Valores
Algunos afirman que esta época se caracteriza por tener moral, pero no tener ética. En la parla diaria muchas veces usamos ambos sustantivos como sinónimos, pero soy de los que cree –como por ejemplo, Fernando Mires, en un ensayo escrito hace años en su libro “Teoría de la Profesión Política” – Corruptos, “Milicos” y demagogos– que sí hay diferencias. Veamos algunos de sus argumentos.
La ética, originaria de Grecia, precede a la moral, que tiene su origen en Roma. Además, la ética implica una discusión constante «entre lo que es bueno o malo en el marco de relaciones culturales preestablecidas”. Lo importante aquí es tener claro desde el inicio qué es cultura. Edgar Morín, por ejemplo, nos la define como “un cuerpo complejo de normas, símbolos, mitos e imágenes que penetran al individuo en su intimidad, estructuran los instintos y orientan las emociones.” A partir de allí, es útil entender la cultura como la creación objetiva de la llamada inteligencia social. La cultura sería así capital social, o comunitario. Es por ello que, bien entendida, la cultura es, como dice el filósofo español José Antonio Marina, el conjunto de soluciones que un grupo social da a los problemas humanos. Eso sí, una de las características de cada cultura específica es que jerarquiza, según su peculiar realidad histórica, los problemas a resolver. La cultura occidental, por ejemplo, le ha dado a la ciencia, y a la solución de problemas de transporte, de salud, de economía, una clara prioridad. Los esquimales han priorizado la solución de problemas derivados de un clima hostil.
Es también cierto que, más allá de las diferencias entre culturas, hay una serie de preguntas cuya respuesta es fundamental para la convivencia humana. Todas las culturas, cada una a su manera, ha buscado tener respuestas a estas preguntas, según José Antonio Marina:
1)El valor de la vida humana y la regulación del homicidio; 2) Los bienes, su producción, su posesión y su distribución; 3) El ejercicio del poder; 4) La relación del individuo con la comunidad y la comunidad con el individuo; 5) Los métodos para solucionar conflictos; 6) El sexo, la familia y la procreación; 7) El cuidado de los débiles, de los enfermos, de los huérfanos; 8) El trato con los extranjeros; 9) La relación con el más allá, con los muertos, con los dioses.
Un signo evidente de progreso es la disposición de una sociedad de debatir éticamente sobre estos problemas, con capacidad crítica y autocrítica. En cambio, una sociedad que mantiene tabúes, prejuicios y supersticiones parece condenada al fracaso. ¿Y cómo debe darse ese debate?
Volviendo al comienzo, al texto de Mires: la ética no puede separarse de los discursos colectivos que la constituyen. La ética surge de las relaciones entre los individuos. La moral, en cambio, implica una “interiorización individual de la ética colectiva.” La moral, nos dice Mires, tiene que ver más bien con la relación entre las instituciones públicas y eclesiásticas y cada individuo. La moral es esencialmente prescriptiva; usted puede discutir sobre ética, o incluso sobre leyes –decisiones político-jurídicas sobre la manera de regular la convivencia- pero toda moral se acata o no se acata.
Es decir, la moral no se discute; en cambio, sin discusión no hay ética. Puede haber ética sin moral pero no moral sin ética. Finalmente, Mires nos ofrece un ejemplo muy sencillo para diferenciar ambas: suponga que usted se encuentra en una playa, y nota de repente que alguien se está ahogando; si usted se lanza al agua, buscando salvar a esa persona, a pesar de que usted apenas sabe nadar, usted está actuando moralmente. Quien se lanza al agua, siendo un experto nadador, actúa éticamente. Al primero nadie le podría criticar el no arrojarse al agua, salvo quizá él mismo. El segundo se expone a la crítica porque los valores culturales dicen que debería usar su habilidad para intentar ayudar a un ser humano en grave peligro.
Es que la ética se construye relacionalmente, “con los otros en uno y con el uno en otros”; sin ello no hay ética. La moral, por el contrario, se anida en uno. Si un monje tibetano se retira a meditar a solas en una cueva de una montaña, actúa moralmente. Si al descender de la montaña comparte sus meditaciones con otras personas, su acto moral adquiere un sentido ético. Detrás de la ética y de la moral están los valores, con el aporte fundamental del cristianismo, como la solidaridad o la defensa de la dignidad de la persona humana.
Ambas, la ética y la moral se encuentran en ese espacio de debate público que es la política. Hannah Arendt tiene páginas extraordinarias al respecto. La ética, la moral y la política tienen en común que sirven para poner límites a la conducta humana, para impedir que se desborde. La ética nos lleva a definir qué es bueno o malo para un determinado grupo humano; la moral lleva a inscribir la idea del bien en nuestros corazones, en nuestras almas. La política define los límites de la confrontación por el poder, de las instituciones que deben servir al bien común, de las relaciones entre adversarios. Ello no quiere decir que en el constante devenir humano las tres categorías no entren en conflicto; ello es evidente para cualquier lector de la historia. ¿Qué vale para lo público? ¿Qué vale para lo privado? ¿Se pueden mezclar los valores de un espacio con los del otro? Aristóteles afirmaba tajantemente que no. Y esa es tan solo una de las tantas interrogantes que, a través de los siglos, los hombres hemos intentado responder para hacer de la vida una real convivencia y no un perenne campo de guerra y de confrontación