Trump, los republicanos y las elecciones en 2020
Ante las elecciones del año próximo, el partido Republicano enfrenta un problema contrario al de su rival Demócrata, que sufre una hemorragia candidatural. Hasta ahora solo tienen a Donald Trump. Bueno, hay un exgobernador de Massachusetts, William Weld, que estaría “explorando” la posibilidad de enfrentarse a Trump; nadie lo toma en serio.
Claro, esa es la tradición; el presidente en funciones es prácticamente aclamado por su partido como candidato automático a la reelección, y si no vence en ella, le sale irse al retiro a escribir sus memorias, si le provoca. De hecho, en toda la historia solo un presidente fue reelecto en periodos no consecutivos, Grover Cleveland (1885-1889 y 1893-1897), primer presidente proveniente del partido Demócrata desde la Guerra de Secesión (1861-1865).
El lanzamiento oficial de la campaña del actual presidente fue en Florida, estado fundamental para poder volver a ganar; sitio repleto de cubanos, venezolanos o nicaragüenses, a quienes Trump tiene tiempo haciendo carantoñas y promesas de libertad. Hasta ahora se ha quedado en puro verbalismo, mucho ruido y pocas nueces, que diría Shakespeare.
La realidad es que la política no es para Trump lo que para un político de militancia tradicional; así, puede afirmarse que su campaña para la reelección comenzó el día que se juramentó como presidente. Su estilo desconcertó a tirios y troyanos en 2016, y ya va siendo hora de que sus rivales aprendan sus mañas. Hillary Clinton y sus seguidores todavía se quejan de que sacaron tres millones más de votos populares que Trump, qué injusticia, etc. Podrían haberse molestado en averiguar cómo funciona el sistema electoral gringo, donde el ganador es quien recibe al menos 270 votos para el llamado Colegio Electoral, los que obtiene un candidato al sumar sus victorias en diversos estados (California tiene 55 votos, Texas 38, New York y Florida 29, Illinois y Pennsylvania 20, etc.). El voto popular es un dato importante, pero no es el definitivo. Los republicanos tienen claro que las elecciones se ganan o se pierden fundamentalmente en Wisconsin, Michigan, Ohio, Pennsylvania, Nevada y Florida. Los Demócratas saben que sin la mayoría de ellos, sus probabilidades son nulas.
Las encuestas más recientes muestran que en las elecciones del año que viene aumentará la participación ciudadana en comparación con las elecciones parlamentarias de 2018. Y también indican que ello podría favorecer a Trump. ¿Por qué? El aumento del voto republicano se deberá a votantes que votaron por Trump en 2016, y que decidieron quedarse en casa el año pasado; los demócratas al parecer necesitan una mayor participación de votantes que no lo hicieron ni en 2016 ni en 2018. Además, esos aumentos variarán de estado a estado. No es mucho consuelo para los Demócratas un crecimiento significativo de votantes en California o Nueva York. Y en los estados del Medio Oeste, vitales para la victoria, no se hace presente de manera significativa una fortaleza Demócrata: la diversidad étnica.
Hace tres años Trump se concentró en ganar el Colegio Electoral; el año que viene aplicará la misma medicina. Los latinoamericanos arriba mencionados deben asumir que para el republicano su destino solo será importante si le sirve para repetir la presidencia.
Por otra parte, la relación con México la ha manejado Trump con maestría; cuando Trump se vio abajo en las encuestas, varias semanas después de lanzar su campaña, el presidente amenazó a ese país con aplicar un 5% de aranceles a la mayoría de sus productos, si no era capaz de contener la migración que llega a los Estados Unidos (ello, a pesar de que históricamente los Republicanos han sido enemigos de los aranceles; hasta ese punto tiene domesticado Trump al GOP.) La respuesta del presidente mexicano, una cuasi rendición, le vino perfecta a Trump, quien eliminó la medida arancelaria y quedó con un héroe ante sus votantes.
Aunque la participación de votantes latinos fue decepcionante en las presidenciales de 2016, los Demócratas tendrán una ventaja en el 2020 con dichos votantes, porque “Donald Trump ya no es una amenaza teórica. Ya tiene un historial real”, como afirmara uno de los precandidatos, Julián Castro. “Ha sido un terrible fracaso en lo que hace a la comunidad latina”. Según una encuesta reciente de Univisión, casi el 63 por ciento de los votantes hispanos a nivel nacional planean votar por quien sea elegido como el candidato Demócrata, mientras que solo el 18.6 por ciento piensa votar por Trump, y el 18.7 por ciento permanece indeciso.
Cualquier elección presidencial donde participa un presidente en funciones es un referendo sobre su gestión, y usualmente lo gana. (El último presidente en perder una reelección fue George H. W. Bush, en 1992).
Los medios han sido informados de que la estrategia central republicana será impulsar el voto de su base (una de las modas más usadas últimamente en muchas partes); la misma se relaciona con otro concepto muy de moda: la polarización. Pero resulta que eso no fue lo que pasó en 2016; su éxito se debió a la capacidad de persuasión sobre el alto porcentaje de indecisos que había en el día electoral. Y lo mismo pasó con la victoria Demócrata para la Cámara de Representantes el pasado mes de noviembre: los independientes y los “swing voters” fueron los que impulsaron dichos triunfos. El voto duro es muy necesario, pero no suficiente.
Una ventaja para el aspirante a la reelección es que hoy el aparato político y mediático Republicano está enteramente al servicio de cualquier universo alternativo que el empresario impulse. La frase vigente en la mente de (casi) todos es: “culto a la personalidad” (del actual presidente).
Una gran incógnita es, sin duda, el impacto que tendrán los recientes ataques racistas de Trump a las noveles representantes demócratas Ayanna Pressley (Mass.), Rashida Tlaib (Mich.), Alexandria Ocasio-Cortez (N.Y.) e Ilhan Omar (Minn.); ataques luego condenados por la mayoría Demócrata en la Cámara Baja. El presidente afirmó que lo hizo porque “ellas odian a los EEUU”, y si se sienten infelices, deberían irse; al parecer, el centro de la estrategia trumpiana es decretar una guerra civil racial. Increíble. Los comentarios de Trump, que dominaron los medios por días, quizá son un abreboca del tipo de campaña que impulsará el empresario: abiertamente desafiante, incitando al choque racial, en un esfuerzo por excitar a su base ultra-derechista.
Mientras, en marzo pasado el llamado “war chest” (el arca financiera para la guerra) trumpiana tenía $41 millones. Para el final de la campaña eso será una minucia, algo así como dinero de caja chica. Un dato interesante: Clinton superó claramente al candidato Republicano en gastos de campaña (el total, de ambos, fue de $2.4 mil millones); pero lo que recibió Trump gratis de los medios de comunicación –al informar u opinar de forma obsesiva, a veces desbocada, sobre las acciones y declaraciones del muy exótico candidato- fue gigantesco, se calcula que alcanzó los $5 mil millones.
Los gastos de campaña en los EEUU no tienen límites reales (a diferencia de otras democracias), ya que se considera que en época electoral el dar dinero a la política es promover la libertad de expresión. El problema es que, si el dinero es expresión, quien contribuye con un candidato perdedor termina simplemente dando gritos al vacío. Así quedaron millones de simpatizantes Demócratas en 2016; ¿se repetirá la historia en 2020?