Ricardo Bada: Manejar como turco
En mi columna del 9-1-2009, “Discriminadores del mundo entero, unámonos”, me referí a los prejuicios nacionales articulados a través del idioma, expresiones como “hacerse el sueco”, “despedirse a la francesa”, “trabajar como un chino”, “beber como un cosaco”, “esto parece una merienda de negros”, “celoso como un moro”, etc.
Dije entonces que, si vale aquello de vox populi, vox Dei, no nos debemos llamar a engaño: un prejuicio formulado así es algo que por regla general lo da a luz el pueblo, incluso puede que con dolor. Es una especie de telegrama donde se resume una experiencia histórica. Insisto ahora en el tema al recordar que durante unas vacaciones en Holanda me encontré una mañana, leyendo el diario, con que un ciudadano turco residente en los Países Bajos había presentado una denuncia a la policía arguyendo discriminación a causa de la expresión “manejar como un turco”. Y aunque la policía quiso escaquearse del tema, el defensor del Pueblo, el ombudsman, la obligó a aceptarla. Sea como fuere, no entendí esa denuncia del turco entre neerlandeses a causa de la citada expresión. Estoy dispuesto a apostar mi única corbata de Armani a que en el idioma turco también tienen que existir expresiones equivalentes, y asimismo usadas por ese turco, sólo que allí la discriminación debe articularse contra los cruzados (=los cristianos occidentales), los bizantinos (=los griegos) y los bárbaros (=los rusos). Es más, me atrevo incluso a pensar que, al igual que en el Reyno Desunido de la Ex Gran España hay chistes de gallegos, de vascos, de andaluces y de catalanes, y al igual que también en Colombia los hay de pastusos, de cachacos, de paisas y de costeños, en Turquía debe haberlos de anatolios, de kurdos y de armenios.
Hoy, como en mi columna de hace más de siete años, me pregunto por qué no aprendemos de lo elegantes y sutiles a la hora de discriminar que son los cineastas indios, generalmente hindúes o budistas: en sus films, los papeles de prostituta y villano siempre corresponden a personajes cristianos, de ese modo no es necesario andar calumniándolos de palabra.
O bien aprendamos de los argentinos, un pueblo que en general tiene muy mala prensa en toda Latinoamérica, pero que además de legarnos la herencia impagable de las obras completas de Borges, Cortázar, Quino y el Negro Fontanarrosa, los cuatro unos humoristas excepcionales, también nos han transmitido vía chistes propios una sana bofetada al prejuicio que sufren en todo el continente. Basta recordar el de los dos compadres que acuden a una fiesta y el uno le pregunta al otro: “Che, ¿les decimos que somos argentinos?”, y el otro, inapelable: “No, que se jodan”.