Sanguinetti: El mito del bloqueo
Pese a que estamos en las antípodas ideológicas, siempre defendimos el mantenimiento de relaciones con Cuba.
Incluso cuestionamos el embargo comercial de los EE.UU. en cada ocasión que se presentó, ante todo por ser políticamente ineficaz: solo ha servido para que el régimen se envuelva en un manto de víctima del imperialismo, arrojando sobre este todas las culpas de su inocultable fracaso.
Nos correspondió reanudar esas relaciones en octubre de 1985, luego de un rompimiento que venía desde 1964, cuando el Consejo Nacional de Administración de mayoría nacionalista -con oposición batllista- acatara la resolución de la OEA. Incluso intentamos lo que a nuestro alcance estuvo para mejorar esas relaciones y aliviar la situación de quienes, por pensar distinto al régimen, penaban en las cárceles. A tal punto llegamos que en 1995 invitamos oficialmente a Fidel Castro. Desde 1971, en que había estado en Chile, ningún otro Estado le había propuesto una visita bilateral. Solo había asistido a Cumbres Iberoamericanas. Por supuesto, no faltaron quienes nos tildaron de “ingenuos” por ese gesto, pero lo hicimos en un momento en que las relaciones con los EE.UU. parecían mejorar y se abría una pequeña ventana de oportunidad.
Nadie podrá decir, entonces, que escribimos desde el odio o la intolerancia. Lo hacemos sí desde nuestra convicción democrática, que nos enfrenta a un régimen que hace tiempo dejó de ser dictadura para pasar a ser totalitarismo: una dictadura es un régimen de facto que, por más tiránico, no ha cambiado las bases estructurales de un Estado; aquí estamos ante un sistema de partido único, medios de comunicación solo oficiales, propiedad colectivista del Estado y apropiación de todos los medios de producción.
El control de las posibilidades de trabajo de la gente es absoluto. Cuando hace años se abrió el cauce a pequeños emprendimientos comerciales, al poco rato se retrocedió, porque el régimen no tolera que un ciudadano se independice. Quienes trabajan en los hoteles internacionales cobran lo que el gobierno les paga y no lo que las empresas entregan al Estado. Lo mismo ha pasado, como es notorio, con los médicos que trabajan en nuestros países en misiones sanitarias, cuyos sueldos se pagan al Estado cubano, quien a su vez remunera irrisoriamente a sus profesionales. Cuando el gobierno brasileño cerró esas misiones (en discutible decisión) dijo algo cierto: que técnicamente eso era trabajo esclavo.
Y ahí llegamos a la construcción mitológica del “bloqueo” de los EE.UU., que se invoca como “criminal” por impedir la entrada de mercancías, cuando el hecho incuestionable es que Cuba puede comerciar con el mundo entero y efectivamente lo hace. Recuerdo que cuando en 1985 reanudamos relaciones y ya estaba el “bloqueo”, importaba 11 veces más que el Uruguay, desde cien países de los cinco continentes, que encabezaban España, China, Italia, México, Brasil y Canadá. Todo el mundo sigue abierto para Cuba y si vive angustiosos desabastecimientos es porque carece de divisas.
A tanto ha llegado el desastre económico de un colectivismo que al matar la iniciativa individual ha terminado en la ineficiencia más profunda, que hoy Cuba exporta mucho menos que Uruguay. No ha salido de sus productos tradicionales, tabaco, azúcar y alcohol de caña. Lo único que le ha permitido malamente sobrevivir es el turismo y, naturalmente, los apoyos exteriores que recibió, primero de Rusia y después de Venezuela, hoy ambos retraídos. Esas magras expor-taciones tienen el mundo abierto y China, Canadá, España, India y Singapur encabezan la lista universal de Estados que no tienen inconveniente en comprarle a Cuba.
¿De qué “bloqueo” estamos hablando entonces? ¿Qué es esa historia de que le faltan productos esenciales porque EE.UU. no se los vende?
No ignoramos que las indeseadas sanciones norteamericanas molestan. Las remesas de los cubanos en el exterior, que son hoy por hoy su mayor ingreso, están dificultadas. Pero bien se sabe que la mitad de ellas arriban directamente por los visitantes (alrededor de 2 mil millones de dólares) y la otra mitad por vías distintas a los bancos norteamericanos pero igualmente llegan.
Importa desmontar esta construcción mitológica y, sobre todo, rechazar radicalmente que ella sea responsable de las penurias que vive su gente. Mucho menos de la total falta de libertades que su totalitarismo ha impuesto. Los músicos que cansados de restricciones hoy reclaman libertad y cantan “Patria y Vida”, lo hacen heroicamente. Saben que la represión no perdonará. Lo mismo esas mujeres y hombres que han salido a la calle y que no solo sufren la amenaza sino que mañana difícilmente podrán sustentarse.
Nuestra generación celebró aquella revolución de 1959 como una clarinada de esperanza. Como periodistas, incluso, allí estuvimos cubriendo el ascenso de Fidel al poder. Luego vino lo que vino. Una revolución de libertades traicionada. Un totalitarismo comunista que se armó paso a paso. Y hoy, 62 años después, el mismo fracaso y tiranía de la vieja URSS o la Europa del Este.
El embargo comercial es una estupidez pero el “bloqueo” es un mito. Quien no respete ese grito de libertad que parte de gente que arriesga su vida, simplemente no es demócrata. Para decirlo con la jerga habitual, es tan fascista como el peor fascista.