Gente y SociedadOtros temasSalud

Yoani Sánchez: Día 9 de la emergencia por el covid-19

Ahora mismo, una cárcel cubana es el peor lugar para vivir esta pandemia

El teléfono sonó temprano este domingo y regresé de un sueño. Estaba refugiada en una realidad paralela y el timbre me trajo de vuelta. Al otro lado, un recluso cienfueguero desgranaba sus cuitas. Está condenado a cuatro años por «sacrificio ilegal de ganado vacuno» y teme que el covid-19 lo atrape entre barrotes.

Ahora mismo, una cárcel cubana es el peor lugar para vivir esta pandemia. Al hacinamiento, se le suman los problemas en el suministro de agua, la pésima alimentación y las dificultades para comunicarse con los familiares. Un país con tantas prohibiciones absurdas tiene centros penitenciarios superpoblados y muchos prisioneros que nunca debieron estar tras las rejas.

La voz al otro lado de la línea me cuenta que lo condenaron porque alguien lo vinculó al ataque contra un «añojo», el becerro no murió, pero el tribunal lo encerró por 48 meses. Todos los que me llaman de alguna prisión dicen que son inocentes, pero amén de la verdadera culpabilidad, en este caso sostengo que son tiempos de indultos y amnistías.

Ir a la cárcel en Cuba no es cuestión solo de delincuentes. El código penal incluye la figura de «peligrosidad predelictiva»

Ir a la cárcel en Cuba no es cuestión solo de delincuentes. El código penal incluye la figura de «peligrosidad predelictiva» que -al peor estilo de la película Minority Report– te lleva al presidio solo porque las autoridades creen que puedes violar la ley. Si se le suman los delitos de opinión y oposición, estamos ante una jaula donde cualquiera puede caer.

Abrir las rejas, suavizar las sentencias que se dicten en los próximos días y eliminar tantos delitos disparatados del Código Penal cubano puede ser un primer paso. Qué nadie más vaya a prisión porque se suponga que va a convertirse en un futuro criminal, tampoco por sacrificar su propia vaca o por transportar en un maletín un par de libras de camarones.

Son tiempos de rectificar y de abrir.

Hoy, el Ministerio de Salud Pública actualizó las cifras del coronavirus en Cuba. Según datos oficiales, hay 139 casos positivos y más de 2.300 personas bajo vigilancia. Detrás de cada número hay una vida. Como la del pastor Saúl Díaz, de la pequeña ciudad de Remedios, en la provincia de Villa Clara, que fue el primer cubano incluido en la lista de fallecidos que ha sido difundida por los medios nacionales.

En mi barrio, la noticia de esa muerte ha paralizado a muchos. Hasta hace poco el coronavirus parecía cosa de extranjeros, un mal que llegaba desde fuera pero que no haría mella en los nacionales. Ponerle nombre, rostro y voz a una de las víctimas tiene un efecto demoledor. «Ya no salgo más», me dijo un vecino después de que le enseñé el último video de Saúl Díaz en Facebook, mientras tosía y esperaba por ser hospitalizado.

Hoy, seguí con mis siembras en la terraza. Al huerto de autoconsumo se le sumaron unos ajos y también unos pimientos. Mientras muevo la tierra y preparo las semillas, no dejo de pensar que a pocos metros de mi balcón se levanta el Ministerio de la Agricultura, una mole de concreto cuyo tamaño es inversamente proporcional a la eficiencia de la tierra en Cuba. Un día, esos pisos no estarán llenos de burócratas sino de emprendedores… Al menos eso sueño.

Insisto en lo que puedan dar mis manos porque lo que ayer costaba cinco, hoy vale diez. Los precios suben y suben

Insisto en lo que puedan dar mis manos porque lo que ayer costaba cinco, hoy vale diez. Los precios suben y suben. Si el viernes algunos vecinos de mi edificio todavía sobrevivían con las compras online de comida que hacían para ellos sus hijos emigrados, ya no es posible. La mayoría de esos portales comerciales han cerrado o advertido que no podrán cumplir a tiempo con las entregas.

Todos hemos vuelto a estar en la misma línea de arrancada. No importa edad, raza, condición social, acceso a la remesa o grado escolar. Hemos entrado en el territorio de la sobrevivencia, donde nada está escrito de antemano. Un recluso y alguien que camina por las calles están en igual fragilidad, en idéntica condena.

 

 

Botón volver arriba