Roger Senserrich: La Europa adormecida
No veo, y no creo que exista, una oleada de partidos reformistas dispuestos a hablar claro con los votantes en ningún lugar del continente
La publicación de la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos la semana pasada provocó en Europa un revuelo considerable. A diferencia de versiones anteriores, este es un documento abiertamente ideológico, en el que la administración Trump dice alinearse con opciones partidistas claras dentro del viejo continente. No voy a detenerme en el tufillo racista y retrógrado del texto, ni en lo extraordinario que resulta que un presunto aliado hable sobre la necesidad de desmantelar la Unión Europea. Son menos importantes que la preocupante equidistancia que esta Casa Blanca demuestra entre Rusia y sus teóricos aliados europeos, o el terco, anticuado mercantilismo que ha llevado a Estados Unidos a imponer aranceles irracionales a casi todo el planeta. Los atroces y obvios problemas de este documento, no obstante, no deben ocultar un detalle importante que los europeos insistimos en ignorar pero que es completamente cierto: el continente está en decadencia, y nuestros políticos oscilan entre negar lo obvio o defender ideas absurdas para revertirlo.
Para empezar, es indudable que la economía europea lleva años gripada. Aunque sigue habiendo multinacionales competitivas e industrias punteras, lo cierto es que todas las innovaciones y avances tecnológicos de los últimos 30 años han sido inventados o implementados fuera del viejo continente. Nuestro mercado interior sigue estando horriblemente fragmentado, por mucho que hablemos de una unión económica, y sigue siendo imposible para una empresa acogerse a un régimen o marco regulatorio único para operar en toda la UE. Las instituciones comunitarias son a la vez demasiado débiles como para gobernar de forma efectiva, con un presupuesto que apenas alcanza el 1% del PIB, pero lo suficientemente fuertes como para regular con un entusiasmo desmedido, a menudo creando trabas innecesarias para empresas y consumidores.
Marear la perdiz
Muchos gobiernos nacionales tampoco es que se estén cubriendo de gloria. Francia lleva años completamente incapaz de controlar sus finanzas. Alemania lleva una sucesión de gobernantes tímidos y poco imaginativos. España, el país con la economía más dinámica del continente, parece haber conseguido este pequeño milagro a base de carecer de un gobierno funcional que pueda legislar. Las medidas necesarias para sacar a Europa de su letargo no son ningún misterio. El informe Draghi, publicado entre grandes aspavientos el año pasado, ofrece una larga lista de reformas y cambios necesarios para aumentar la integración económica, reducir regulación y papeleo de forma razonable, invertir en sectores punteros y fomentar la innovación. La respuesta de los líderes europeos ha sido formar un puñado de comités de estudio y marear la perdiz sin atreverse a implementar la mayoría de cambios. Los gobiernos nacionales, mientras tanto, oscilan entre la incapacidad de sacar medidas adelante (léase España y Francia), la timidez crónica (Alemania) o una falta de voluntad desesperante.
La respuesta más preocupante ante el estancamiento europeo, sin embargo es, para mí, esta oleada de partidos en toda Europa que creen que la solución a nuestros problemas es importar la ideología del trumpismo al viejo continente. En vez de buscar maneras para aumentar el potencial económico de Europa creando instituciones continentales más fuertes e integradas, muchos abogan por una involución nacionalista. En vez de apostar por sociedades abiertas a ideas, innovación y nuevas tecnologías, se insiste en una nostalgia por un pasado industrial que nunca volverá. En vez de defender los valores de libertad, tolerancia y respeto en el centro de nuestras democracias liberales, importan guerras culturales e ideológicas de Estados Unidos.
Estas dos tendencias están ahogando Europa. Los políticos “moderados”, “centristas”, “responsables”, en su obsesión burocrática, han hecho que las pocas reformas que son aprobadas sean torpes, poco ambiciosas y disten mucho de responder a los problemas reales de las familias europeas. Los nostálgicos que insisten en plagiar los devaneos reaccionarios de la administración Trump, mientras tanto, están obsesionados con arreglar el problema equivocado, desde la inmigración al espantajo de la cultura woke, que no tienen nada que ver en absoluto con los achaques económicos del continente.
Los dos polos del debate
Hemos terminado en un debate absurdo en el que los partidos que quieren impulsar “reformas” proponen cambios inútiles, y los partidos “de gobierno” prefieren aplazar los cambios necesarios hasta el infinito. Los dos polos del debate son igual de reaccionarios y casi igual de irresponsables. Me gustaría cerrar la columna diciendo que existe una alternativa y que el sistema político europeo puede responder a estos retos. Me temo, no obstante, que no veo una salida clara al problema. No veo, y no creo que exista, una oleada de partidos reformistas dispuestos a hablar claro con los votantes en ningún lugar del continente. Los pocos que había o se extinguieron tras la pandemia o acabaron convirtiéndose en el establishment que decían querer combatir. Tampoco creo que haya una demanda en el electorado europeo para mover el continente hacia adelante con la energía necesaria.
Estados Unidos, a pesar de su sistema de gobierno disfuncional, un presidente con marcadas tendencias autoritarias y una economía que solo está esquivando la recesión gracias a una enorme burbuja en inteligencia artificial, tiene la enorme suerte de tener un sistema político unificado. Si, como parece previsible, la administración Trump fracasa, las elecciones del 2026 y 2028 crearían automáticamente una mayoría de gobierno en sentido contrario que movería al país en dirección opuesta. La Unión Europea, con su integración a medio gas, sus instituciones supranacionales débiles y gobiernos nacionales fragmentados, no tiene líderes que puedan responder individualmente a nuestros problemas y carece de mecanismos para que los votantes no solo puedan exigir un cambio de rumbo, sino elegir a nuevos líderes que puedan implementar los cambios necesarios de un golpe. La solución racional para salir de nuestro atolladero es más y mejor integración. Dudo mucho que esta sea la respuesta que tengamos.
