Tormentas de poder
Una de las complicaciones más delicadas de la covid-19 es la ‘tormenta de citoquinas’. Así llaman los médicos a una reacción desmedida del sistema inmunitario, en la que el cuerpo, buscando repeler el patógeno invasor, ataca sin piedad sus propios órganos. En muchos casos, puede causar la muerte.
Los poderes del mundo también han desplegado respuestas ‘inmunitarias’ para enfrentar los estragos sociales y económicos de la pandemia. La mayoría de ellas, como los aislamientos preventivos, son justificadas y necesarias. Pero, como en las temibles tormentas de citoquinas, existe tal cosa como una reacción excesiva que puede agravar al paciente. Existen, en otras palabras, las tormentas de poder. Y, aunque aún estamos en una etapa de la epidemia que amerita medidas excepcionales, hay nubes en el horizonte que nada tienen que ver con esas medidas, y que presagian tiempos oscuros.
Habrá iniciativas, sin duda, que querremos volver permanentes. Pero, en la gran mayoría de los casos, las medidas de excepción deben guardarse bajo llave cuando hayamos terminado de usarlas.
En Hungría, el régimen de Viktor Orbán se arrogó poderes para gobernar sin control parlamentario por tiempo indefinido. En Rusia, Vladimir Putin hace uso de la crisis para pedir un cambio constitucional que le permitiría reelegirse por quinta y sexta vez. En Estados Unidos, Donald Trump suspendió por dos meses el otorgamiento de green cards. En China, el Partido Comunista les apretó las tuercas a sus habituales restricciones de la libertad de expresión y censuró informes tempranos de la epidemia que habrían salvado miles de vidas. En España, el jefe de la Guardia Civil dice, confusamente, que trabaja para reducir el “clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno”, y una ministra añade que no se pueden aceptar “mensajes negativos”.
(También en España, el Gobierno “prohíbe” los despidos, como si el desempleo pudiera regularse por decreto; como si una empresa que reduce sus operaciones o, peor, quiebra, no tuviera necesariamente que reducir su planta de personal. Es un curioso caso de extralimitación a la vez que timidez en el uso del poder. Pues si el Gobierno español cree de verdad que se pueden “prohibir” cosas como el paro, se ha quedado corto. Le ha faltado imaginación. Ha podido ir más allá y prohibir, por ejemplo, las recesiones económicas. O prohibir de una buena vez los virus, y sanseacabó).
En síntesis, estamos ante una epidemia de gobernantes engolosinados con las facultades especiales que la covid les ha concedido. Lo que es lógico: no serían gobernantes si no tuvieran debilidad por el poder.
Hasta las iniciativas más bienintencionadas pueden terminar al servicio de esa debilidad. En este momento, muchos gobiernos se están haciendo cargo del sostenimiento, e incluso de la alimentación, de sectores vulnerables de la población. Es una medida más que justificada; pero no perdamos de vista que profundiza la dependencia del Estado de amplios sectores de la sociedad. Y los políticos, cuando oyen “dependencia”, oyen “clientela electoral”. Mientras se frotan las manos.
Nunca como hoy habíamos tenido que ser tan celosos de nuestra vida privada y libertades. Y no lo estamos siendo. No nos hemos alarmado lo suficiente por la hipertrofia del Estado, y del poder de sus inquilinos semipermanentes, como consecuencia de esta pandemia. Es natural: en tiempos de gran crisis, todos los recursos materiales e intelectuales se vuelcan a enfrentar la emergencia. Lo importante, luego, es que el Estado se comporte como un acordeón: que se expanda lo necesario para atender la crisis y recupere su tamaño adecuado cuando haya pasado lo peor. Habrá iniciativas, sin duda, que querremos volver permanentes, como los mecanismos para evitar y controlar futuras pandemias. Pero, en la gran mayoría de los casos, las medidas de excepción deben guardarse bajo llave cuando hayamos terminado de usarlas.
Thierry Ways
@tways / tde@thierryw.net