Un mismo 20 de abril: Del horror nazi a la miseria cubana

La historia tiene sus formas siniestras de reírse de la humanidad. Cada 20 de abril, el mundo recuerda el nacimiento de Adolf Hitler (1889), el dictador que provocó la Segunda Guerra Mundial y lideró el Holocausto, una de las tragedias más atroces del siglo XX. Pero esa misma fecha —aunque con 71 años de diferencia— también marca el nacimiento de Miguel Díaz-Canel, actual presidente designado de Cuba.
A simple vista, la comparación parece desproporcionada. Díaz-Canel no ha construido campos de exterminio ni ha lanzado ofensivas militares a gran escala. Sin embargo, en su versión tropical del autoritarismo, encabeza con la misma frialdad y desprecio por la dignidad humana un régimen que reprime, silencia y condena a la miseria a millones de cubanos.
Lejos de ser un líder carismático, Díaz-Canel ha sido el obediente ejecutor del legado castrista. Es el rostro anodino de una dictadura que, desde 1959, ha destruido sueños, disuelto esperanzas y condenado a generaciones enteras al exilio o al encierro.
Hoy, más de seis décadas después de la llamada «revolución», Cuba es una tierra baldía de proyectos frustrados, hambre institucionalizada y apagones constantes.
La coincidencia de fechas puede parecer trivial, pero adquiere un matiz siniestro en el contexto del sufrimiento. Hitler y Díaz-Canel comparten algo más profundo que el día de su nacimiento: una vocación por el poder absoluto, la manipulación sistemática mediante propaganda y la represión como respuesta a la disidencia.
Hitler convirtió a Alemania en un campo de muerte. Díaz-Canel ha convertido a Cuba en un campo de supervivencia. Mientras unos pocos disfrutan privilegios al abrigo del poder, la mayoría sobrevive entre la escasez, el miedo y la desesperanza. La miseria, en este caso, no es un accidente: es una herramienta deliberada de control.
Díaz-Canel no fue elegido por el pueblo cubano. Fue impuesto por la cúpula del Partido Comunista como una marioneta confiable, carente de liderazgo genuino, pero útil para mantener la continuidad de la opresión. Su papel es claro: decir lo que le dictan, hacer lo que se espera, y reprimir cuando se ordena.
El 11 de julio de 2021, el mundo lo vio ordenar el “combate” contra el pueblo que pedía libertad en las calles. Esa orden selló su imagen como un mentiroso patológico, dispuesto a enfrentar cubano contra cubano con tal de sostener un régimen en decadencia.
Hoy, mientras en su residencia no faltará la luz ni el vino importado, millones de cubanos sobreviven sin alimentos básicos ni medicinas y en total apagón. Cada brindis suyo es una burla al sufrimiento de un pueblo.
Este 20 de abril, mientras se recuerda el nacimiento de un monstruo europeo, los cubanos también deben cargar con el peso simbólico de un tirano local. Porque, aunque la historia no se repite, a veces rima con un eco perturbador.
Díaz-Canel quizás no pase a la historia por su nombre, pero sí por representar la continuidad de un modelo fracasado. El verdadero legado que dejará será la vergüenza de haber sido cómplice de un sistema que jamás logró sacar a Cuba del abismo.
De: Periódico Cubano