Sadio Garavini di Turno: Luis Herrera Campíns y Centroamérica
En la convulsa Centroamérica de los años ’70 y ’80 del siglo pasado, caracterizada por dictaduras, guerrillas, guerras civiles y violaciones masivas de los derechos humanos, Luis Herrera, primero como Secretario General de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), de 1969 a 1977, y después como Presidente de Venezuela (1978-1984) cumplió, en el marco del respeto del Derecho Internacional, con el mandato de la Constitución venezolana de 1961 de “sustentar el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos, y favorecer pacíficamente su extensión a todos los pueblos de la tierra”. Trabajó intensamente, junto a Arístides Calvani, que fue Canciller de Venezuela (1969-1974), en el primer Gobierno de Rafael Caldera, y su sucesor en la Secretaría General de ODCA (1977-1986), por la democratización de Centroamérica, no sólo con los partidos de inspiración socialcristiana, sino con todos los partidos y grupos democráticos y puso un especial énfasis en relacionarse con los grupos y sectores no tan democráticos. Al respecto, Calvani decía que para establecer la democracia en América Central había que empezar por democratizar a los no demócratas.
Durante la década de los ’70, a raíz del marcado retroceso de la democracia latinoamericana, se generalizó un pesado pesimismo sobre las posibilidades democráticas de América Latina en vastos sectores de la opinión pública supuestamente informada, tanto en Europa como en Estados Unidos. Esta percepción se asentaba, y se asienta todavía, en buena parte, sobre un profundo “etnocentrismo” cultural y, a veces, en una crasa ignorancia de la realidad política y socioeconómica del subcontinente. En el marco de esta visión, la democracia en América Latina era poco menos que imposible. Los casos de Costa Rica, Colombia y de la Venezuela de entonces, eran simplemente ignorados o interpretados como la clásica excepción que confirma la regla. Curiosamente, en plena Guerra Fría, tanto la derecha como la izquierda de los países desarrollados coincidían en esta especie de escepticismo bipolar, obviamente por diferentes razones. La derecha consideraba que los países latinoamericanos eran sociedades “inorgánicas”, todavía no aptas para el gobierno democrático y que necesitaban de una larga dosis de autoritarismo, que garantizara el orden y la estabilidad necesarios para acometer el difícil proceso de “modernización”. Además, los “gendarmes necesarios” eran generalmente, buenos amigos del gobierno norteamericano. Las izquierdas, “liberal” estadounidense y “progresista” europea y latinoamericana, estaban convencidas de que los altos niveles de pobreza crítica y las desigualdades socioeconómicas en la mayoría de los países latinoamericanos impedían el funcionamiento de un régimen democrático y que las requeridas y profundas transformaciones del orden social y económico implicaban necesariamente un período de autoritarismo “revolucionario”, e.g. los sandinistas en Nicaragua, para contrarrestar la oposición de los sectores dominantes.
Desgraciadamente, estas “castrantes” visiones se reflejan en el común interés que, en América Latina y en particular en Centroamérica, han tenido tanto los sectores “trogloditas” como los de extrema izquierda, en tratar de aniquilar, política y/o físicamente, a los dirigentes de los partidos democráticos, para reforzar esa falsa idea de la inexistencia de alternativas entre el autoritarismo reaccionario y el totalitarismo ideocrático “revolucionario”.
Luis Herrera se opuso firmemente a la lógica perversa de estos opuestos extremismos, que como todos los extremos tienden a “tocarse”; creyó y luchó por el inicio del proceso democrático en Centro América. Luis Herrera y Calvani fueron los abanderados de la tolerancia, del diálogo, de la negociación política, de la necesaria “civilización”, en todos los sentidos de la palabra, de la lucha política, en el período más violento del conflicto sociopolítico en el istmo centroamericano.
En el marco de la “guerra Fría”, el sandinismo, así como las guerrillas marxistas en El Salvador y Guatemala, obtuvieron el apoyo de Cuba y la Unión Soviética, pero también de la izquierda socialdemócrata europea y latinoamericana, recordemos a este respecto la declaración Mitterrand-López Portillo de agosto de 1981. El gobierno Reagan apoyaba obviamente a los gobiernos, generalmente militares de derecha, que se enfrentaban a las guerrillas marxistas y financió a la guerrilla anticomunista de la Contra en Nicaragua. La Democracia Cristiana latinoamericana y europea en cambio, orientada por Luis Herrera y Calvani, fomentó la exitosa democratización de Centroamérica. Luis Herrera Campíns contribuyó a convencer al gobierno mexicano del Presidente De la Madrid de abandonar el apoyo irrestricto al sandinismo y las guerrillas marxistas y buscar una salida negociada al conflicto centroamericano, a través del proceso negociador que se inició en 1983 con el Grupo Contadora, integrado también por Colombia y Panamá, y prosiguió con el proceso de Esquipulas en 1987, por iniciativa del primer Presidente democrático guatemalteco, el demócrata cristiano Vinicio Cerezo.
En Nicaragua, Luis Herrera, primero como Secretario General de ODCA, y después como Presidente, apoyó a los demócratas, tanto ante el gobierno somocista como ante el de los sandinistas. En Costa Rica fue factor fundamental en la firma del Pacto de Ojo de Agua del 30 de enero de 1976, donde diversos partidos formaron la Coalición Unidad, que posteriormente se transformó en el partido Unidad Socialcristiana, que llevó a la presidencia a Rodrigo Carazo Odio, Rafael Ángel Calderón, Miguel Ángel Rodríguez y Abel Pacheco.
En El Salvador luchó para terminar el conflicto armado interno y apoyó el inicio de la transición hacia la democracia con la presidencia del demócrata cristiano Napoleón Duarte, defendiéndolo, contra los ataques tanto de la derecha como de la izquierda. En Guatemala trabajó intensamente, también junto con Calvani, aun en los tiempos de la mayor represión de las dictaduras militares por la democratización del país, a través del fomento de la comunicación y el diálogo entre los dirigentes políticos de los diferentes partidos de izquierda, derecha y centro. Apoyando en particular al líder de la Democracia Cristiana Guatemalteca Vinicio Cerezo, otro alumno, como Napoleón Duarte, del Instituto de Formación Demócrata Cristiano IFEDEC, con sede en Caracas. Es importante destacar que el establecimiento de la democracia en Guatemala se inició 1986, precisamente, con la Presidencia de Vinicio Cerezo. Es justo recordar también que el esfuerzo democratizador de la ODCA en Centroamérica coincidió y se coordinó con el trabajo de formación política que desplegó la Fundación Konrad Adenauer en la región.