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Yoani Sánchez/ Días 45 al 47: El insulto animal y la pobreza verbal

A las afueras de la cafetería que hasta hace un mes estaba abierta en la calle Tulipán de La Habana espera paciente un perro callejero. No sabe por qué el lugar donde antes algunos clientes le lanzaban huesos, ahora está vacío y no huele siquiera a comida. En medio de la pandemia cientos o miles de animales abandonados se han quedado aún más desvalidos en esta Isla.

Mientras tanto, nuestra pequeña sata recogida cuando comenzó la crisis del covid-19 en Cuba ya tiene nombre y parece haber olvidado los rigores de la calle. Le hemos puesto Chiqui, aunque amenaza con no hacerle honor a su nombre en poco tiempo. Un reto ha sido tratar de eliminar de su cuerpo las pulgas que trajo en medio de esta crisis, que ha hecho desaparecer los pocos fármacos veterinarios que quedaban en el mercado.

Pero con paciencia, hemos retirado también todas las «garrapatillas» de la cachorra. Unos animales succionadores de sangre que Mariela Castro ha intentado esta semana comparar con los activistas que promueven plataformas fuera del abrigo oficial. El insulto animal busca deshumanizar al diferente, restarle carácter de persona al que piensa distinto y promover el rechazo a quien ni siquiera puede ostentar la categoría de homo sapiens, según sugieren las palabras de la sexóloga.

No me han sorprendido. Hace doce años, cuando la directora del Centro Nacional de Educación Sexual impartió una conferencia en el edificio destinado a las obras universales del Museo Nacional de Bellas Artes, pedí la palabra y le pregunté «¿Cuándo los cubanos podremos salir del armario político?« Tras una respuesta evasiva, días después Castro me lanzó una andanada de improperios en las redes y me llamó «gallita». Quedé, para ella, reducida a un ser de granja, confinada en un cuerpo con pico y plumas.

 

Atacar a otro con calificativos como «gusano», «burro», «puerco» o «garapatilla» muestra algunas características de quien lanza semejantes insultos

Atacar a otro con calificativos como «gusano», «burro», «puerco» o «garapatilla» muestra algunas características de quien lanza semejantes insultos. Una de ellas, su profunda pobreza verbal y mental para encontrar formas más rebuscadas y hasta sutiles de criticar los comportamientos que no le gustan. Si «honrar, honra»… denigrar, denigra y nadie queda más enlodado que aquel que gruñe un insulto de este tipo.

Por otro lado, semejantes ataques denotan la arrogancia y altanería de quien los lanza. Si, además, se trata de una mujer nacida en cuna poderosa y rodeada de privilegios toda su vida, comparar a otros con diminutos animales no puede dejar de leerse como el gesto de engreimiento de una aristócrata para el que cualquiera que no está a su altura social y económica es, poco menos, que parásito o un insecto.

Sin embargo, lo que más delata a Mariela Castro con semejante metedura de pata es que le falta la humildad para rodearse de asesores que le aconsejen sobre su imagen pública. Al igual que su padre y que su tío, la sexóloga no parece dada a escuchar recomendaciones de cómo hablar sin transmitir odio, crispación o desprecio hacia otros.

Chiqui, nuestra perrita que llegó llena de «garrapatillas» a la casa, parece más dada a relacionarse con el gato de la casa, tan diferente a ella, que Mariela Castro con los activistas que demandan mayores espacios para la comunidad LGBTI en Cuba, libertad de asociación para poder representarse ellos mismos sin necesidad de estar a la sombra de una institución oficial y la legalización del matrimonio igualitario, entre otras reivindicaciones.

Nada, que los animales nos dan muchas lecciones y esta mañana he encontrado a la cachorra y a la felina Totí dormidas, acurrucadas en un abrazo. He pensado mandarle una foto de esa capacidad de convivir amablemente a la directora del Cenesex… Pero mejor no, no vaya a ser que me regale otro insulto de cuatro u ocho patas.

 

 

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