio de su idioma llamaban el Espasa, en alusión a la célebre Enciclopedia. Lo que sigue son unas cuarenta instantáneas que no alcanzan a ser, como en el libro de Stefan Zweig, momentos estelares de la Humanidad, pero la iluminan mucho. Casi a giorno.
Cortesano esperando ser nombrado embajador: Sire, ya sé español.
Luis xiv: Te felicito, ahora podrás saborear el Quijote en el original.
En Madrid, a un mendigo: –¿No le da vergüenza practicar este oficio infame pudiendo trabajar?
Mendigo: –Señor mío, os he pedido dinero, no consejos.
(Recogido por Voltaire en su Diccionario Filosófico)
La emperatriz Eugenia en favor de un obrero: ¿Con seis hijos y una mujer que alimentar podía tener tiempo este pobre hombre para conspirar?
Lord Palmerston sobre el embajador de Napoleón iii en Londres: “Ese hombre miente hasta cuando no dice nada.”
Isabel i: Esta casa es pequeña para un hombre como vos.
Bacon: Señora, no es culpa mía su v. m. me ha hecho demasiado grande para mi casa.
En la historia de la tauromaquia, como en cualquier otra, se han dicho frases para la Historia. Una de Juan Belmonte podría ser de Séneca.
López de Ayala, tras una gran faena de Belmonte: “Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza.”
Juan Belmonte: “Se hará lo que se pueda, don Ramón.”
Victor Hugo recibió una carta desde América, dirigida “Al más grande poeta de Francia. París.” Sin abrirla, resolvió mandársela a Lamartine.
1929, rebelión en España contra el dictador Primo de Rivera.
El juez a Sánchez Guerra: ¿Con quién contaba usted para la sublevación?
Sánchez Guerra: Malograda, con nadie; este lance me ha producido un fenómeno de amnesia que no me permite recordar ningún nombre.
Soldado espartano: –Son tantos los persas que sus flechas forman una nube que oculta el sol. Leonidas: –Mejor, así pelearemos a la sombra.
Salía él de un estreno teatral y una joven dijo: “¡Mira, mamá, Martínez de la Rosa!”
Y él: “Sólo Martínez, señorita; la rosa… es usted.”
Campoamor, dizque librepensador y heterodoxo, argumentó al ser sorprendido saliendo de una iglesia: “Entre oír misa y oír a mi mujer…”
Dionisio i, tirano de Siracusa, le leyó unos versos a Filoxeno y el poeta le dijo que eran abominables. El tirano lo mandó encarcelar.
Al día siguiente lo mandó traer a su presencia y le leyó otros. Al terminar, Filoxeno dijo a los guardias: “Volvedme a la cárcel.”
Amiel, a una de sus enfermeras: “¿Cómo haré para morir bien? No hay experiencia para ello, hay que improvisarlo, ¡y es tan difícil!”
El Papa Sixto v, 1521-1590: “Canonizaría sin inconveniente alguno a la mujer cuyo marido nunca se hubiera quejado de ella.”
Carlos iii de España al saber la muerte de su esposa:
“Este es el primer disgusto que me ha dado en veintidós años de matrimonio.”
El poeta Jean Daurat al rey francés Carlos ix que le preguntó por qué desposaba tan viejo a una jovencita: “Señor, es una licencia poética.”
Erasmo al saber de la boda de Lutero: “Se creyó que la empresa de Lutero era una tragedia, pero resultó comedia, pues terminó en casorio.”
El presidente Abraham Lincoln, negándose a firmar la sentencia de muerte de veinticuatro desertores durante la Guerra de secesión:
“Señor general, ya hay bastantes mujeres que lloran en Estados Unidos. No me pida usted que aumente su número, porque no lo haré.”
La emperatriz Eugenia le preguntó a Ventura de la Vega si también tuvo “relaciones” con cierta dama, y él contestó muy digno y caballeroso: “Señora, por no singularizarme.”
La esposa de Leonidas al persa que le preguntó por qué en Lacedemonia trataban tan bien a las mujeres: “Sólo ellas saben hacer hombres.”
Carlos v a Tiziano, contemplando el tercero de sus retratos hechos por el pintor: “¡Es la tercera vez que me hacéis inmortal!”
Federico el Grande, de Prusia, a su médico: “Con franqueza, doctor, ¿cuántos muertos habréis hecho durante vuestra vida?”
El médico, sabiendo que el rey apreciaba las respuestas sin pelos en la lengua: “Señor, unos trescientos mil menos que Vuestra Majestad.”
Silvela: “Tened caridad al juzgar el único acto del que me siento culpable; haber tardado en declarar a mi país que no sirvo para gobernar.”
Goya a Vicente López, que iba a retocar su retrato: “¡Vicente, no des ni una pincelada más! Si me prometes hacerlo así, te enseño a torear.”
En el siglo xi se conocía la visita conyugal, pero era prepago, según leo en la Historia de Inglaterra, de André Maurois:
El noble Hugo de Neville era prisionero de Guillermo i, y su esposa le dio al Rey 200 libras por el permiso de acostarse con su marido.
Gerard de Nerval cuando Victor Hugo lo acusó de no tener religión: “Tengo diecisiete, y ni aún así estoy seguro.”
Lucas Giordano, pintor famoso por su rapidez: “Voy enseguida; ya he pintado el Cristo y no me falta más que pintar los doce Apóstoles.”
El Duque de Osuna a su esposa, antes de besar un pecho de santa Ágata conservado como reliquia en Palermo: “Con vuestro permiso, señora.”
El sabio suizo Haller controlándose el pulso en su agonía: “La arteria late… La arteria late todavía… La arteria ha dejado…de lat…”
Bioy Casares a un Borges enamorado y desorientado: “Hay mujeres que van a la cama diciendo no; señalarles la contradicción sería una tontería.”
Un día en Londres, en el comedor del University College, Gandhi se sentó a la mesa del profesor Peters, quien le odiaba cordialmente.
Peters: “Mr. Gandhi, un puerco y un pájaro no se sientan a comer juntos.”
Gandhi: “Tranquilo, profesor, me voy volando.” Y cambió de mesa.
Einstein tocó el violín ante el chelista Piatgorsky. “¿Toqué bien?”, le preguntó.
“Relativamente bien”, le contestó el músico.
Grafiti fascista, Madrid 1978: “Hay que matar al cerdo de Carrillo.”
Réplica anarquista: “Carrillo, te quieren matar el cerdo.”
El mariscal Tito y su esposa invitaron a Simone Signoret e Yves Montand a visitarlos en su villa, en las afueras de Belgrado.
La anfitriona: “¡Es maravilloso, me siento como en el cine!”
Signoret: “¡Y nosotros también, es como en el Noticiero!”
Katherine Hepburn (1907-2003): “Cuanto más se envejece más se parece el pastel de cumpleaños a un desfile de antorchas.”
Siglo xix, un viejo andaluz a George Borrow, primer predicador evangélico en España: –Don Jorge, si no creemos en la nuestra, la única religión verdadera, ¿cómo vamos a creer en la suya?
Una diputada del partido antisistema Los Piratas en un Parlamento regional alemán: “¡Cielos! Un teleobjetivo gigantesco, y yo sin maquillar.”
Álvaro Mutis a una niña que quería postre de helado después de un almuerzo en la Residencia de Estudiantes, en Madrid: “¿Helado? ¡El último que pidió helado aquí fue García Lorca y lo fusilaron! ¡Vámonos!”
(Testigo presencial, entre otros: el autor de esta recopilación)