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Villasmil: Consensos y disensos

 

A esta altura del annus horribilis 2020 gracias al virus chino, son muchas las conclusiones posibles.

No se necesita tener demasiada agudeza para captar el hecho de que, más allá de lo mucho mejor que han enfrentado el virus chino las jefas de Gobierno que sus pares masculinos (lo cual ha sido cabal y minuciosamente reseñado por los medios de comunicación), hay otra posible clasificación que puede servirnos de guía iluminadora para entender las razones de que algunas sociedades han logrado resultados muy positivos, y otras no.

Cualquier lista de países en los cuales el número de infectados, de decesos y de tribulaciones económicas es sumamente negativo, va acompañada de esta característica fundamental: la incapacidad manifiesta de la clase dirigente de crear consensos sociales y políticos; en algunos casos, no solo no se obtienen, es que ni siquiera se buscan o desean.

Siempre se ha considerado la democracia y el republicanismo como instituciones destinadas a lograr los mayores consensos posibles en torno a metas de la sociedad que todos comparten; lo que diferenciarían las posturas plurales son matices, no visiones suma-cero de la vida. Especialmente cuando la nación respectiva atraviesa una emergencia como la del coronavirus.

Un ejemplo histórico siempre recordable es la Segunda Guerra Mundial y el Reino Unido bajo el liderazgo de Churchill: él ni por un segundo pensó en intentar gobernar y enfrentar al nazismo solo con su partido, el Conservador (a pesar de que tenía una cómoda mayoría parlamentaria), sino que llamó al Gobierno, con responsabilidades ministeriales importantes, a los rivales ideológicos, los socialistas del partido Laborista. Aún más, incluso llegó a pactar con su enemigo más declarado, la Unión Soviética bajo la oscura tiranía de Stalin. Era necesario hacerlo para derrotar a la formidable maquinaria militar hitleriana.

El liderazgo –esencialmente democrático- que hoy ha buscado unificar, crear consensos generales para enfrentar el virus chino muestra los resultados a la vista de todo el mundo: Alemania, Noruega, Nueva Zelanda, Dinamarca, Corea de Sur, Finlandia, Uruguay, Costa Rica.

Otro tipo de liderazgo (o “anti-liderazgo”), negador de toda colaboración, puede dividirse en dos tipos: los que podían lograr pero no quisieron el consenso, y los que simplemente lo desprecian.

En el primer grupo están Brasil, México, España, Italia, Estados Unidos. Los resultados están a la vista. En España (el país europeo con peores resultados) en plena pandemia, que por desgracia retorna con fuerza, el dúo Sánchez-Iglesias está interesado en que le lleguen pronto las ayudas europeas –que casi exigían que vinieran sin condiciones- para continuar su desgobierno. López Obrador y Bolsonaro han demostrado ser dos populistas de la peor especie. Decenas de miles de mexicanos y brasileños sufren las consecuencias de los actos de estos dos insensatos.

En el segundo grupo están diversos autoritarismos que no solo desprecian la vida humana, sino que han utilizado la pandemia para cerrar aún más las compuertas a la libertad. Ejemplos egregios: China, Rusia, Irán, Turquía, Nicaragua, Cuba y, por supuesto, lo que queda de Venezuela.

¿Qué tienen en común estos fracasados liderazgos en el combate contra la pandemia? Si se pudieran mezclar, metiendo en una batidora, los egos de Luis XIV, Mussolini y Hugo Chávez, el resultado final sería posiblemente similar al ego de cada uno de los tiranos en esos países.

Nunca se sabrá exactamente cuántos seres humanos fallecieron en dichos regímenes por la pandemia. Sabemos, eso sí, que en Cuba –en palabras de Marcelino Miyares, editor de América 2.1- “al igual que otros totalitarismos, la tiranía castrista ha usado la situación excepcional que han significado estos tiempos de pandemia para incrementar la represión, la persecución de toda disidencia, de toda crítica, de todo intento de llamar la atención sobre el mal estado de las instituciones sanitarias por parte de un régimen inhumano”.

Sabemos que en Rusia el neo-Zar Putin forzó una elección acusada de todo tipo de irregularidades para reformar la Constitución y mantenerse en el poder supremo hasta que la biología le diga ya basta, como sucedió con Stalin.

En China, represión es la palabra del día: contra Hong Kong, contra las minorías étnicas, contra cualquier denuncia sobre el virus.

Sabemos que en Nicaragua Ortega está manipulando las cifras para esconder el horror pandémico que castiga injustamente a su pueblo. Y un acto terrorista acaba de incendiar la Catedral de Managua.

Lo de Venezuela no tiene nombre: desde el Gobierno han acusado de “bioterroristas” a los ciudadanos venezolanos que, en condiciones económicas dantescas, desean desesperadamente regresar a su patria por los llamados “caminos verdes”, por las trochas que comunican con Colombia. Sumados a diversas declaraciones de la jerarquía eclesiástica venezolana,  sacerdotes de la zona fronteriza emitieron un comunicado titulado: “No son bioterroristas, son nuestros hermanos, son hijos de Dios y eso tiene que bastar”.

Pero para los cultores del “patria, socialismo o muerte”, ello no importa nada. Si usted es bolichico o enchufado, y por ende tiene cobres, puede entrar a Venezuela en jet privado, y no someterse a ninguna cuarentena. Si no lo es, cuídese usted mismo, que del desgobierno chavista no recibirá nada. ¡Perdón! Sí recibirá algo: si usted es pensionado, ya recibió sus correspondientes 400.000 Bs. de cada mes, o sea al cambio aproximado del pasado viernes 31de julio, $1,49. Y vea qué puede comprar con eso.

En realidad, la diferencia entre exitosos practicantes del consenso y fracasados amantes del disenso se resume en la presencia o no de una visión y acción humanistas.

Un verdadero líder de consensos se da cuenta de que tragedias como una pandemia van más allá de la política; es la vulnerabilidad compartida, que nos identifica a todos como humanos, la que está siendo afectada.

Un verdadero líder de consensos sabe descender de su pedestal político –como hizo Churchill en plena guerra mundial- para tocar la fibra humana de cada compatriota, convenciéndolos que solo el uso práctico y continuo del pronombre “nosotros” podía darles la victoria, generar la fuerza colectiva necesaria para vencer.

Un verdadero líder de consensos habla de los muertos no como meros números estadísticos, o masas sin rostro, sino como seres únicos, irrepetibles en su biografía y en su humana dignidad.

Un verdadero líder hablaría con la honestidad de Winston Churchill, a la hora de informar a sus compatriotas de la caída de Europa continental en las garras nazis, y de que lo que les podía ofrecer, en principio, para continuar la lucha era “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Y los pueblos británico, canadiense, neozelandés, indio, australiano, sudafricano y de las demás posesiones británicas de entonces dijeron presente, hasta que la lucha concluyó en victoria.

Sobre todo, en momentos de crisis, un verdadero líder recordaría y buscaría la necesaria unidad, nuestros propósitos comunes, los consensos necesarios para superar los obstáculos y tragedias.

 

 

 

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