Sánchez, un mentiroso resiliente
Si hay algo más resiliente que Sánchez, aparte de su bronceado, son sus mentiras y las de su Gobierno
Creo que Irene Lozano erró a la hora de poner el nombre al libro que le escribió a Pedro Sánchez a cambio de un carguito, porque debió llamarlo “Manual de resiliencia” en lugar de “Manual de resistencia”. Y es que este palabro tan común en el mundillo del coaching emocional describe a la perfección cómo Su Persona se ve a sí mismo en su función como Presidente del Gobierno: como un junco al que no ha sido capaz de quebrar una pandemia mundial y menos aún los fascistas de la extrema derecha (que, por definición, son todos aquéllos que se sitúan a la derecha ideológica del PSOE). PEDRO I, EL RESILIENTE, un héroe entre sus pares gracias a cuyo gobierno se salvaron más de 400.000 vidas, se prohibieron los despidos y acabó la desigualdad.
Pedro aborda la gobernabilidad del país desde la emoción y no desde la gestión. Trabajar no tiene glamur, es agotador y además tampoco es que granjee demasiados votos. Y por si fuera poco, no le permite lucir palmito, que es por lo que él de verdad se pirra. Su ventrílocuo Iván lo sabe, y por eso le saca el máximo partido a su marioneta, que está encantada de haberse conocido y de que sea el otro el que mueva los hilos mientras él se prodiga en actos que no valen para otra cosa más allá que para su lucimiento personal. Pero eso sí, no a su costa o a la de su partido, sino a la de todos. Porque el escaparate publicitario preferido de Sánchez para pavonearse en público es el institucional: no sólo por una cuestión de repercusión, sino de caché. Y si ya de paso consigue que los ciudadanos vayan desterrando esa idea absurda de que las instituciones han de ser neutrales y comienzan a asociarlas con el PSOE, mejor que mejor: así el tránsito hacia la democracia light, ésa en la que el pueblo vota pero nada decide, se les hará más llevadero.
Para muestra, el último publirreportaje audiovisual organizado por la factoría Redondo (porque de conferencia tuvo más bien poco) al que decidieron bautizar como “España puede. Recuperación, Transformación, Resiliencia”. Básicamente el evento sirvió para confirmar tres cosas:
Primera: que el bronceado conseguido por Pedro durante sus vacaciones en los palacetes del patrimonio nacional es tanto o más resiliente que él. Y es que el Presidente, haciendo gala de su legendaria retórica, nos recordó que “somos una única humanidad”. Eso sí, no a todos nos coge tan bien el moreno.
Segunda: que no van a dejar pasar la oportunidad de gastarse los dineros europeos en justificar la necesidad de sus chiringuitos varios, como el Ministerio de Igualdad o el de Transición Ecológica, cuya virtualidad práctica radica en el bocado que su mantenimiento supone para nuestro bolsillo.
La ideologización del bien y del mal permite convertir a los ciudadanos en una masa ingente de consumidores de mentiras
Y tercera: que el Gobierno no tiene otra estrategia para sacarnos de esta segunda ola y evitar que venga una tercera más allá de la propaganda y del relato. Porque mientras el centro derecha sigue instalado en ese marco mental creado por la izquierda que se llama batalla cultural, esta aplica a pies juntillas los manuales de recetas de Müzenberg y de Gramsci: transformar la realidad que conocemos para que la verdad deje de ser eso que experimentamos en nuestras carnes y se transforme en un hecho institucional, en algo que nadie ha vivido pero que nos aseguran desde el Gobierno que ha sucedido. Que aquello con lo que comulgamos porque lo consideramos algo respetable y bueno esté intrínsecamente ligado a la ideología de izquierdas, mientras que lo malo y despreciable a la de derechas. Y es que la ideologización del bien y del mal permite convertir a los ciudadanos en una masa ingente de consumidores de mentiras, que compran que para no ser desterrados del paraíso de bienestar y bondad que les promete la izquierda, no han de dejarse engañar por la manzana envenenada con las que les tienta la malvada serpiente de derechas. Y esta última espera ahí, paciente, a que se consume el desastre para que los millones de Adanes y Evas patrios caigan en la cuenta de que no hay paraíso alguno y que la puñetera manzana es lo único que les queda para comer.
Dirán que exagero y que en España no se tolera que el Gobierno nos mienta.
Pues díganme: ¿acaso alguien se acuerda de las declaraciones de la Vicepresidenta Calvo diciendo que a las mujeres nos iba la vida en acudir a las manifestaciones feministas del 8-M mientras silenciaban las alertas de organismos mundiales y europeos sobre los peligros del coronavirus en los eventos multitudinarios? Porque hubo un off the record de Irene Montero reconociendo que esto fue precisamente así.
¿Y de cuando Podemos presumía de la gestión de Yolanda Díaz y de Pablo Iglesias en sus respectivos ministerio y vicepresidencia, afirmando que habían ideado los ERTE y que gracias a ellos se prohibían los despidos? Porque fue Lastra la que rubricó en nombre del PSOE el documento en el que pactaba con otros partidos (entre los que estaba Bildu) la derogación de la reforma laboral del PP (en la que se contempla, precisamente, la figura de los ERTE). Y de que España está en cabeza de los peores rankings, entre ellos el del desempleo, mejor ni hablamos.
Luego está Pedro afirmando públicamente, ante todo el país, que no había plan B al estado de alarma, que si este no se prorrogaba no habría forma de gestionar la desescalada y de mantener medidas como los ERTE. Y aquí estamos dos meses después, con los ERTE prorrogados tras decaer el estado de alarma y con el Gobierno abrazando el llamado “plan B” para que sean las propias CCAA quienes gestionen la desescalada.
De las mentiras sobre el número de muertos o la importancia del uso de la mascarilla se ha corrido un tupido velo. También sobre el supuesto informe de la Universidad Johns Hopkins que situaba a España en la “gama alta” en cuanto a gestión de la pandemia o de los Comités de Expertos inexistentes que asesoraron al Gobierno. De eso prefiero no hablar porque me da pereza y, además, evocar tanta invención puede acabar resultando perjudicial para la salud.
Si hay algo más resiliente que Sánchez, aparte de su bronceado, son sus mentiras y las de su Gobierno.