Terremoto brasileño
Dilma Rousseff se enfrenta sin duda a lo que constituye el mayor desafío de su carrera con el escándalo político-financiero en torno a la petrolera estatal Petrobras y la trama de corrupción tejida en torno a ella durante años, que involucra a cientos de personas de los estamentos más importantes del país. La lista de 54 personas entregada por la Fiscalía al Tribunal Supremo —que contiene, entre otros, los nombres del expresidente Fernando Collor de Melo y de los actuales presidentes del Congreso y del Senado— representa un verdadero seísmo en la vida brasileña. Pero la misma elaboración de la lista, hecha pública el viernes por el Alto Tribunal, y la acción de la Fiscalía son un buen indicativo de que la justicia actúa. El Supremo ahora investigará y decidirá sobre personalidades muy influyentes y es probable que, finalmente, dé luz verde un proceso sin precedentes en la historia reciente brasileña.
Llegados a este punto, Rousseff no puede lavarse las manos y permanecer al margen como una ciudadana más. De hecho, presidió Petrobras entre 2003 y 2010. Los brasileños exigen también soluciones políticas, y más pronto que tarde. La presidenta fue reelegida el pasado otoño para un segundo mandato por un escaso margen y desde entonces ha visto descender sin pausa el crédito de la aceptación popular. La manifestación convocada para el día 15 pidiendo su destitución —y la creciente discusión sobre un (improbable) impeachment en el Congreso— son síntomas de que, si no se coloca sin ambages en primera línea de denuncia y combate contra el sistema engrasado de corrupción encarnado por Petrobras, la marea generada por la exigencia de limpieza puede arrastrarla.
Tras más de una década de éxitos sociales, crecimiento económico y aumento de la influencia internacional como nunca antes, Brasil se enfrenta a un delicado momento: sus líderes deben ser muy cuidadosos para no perder los avances conseguidos con el esfuerzo de toda la sociedad. La corrupción es la peor de las tarjetas de presentación para un país que ejerce el liderazgo regional. Y la sensación de que ha contaminado al sistema político y financiero es uno de los principales peligros para el funcionamiento democrático del país. Es la puerta por la que se puede colar un populismo al que hasta ahora, afortunadamente, Brasil ha sido inmune. Rousseff debe tomar medidas contra la corrupción y ayudar a aclarar el escándalo. Tanto ella como el país se juegan mucho.