Philip K. Dick: El alucinado profeta de Blade Runner
El estreno de la secuela de ‘Blade Runner’ devuelve a la actualidad el universo único, entre la esquizofrenia y la ciencia ficción, de su creador
Hay un lugar mítico para los forofos o seguidores de Philip K. Dick: la casa de Paul Williams en Glen Ellen. Allí, justo en el garaje, una camioneta llegó una mañana llena con todos los papeles del autor: la familia de Dick lo había nombrado su albacea. Allí se comenzó a publicar un boletín con las novedades relacionadas con Dick: basta hojear su evolución para darse cuenta del crecimiento experimentado por el autor de Ubik en muy pocos años. De autor raro del gueto de la ciencia ficción a personalidad inesquivable de la literatura norteamericana que alcanzó la lanzadera más deseada: el interés de Hollywood. La película de Ridley Scott que mejoraba, a qué engañarse, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? supuso el primer peldaño de una escalinata que no ha dejado de trepar. Luego llegaron Desafío Total -con Swarzenegger– y Minority Report -con Tom Cruise-. Dick se convirtió en un autor muy popular, pero los forofos o seguidores de Dick, quienes sabían que lo que interesaba a Hollywood estaba muy lejos de llegarle al tobillo a las grandes novelas o relatos del autor, las piezas donde enterraba secretos que desvelaban una realidad que si se visibilizaba podía destruirnos, debieron sentirse como los primeros cristianos que pasaron de vivir en cuevas a ver cómo lo que defendían se convertía en un poder mundial que a menudo no temía contradecir el propio mensaje en que se fundamentaba. Lo cuenta -y lo cuenta excepcionalmente- Emmanuel Carrere en su libro sobre Philip K. Dick: Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. «Los happy fews, aunque propensos al proselitismo, dejan de ser completamente happy al dejar de ser fews«. El libro de Carrere está incomprensiblemente descatalogado en español y solo se consigue a precios muy elevados. Era la cuarta biografía de Dick que se publicaba en un lapso de 10 años. Aunque era algo más que una biografía. Un libro realmente peligroso para Dick, porque lo convertía en un personaje fascinante, pero, al concentrar de manera tan magistral sus novelas y su mundo, podía inyectar en los lectores la sensación de que ya no les hacía la menor falta asomarse a esas novelas y a ese mundo.
Carrere divide a los lectores de Dick en tres grandes grupos: en el primero están los últimos, quienes se asomaron a lo que hacía por la curiosidad de ver quién inspiró a Ridley Scott; en el segundo están quienes lo consideran un maestro indiscutible e influyente de la ciencia ficción -que no en vano es un precursor del cyberpunk que nos quemó las meninges en los 80-; y finalmente están los más acérrimos: quienes no sólo lo consideran un escritor, sino un profeta, quienes encuentran en sus libros la Revelación de una esencia. En cuanto a su suerte como autor también hay dos grupos perfectamente distinguidos: en un rincón los que reconocen que las ideas que ponía en juego Dick en relatos y novelas resultaban deslumbrantes pero para expresarlas apenas contaba con las herramientas necesarias, pues su prosa era pobre, sus personajes estereotipos, sus recursos narrativos indigentes; en el otro rincón, quienes arguyen que no puede haber esa quiebra entre estilo y fondo, porque Dick se ajustaba a las exigencias de un género muy supeditado a la tradición y el público que lo hacía posible, y que aún así consiguió que las costuras del mismo saltaran por los aires. Hay razones para dar la razón a ambos grupos: es cierto que la prosa de Dick no llamará la atención por su belleza, pero también que no se le puede discutir su eficacia.
