Una familia enclaustrada (39): Paseadores con perros
Una cosa es pasear al perro y otra bien distinta es pasearse a sí mismo con el animal como excusa. La demanda de cachorros se duplica durante el confinamiento, lo que acabará en multitud de abandonos
Decía mi abuelo que «los perros tienen más conocimiento que los dueños». Siempre pensé que exageraba bastante porque le podía su propio cariño por los canes que tuvo durante toda su vida. Hasta este confinamiento. Porque la realidad me está demostrando que mi abuelo se quedaba corto. Cualquiera que libre de prejuicios mire por la ventana un rato al día -y sobran las horas para hacerlo- concluirá que en este confinamiento ha aparecido una nueva categoría entre los seres humanos: los paseadores eternos de perros.
Quizás sería más certero y apropiado llamarlos paseadores eternos con perros. El cambio en la preposición («de» en vez de «con») es relevante porque denota que estos sujetos -casi siempre hombres, por cierto- salen a pasearse a sí mismos mientras que el animal que llevan al lado es un acompañante más circunstancial que otra cosa. O sea, hablamos de personas a las que si les dejasen pasear en bicicleta, por decir algo, robarían la del vecino con tal de salir a la calle. O se comprarían una nueva, claro.
Sospecho que no les sorprenderá saber que la Real Sociedad Canina Española ha detectado que la demanda de cachorros se ha duplicado durante el confinamiento. Justo lo mismo que ocurre en Navidad. Ergo esto, como ya imaginarán, apunta a un abandono masivo de canes en los próximos meses. Por eso, desde dicha asociación llaman a que quienes de repente hayan descubierto su amor por los mejores amigos del hombre se lo piensen mejor porque «un perro no es un juguete que se pueda dejar a un lado cuando uno se cansa; hay que tomar conciencia de que es un miembro de la familia más». Dicho queda por si ustedes conocen a alguno de estos repentinos amantes de los perros.
Volvamos al hilo de los que ya tenían perro antes de esto. Ya vengo diciendo durante toda la reclusión que no se debe caer en la criminalización de los perros o de sus dueños porque tengan permitido salir a la calle. Menos aún se debe entrar en la demagógica y absurda comparación entre los paseos de estos animales y los esperados paseos de los niños buscando un agravio comparativo que no existe. Quiero decir que el hecho de que desde el primer día se haya respetado tanto a los perros es algo positivo con independencia de si se debería haber hecho lo mismo o no con los niños o con los deportistas.
Hay diferencias entre los paseadores con perros, que se saltan la normativa, y los paseadores de perros, que la cumplen escrupulosamente
A todos nos ha llegado alguno de esos memes en que el perro aparece junto a un cartel con precios por pasearlo o ese otro en que el animal, hastiado y ya escuálido de tanto salir a la calle, pide a sus dueños que no le den más vueltas. Son bromas exageradas, claro, pero lo bueno del humor es que, como ocurre con los tópicos, de la desmesura se pueden deducir verdades reales como la vida misma. Lo que yo creo por lo que observo es que, partiendo de la distinción que hacíamos al principio, hay que diferenciar entre los paseadores con perros, que se saltan la normativa, y los paseadores de perros, que la cumplen escrupulosamente. Ahí, en la normativa, está la clave.
El paseador con perro se caracteriza, en primer lugar, porque el paseo es más largo que las homilías sabatinas de Pedro Sánchez. Desde Einstein sabemos que el tiempo es relativo y no absoluto, pero oigan, resulta que las recomendaciones de la Dirección General de Derechos de los Animales a este respecto estipulan que deben hacerse «paseos cortos, solo para cubrir las necesidades fisiológicas». Así redactado no queda claro si se trata de cubrir las necesidades fisiológicas del perro, que necesita orinar y defecar, o las del dueño, que necesita salir de casa y andar un rato. Muchos se han quedado con esta última interpretación y han optado por los paseos eternos que les pide el cuerpo.
La segunda característica del paseador con perro es que, como se cree inmune (ojo, no lo es, unos cuantos han sido multados), pasea despaciosamente, como recreándose en la suerte, sin preocupación ni prisa algunas. «Soy el rey del mambo». Así, se para a charlar con los vecinos que van la compra o con otros paseadores como él -dios los cría y ellos se juntan-. Ocurre que la segunda recomendación gubernamental sobre los paseos es que se realicen «sin contacto con otros animales o personas».
Pasear al perro conlleva mucha responsabilidad, como bien saben todos los dueños responsables. La citada dirección general recomienda en tercer lugar «llevar botella de agua con detergente para limpiar posteriormente la orina y bolsas para las heces». Casi todas las personas con perro llevan bolsas en la mano y creo que la mayoría la utilizan como es debido, aunque habrá lamentables excepciones. Lo de la botella con detergente suena a chino pero, si investigas un poco, en algunas ciudades es obligatorio hace años. De la cuarta recomendación –«priorizar horarios de menor afluencia de gente»– sólo puede decirse que es una sandez: con la poca gente que sale a todas horas, ¿cómo se mide el horario de menor afluencia?
Estos días de reclusión se repite la máxima de que la mayoría de los dueños de los perros sí se están comportando con responsabilidad y conforme a los principios citados. Siguiendo con nuestras tipologías, habría muchos más «paseadores de» que «paseadores con». No es posible saber qué abunda más a ciencia cierta. ¿Cómo contabilizarlo? Para hacerse una idea no queda otra que mirar por la ventana y pensar en las veces que has bajado a la calle para extraer tu propia conclusión.
Sintiéndolo mucho, porque esta es una de las cosas que me hace perder la fe en los seres que me rodean, la conclusión que yo saco es que hay demasiados paseadores con perros. O sea, hay demasiados caraduras que se aprovechan de la excusa de salir con el perro. Seguramente estaré equivocado, y de verdad que deseo estarlo, porque mi visión es solo un trazo minúsculo y sesgado de la realidad. Quisiera ser optimista y pensar que la mayoría sí hace las cosas bien.Pero lo que veo cuando busco «guau, guaus» junto a mi hijo por la ventana me obliga a ser pesimista. Lo único seguro es que, como creía mi abuelo, el problema no está en los perros, sino que está en algunos de sus dueños, sean mayoría o minoría.