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Venenos que salvan vidas

Tozuleristide, Captopril, CDP-11R y Dalazatide son algunas de las drogas extraídas de las 220 mil especies animales venenosas del planeta, que están  en fase de experimentación o se aplican ya habitualmente en los hospitales del mundo entero, afirma un reportaje en los Proceedings de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos.

 

 


Sapo. Foto Andreas Kay en Flickr

 

 

Nada nuevo bajo el sol, porque la humanidad echó siempre mano a ellas. Como en una variedad radical de la acupuntura ayurvédica hindú para curar dolores e inflamaciones articulares; en China, donde la piel de sapo ha sido recurso tradicional contra el cáncer; en el sudeste de México, donde se utiliza un mejunje de tarántula machacada, hierbas y alcohol contra el asma y los dolores de pecho, e incluso en la medicina occidental que recurrió a ellas en los años 80 del pasado siglo.

Captodril,  la primera droga derivada de veneno, fue concebida entonces en el Instituto Squibb de Investigación Médica de New Brunswick, New Jersey, como un inhibidor enzimático específico, a partir del veneno de la culebra jaraca del Brasil que, al ingerirse por via oral reduce la presión sanguínea al relajar el sistema circulatorio, abriendo el camino a otros nueve productos tras su aprobación por la FDA.

 

 

Vípera Jaraca

 

 

Ahora, la tendencia a recuperar productos naturales y toxinas que poseen un claro potencial para curar nuestros achaques ha llevado a una científica danesa a calificarlos de mina dorada para la experimentación biomédica, gracias a los avances en la producción masiva de drogas a base de péptidos con mayor capacidad terapéutica y métodos más sofisticados que permiten obtener el veneno en animales de talla tan reducida como el  ciempiés; o la transcriptomia, que puede secuenciar una gota de líquido en una diminuta glándula venenosa, revelando los centenares de péptidos que un organismo puede usar como toxinas.

 

 

Escorpión del desierto

 

 

En el Seattle Children´s Hospital del estado de Washington, por ejemplo, el tozuleristide –una clorotoxina péptida cuya fuente es un mortífero escorpión del desierto israelí- se combina con un tinte infrarrojo para iluminar tumores infantiles de cualquier tipo y erradicarlos totalmente, pues permite detectar detalles que con frecuencia pasan ignorados en el bloque operatorio.

La droga completó en 2018 la fase inicial de pruebas clínicas en niños con cáncer cerebral y entra ahora en la segunda, mediante la  colaboración de cirujanos de nueve hospitales en los Estados Unidos, para determinar con cuanta precisión puede iluminar el tejido tumoral antes que el cerebro sano.

 

 

 

Anémona. Cartografiado y caracterización ecosistemática de los fondos marinos en el Mar Balear para la conservación de sus hábitats y protección de especies marinas Jellyfish

 

 

Mientras tanto, en la Universidad de California, se desarrolla el dalazatide, inspirado en el veneno de la anemona del Caribe, de hermosos tentáculos verdes y amarillos que ocultan un ominoso aguijón capaz de matar criaturas pequeñas y cuyo péptido ShK podría tener aplicaciones contra el lupus, cierto tipo de diabetes, inflamaciones intestinales, psoriasis y esclerosis múltiple por su capacidad para bloquear un canal de potasio responsable de desórdenes autoinmunológicos.

Y, apenas en marzo pasado, un estudio del Centro de Investigaciones Cancerígenas Fred Hutchinson reveló que otro péptido de origen venenoso, el CDP-11R, el primero en su clase, se concentraba rápidamente en los cartílagos de ratones a los cuales se administraron esteroides anti-inflamatorios contra las artritis.

 

 

 

Tarántula Amazónica. Foto Jeff -Cremer

 

 

Las arañas son una especie altamente rentable porque a lo largo de 400 milones de años desarrollaron cientos de venenos que actúan sobre el sistema nervioso. Como el de la variedad de tarántula azul gigante que podría algún día aplicarse como analgésico, igual que las toxinas de escorpiones, avispas, abejas y hormigas; las de serpientes, que tienen mayor potencial contra ataques cardíacos, o de los caracoles cónicos marinos – que expelen una nube de insulina para incapacitar a sus víctimas al quebrar el azúcar de su sangre- para el tratamiento de la diabetes.

Incluso, concluyen los Proceedings, si los venenos en si mismo no son medicinales, la comprensión de cuáles receptores son afectados en el cuerpo podría ofrecer nuevos objetivos de tratamiento. Como en el caso de los investigadores del Instituto Butantan de Sao Paulo, Brasil, que estudian los pelos de la oruga pararama del Amazonas, cuya toxina puede provocar temporalmente dolor, hinchazón y otros síntomas de la artritis, dañinos eventualmente para  cartílagos y articulaciones, a fin de emplearlos, precisamente, contra esa enfermedad tan común como dolorosa.

 

Varsovia, junio 2020

 

 

 

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