Convertido en icono en los 80 y 90, Dick fue uno de esos autores que, junto a su amplísima obra, tuvo una vida tan salpicada de episodios extraordinarios que no es raro que haya suscitado tantísima atención: a pesar de que su obra ocupa miles de páginas, la bibliografía que ha generado multiplica por mucho ese volumen. Su hermana melliza murió de hambre a los 20 días de que nacieran y desde niño Dick vio una tumba en la que ya estaba inscrito su nombre con la fecha de nacimiento, a la espera de que se grabase la de su muerte. Cuando murió, fue enterrado con su hermana y la lápida se completó con el año y el paréntesis que cerraba su vida. Sus episodios psicóticos, con abundancia de paranoias, sus experimentos con las drogas, sus simpatías beat y su condición de apóstol de la contracultura, y su locura -o no- final, facilitan que cualquiera se apasione con la figura -tanto tiempo escondida, excluida de los panteones literarios- de Dick. Fue en 1974 cuando un episodio en apariencia banal -un rayo de sol arrancándole un mensaje a la figura que colgaba del collar de alguien que llamó a su puerta- le hizo entrar en un laberinto metafísico del que ya no salió: se convenció de que era un elegido, un profeta, de que sus angustiadas ficciones sobre conspiraciones muy elaboradas para mantener poblaciones retenidas en la mentira de lo real -para que no advirtiesen que la realidad está hecha de capas y que sólo quienes no temen la locura pueden atreverse a indagar en ella- tenían que dar un paso más allá, revelar una verdad sin que importase que hacerlo destruyera el mundo. Se volvió un autor religioso, ayudado por más episodios místicos (supo que su hijo se moriría si no se le operaba de una hernia a pesar de que los exámenes médicos aseguraban que no había ninguna hernia: pagó una fortuna por conseguir exámenes más estrictos y minuciosos y en efecto, la hernia estaba allí, los exámenes dictaminaron que de no operarse, hubiera matado al niño). Pero creo que narrativamente es lo menos importante de su obra.
Las novelas y relatos de Dick formulan una pregunta gigantesca acerca de la identidad. Es una exploración fascinante en la naturaleza de lo real, de qué es real, de cómo la mente se ahorma para acomodarse a una realidad cualquiera y conformarse con ella sin que la expedición ocasione daños: de ahí que el héroe de Dick, casi siempre un ser anodino –Dick es el Dickens de la ciencia ficción en acertada expresión de Ursula Le Guin– entre en crisis al no aceptar el conformismo, al querer llegar al fondo, tratar de descubrir la verdad. La verdad de la mentira que se ha impuesto sobre cualquiera de las sociedades donde se desarrollan sus novelas. Pues si la mentira es la que comanda el curso de las cosas, ¿cómo puede uno, con su identidad y su yo, partir de que es verdad? ¿Y si no es verdad, entonces qué es? Frecuentemente los personajes de Dick saben que van hacia la destrucción propia porque el conocimiento los incendiará. Pero es en esas expediciones -y en la descripción de esas sociedades donde todo queda derretido, desde las costumbres hasta la Historia (recuérdese su formidable novela El hombre en el castillo, una ucronía que da un paso más allá del género y se convierte en meta-ucronía)- donde encontraremos lo mejor de Philip K. Dick. Si tuviera que quedarme con una de las obras de Dick, citaría Ubik, donde con gran audacia, Dick ilustra su visión de una realidad monstruosa que está hecha de realidades comunicadas por pasillos extraños y angustiosos. Asimismo es muy recomendable como puerta de entrada al mundo Dick Los tres estigmas de Palmer Eldrich, donde la realidad virtual, gracias a un potente alucinógeno, dibuja una idealización de la Tierra para todos los colonos trasladados a otros planetas (mientras en la realidad, la Tierra es un planeta devastado donde sólo es posible la vida en la Antártida). En cuanto a la novela que dio origen a Blade Runner, es de esos casos indudables en los que la película está a mucha distancia en calidad y fuerza del texto en que se basó. Pero si quieren respirar el mundo, la vida y la obra, de esa criatura extraña y genial que fue Philip K. Dick, no hay más remedio que leer el inmenso libro de Emmanuel Carrere.