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Susan Collins, Nueva Inglaterra, Prosperidad y Partido Republicano

Hablo por Skype con una amiga norteamericana acerca de los resultados y consecuencias de las recientes elecciones en su país. De entrada, le digo que ella debe sentirse como una especie en vías de extinción: es una republicana moderada, y se considera representada en las biografías del primer presidente del país postulado por el partido, Abraham Lincoln, así como de otros recordadas figuras del llamado Grand Old Party (GOP), como el recientemente fallecido John McCain, o los ex-presidentes Dwight Eisenhower y Ronald Reagan.

Su respuesta es clara: el trumpismo no solo gira en torno a las acciones del actual presidente, sus excentricidades y carencias éticas, sino su traición a los principios fundamentales del conservadurismo. Le digo que el problema va más allá de Trump; tampoco son realmente conservadores los actuales dirigentes principales de la tolda, como el líder en el Senado, Mitch McConnell. Y ello se nota especialmente desde que se permitió el crecimiento en influencia y poder de la derecha religiosa y del Tea Party. Lo anterior nos lleva a un dato que revela los graves daños que el trumpismo le está causando al partido Republicano, que ya mencionamos en nota previa: promueven una polarización concentrada y asimétrica, en lo geográfico y demográfico.

Un ejemplo que debería generar gran preocupación para el futuro de la derecha norteamericana: a partir de enero de 2019 no habrá en la Cámara de Representantes un solo Republicano representando a alguno de los seis estados de Nueva Inglaterra: Massachusetts, Maine, Rhode Island, Vermont, New Hampshire y Connecticut.

Y del total de 33 representantes parlamentarios de dicha región, sumando las dos cámaras, solo quedará una senadora, Susan Collins (Maine), quien es posible que se retire y no se presente para la reelección, o pierda en 2020.

Susan Collins

Debe mencionarse que Susan Collins es una republicana moderada, entre las parlamentarias más antiguas, que no saliva automáticamente cuando ve a Trump. Posee criterios propios, lo cual le ha generado toda clase de problemas con la dirigencia de su partido. