Villasmil: Calvani
“Arístides Calvani falleció el 18 de enero de 1986 en un accidente aéreo en Guatemala. Se le recuerda como una de las figuras políticas más influyentes de Venezuela y un defensor de los valores democráticos.
Nacido en Puerto España, Trinidad y Tobago, el 19 de enero de 1918, la familia Calvani se trasladó a Venezuela cuando él era joven. Estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela y posteriormente amplió su formación en Europa.
Era conocido por sus dotes diplomáticas y desempeñó un papel clave en la promoción de la integración regional en América Latina.
Calvani fue también un respetado académico y autor, sobre temas políticos y jurídicos. Fue un firme defensor de la democracia y los derechos humanos, y sus contribuciones a la sociedad venezolana le valieron un amplio reconocimiento”.
Hasta aquí, lo que diría cualquier búsqueda biográfica en internet sobre Calvani (lo de arriba, fue producto de la IA Gemini).
Pero Arístides Calvani fue más, mucho más. Parafraseando a Jacques Maritain, Calvani fue un humanista integral. Un político venezolano de principios originados en la Doctrina Social de la Iglesia y que él, junto a humanistas cristianos como Rafael Caldera, Enrique Pérez Olivares y otros fundadores y colaboradores del IFEDEC (instituto de formación demócrata cristiana con alcance y méritos continentales, fundado en 1963), convirtieron en propuestas y programas políticos para una Venezuela realmente democrática, con el bien común como obligada meta; una sociedad alejada de las tentaciones autoritarias que habían plagado nuestra historia. En suma: un cristiano con evidente y claro compromiso social.
En sus cursos deja constancia del valor esencial de la persona humana: “los hombres no somos medios para otros hombres. Somos fin con relación a los demás hombres. Cada hombre equivale a otro hombre. Mi naturaleza no es distinta a la tuya. Todos tenemos la misma categoría de sujetos morales, conscientes, libres y responsables”. (Citado por Ramón Guillermo Aveledo en “Aristides Calvani – parlamentario”).
Y dichos principios los impulsó asimismo fuera de Venezuela.
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Arístides Calvani fue un venezolano de mirada “universal”, un latinoamericanista defensor de la integración de nuestros países.
Un querido amigo, el embajador Sadio Garavini di Turno, con motivo del centenario de su nacimiento, celebrado en 2018, escribió esta certera semblanza:
“Arístides Calvani, como Canciller de Venezuela durante el primer gobierno de Rafael Caldera, cumplió, en el marco del respeto del Derecho Internacional, con el mandato de la Constitución venezolana de 1961 de “sustentar el orden democrático como único e irrenunciable medio de asegurar los derechos y la dignidad de los ciudadanos, y favorecer pacíficamente su extensión a todos los pueblos de la tierra”. Posteriormente como secretario general de la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA), trabajó intensamente por la democratización de Centroamérica, no sólo con los partidos de inspiración socialcristiana, sino con todos los partidos y grupos democráticos y puso un especial énfasis en relacionarse con los grupos y sectores no tan democráticos. En efecto, Calvani creía que, para establecer la democracia en América Central había que empezar por democratizar a los no demócratas.
Calvani dirigió, con mano experta, una política internacional principista, institucional y bipartidista.
Para Calvani la democracia es el sistema político éticamente superior porque está basado en la centralidad y dignidad de la persona humana como ser libre y responsable de sus actos. (…) Él concebía a la democracia como un proceso continuo de democratización. Al respecto, nos decía:” la democracia hay que establecerla donde no la hay, hay que consolidarla donde ya se ha establecido, y hay que perfeccionarla cuando ya se ha consolidado”. La democracia, por tanto, no es ni será nunca perfecta, pero siempre será perfectible. (…) Es la solución a los problemas de la sociedad, una sociedad que está al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la sociedad”.
Fue asimismo un brillante docente universitario, y un parlamentario ejemplar. Diputado electo en 1948 y 1958. El 23 de enero de ese último año se encontraba preso, por su participación en las protestas universitarias y por ser uno de los 18 profesores que firmó el manifiesto del 27 de noviembre de 1957, en respaldo a la manifestación estudiantil del día 21.
Luego de cumplir una brillante labor como canciller, en el primer Gobierno de Rafael Caldera (1969-1974), al final del mismo se inscribe en COPEI. Poca gente sabía que él había sido hasta ese momento un independiente comprometido, eso sí, cabalmente, con el socialcristianismo. En 1979 será senador por el estado Sucre, defendiendo, una vez más, con verbo brillante una política al servicio del hombre, de la persona humana. Señalemos dos de sus frases destacadas en los diversos debates parlamentarios:
“El sistema democrático no es solo una estructura formal de leyes, es también una actitud de vida, una actitud existencial”;
“La Constitución es un instrumento jurídico y es, al mismo tiempo, un instrumento político. Y cuando digo político, quiero hablar muy claro, porque en el término “político” se establece frecuentemente una confusión. La política puede significar las estructuras fundamentales de un Estado, en cuyo caso es ciencia. La política puede señalar también el ejercicio de las actividades de los órganos de un Estado, y en ese caso es técnica: política fiscal, política económica. Y la política puede señalar, finalmente, grupos humanos que tratan de alcanzar el Poder para desde el poder desempeñar una determinada política. (…) Utilizar la fuerza como medio de sustitución de ese régimen es la negación misma de la democracia”.
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El 18 de enero de 1986 Calvani, su esposa Adelita, luchadora social y ex alcaldesa de Caracas, sus hijas Graciela y Marielena, junto con otras 92 personas, encontraron el fin de su vida terrenal al estrellarse un avión en la selva guatemalteca, no muy lejos del mítico Tikal.
Dejaba testimonio de una vida ciudadana dedicada al servicio del bien común, como se señala arriba. Pero Calvani fue no solo un venezolano excepcional, fue también un padre de familia, esposo, padre, amigo y cristiano ejemplar. Una persona profundamente espiritual. “Le hacía a uno sentir el deseo de hacernos espíritu con su espíritu” (Oswaldo Álvarez Paz). Poseía una generosidad de espíritu que era una de sus marcas más distinguidas y distinguibles; hizo de su vida un perenne servicio a sus semejantes. Vivió, en suma, una existencia auténticamente humanista y cristiana.
Su muerte demasiado temprana nos señala permanentemente cuán importante habría sido su presencia en las más de tres décadas de tribulaciones que hemos vivido todos los venezolanos. La importancia de su palabra orientadora, y el ejemplo de un ser humano digno y ejemplar.
Arístides Calvani, su esposa Adelita, y sus hijas Graciela y María Elena, tienen muy merecido el descanso eterno del que sin duda gozan.