Pasajeros cubanos en el aeropuerto de Miami. (EFE)
Dos hechos sucedidos hace apenas un par de semanas empiezan a acaparar la atención de los analistas del «caso Cuba«. El primero, parece una nimiedad. El régimen ha publicado en Granma, órgano oficial del Partido Comunista (PCC), una nota sobre la Serie Mundial de béisbol que involucra a dos cubanos y un cubanoamericano. Todo indica que la televisión nacional, también en control absoluto del PCC, trasmitirá en diferido todos los juegos del evento. Parece ser un primer paso para disfrutar de la mejor pelota del mundo.
El segundo ha sido el anuncio de que las restricciones para entrar a Cuba, en parte, han terminado; se perdonan los pecados de la salida «ilegal», excepto para quienes lo hicieron a través de la Base Naval de Guantánamo. Una curiosa coletilla es poder entrar a la Isla a través del mar. Cualquiera que viva en el sur de la Florida sabe lo que eso significa: una avalancha de botes y yates para los cuales dos puertos cubanos no bastan —Hialeah es la ciudad norteamericana sin acceso al mar con más botes por milla cuadrada.
Todavía tendrá que esperarse hasta el 1 de enero del próximo año para hacer efectiva esta segunda «desregulación«. Ahora mismo en Miami puede haber cientos o miles de cubanos haciendo las maletas o poniendo adicionales tanques de gasolina a sus botes. Y aunque no se sabe todavía quiénes son «fugitivos legales» y quiénes no, el alud de aplicaciones para pasaportes cubanos —calcular cuánto dinero solo por ese trámite— podrá sepultar al solitario cónsul cubano que queda en Washington.
Observemos como se han alineado las estrellas: el Gobierno estadounidense está a punto de revelar al Congreso los resultados de sus investigaciones sobre los ataques sónicos. De encontrar culpables a los cubanos por omisión o acción, la respuesta podría superar las medidas diplomáticas. Alineada Cuba como está con el régimen de Venezuela, el Grupo de Lima comienza a comprender que el conflicto venezolano se resuelve, disuelve o revuelve en La Habana. En tanto, la comunidad europea ha desactivado la Posición Común pero con algunas ojerizas: serán monitoreados los derechos humanos en la Isla. Sin inversiones ni créditos europeos, y la condonación de las deudas, es casi imposible sobrevivir.
Una vez más, las autoridades comunistas de La Habana, y a pesar de los muchos riesgos que corren, abren la Cortina de Bagazo. Pero solo un poco. Lo suficiente como para que entre oxígeno a la plantación. Y una vez más, el exilio, cada día menos homogéneo, menos politizado, y menos sufriente, deberá optar por taparse la nariz, bajar la cabeza y regresar a la jaula donde quedó parte de su ralea. O de otra, rechazar la oferta de las migajas y exigir la parte del pastel que por derecho natural le toca.
Un detalle que no puede pasarse por alto: en breve el mayoralato será otro, pero las llaves de las barracas no cambiarán de dueño. Nada, y menos en política, es casual. Interpretar estas acciones como simples debilidades del régimen es, tal vez, incorrecto. El masivo flujo de cubanos que esperan en Cuba puede llenar las arcas y limpiar la cara política internacional. Y en breve todo volverá a ser como es y como ha sido. Solo hay que llenar un poco la despensa.
A casi todos nos gustaría decir, gritar a los cuatro vientos: «¡Al fin!». Se acabaron los días en que los peloteros «desertores» eran peores que los asesinos, y que la pelota de las Grandes Ligas había que seguirla por Radio Martí. Pararnos en una esquina habanera, cual Willy Chirino, y conversar con el médico, el ingeniero, el obrero que se «quedó» o se fue en una balsa; que puedan ver a sus hijos o sus padres antes de que mueran de tristeza. Decirle al mundo entero que se puede viajar a Cuba sin temor a una estafa, a que te metan en la cárcel por una deuda no pagada, por los artículos que has publicado y no porque te llevaste una luz roja o atropellaste un gato.
Es bien conocido que el régimen cubano jamás hubiera dado estos pasos si la situación económica y social no fuera tan precaria, y en vías de empeorar. También con qué encontradas emociones cubanos del exilio y de la Isla reciben estas pequeñas reformas. Muchas lágrimas e insomnios provocaron separaciones forzadas de padres, hijos y esposas de quienes «desertaron»; un castigo sin justificación moral o política.
Prohibieron durante décadas a millones de aficionados de la Isla el mejor béisbol del mundo, mientras —lo sabemos bien— los «inmunes a la desviación ideológica» podían adquirir gorras, camisetas y traer del extranjero los juegos de la Serie Mundial.
Vendrán más restricciones levantadas, y no por voluntad o misericordia. El régimen, su organización económica, social y política son insostenibles desde cualquier ángulo que se le mire. Han agotado su ciclo histórico, y si no se enteran, hay un pueblo mayoritario que se los recordará algún día. Pero es inevitable tras estos anuncios sentir una sensación rara, entre alegría hueca y tristeza dulce, al estilo Cesar Vallejo.
El dolor y el sufrimiento de todo un pueblo durante seis décadas hace que uno mire la bahía de Miami en dirección al sur, o se pare frente al televisor, viendo los batazos de Puig y de Gurriel en la Serie Mundial, y pregunte: «¿Y ahora qué?«.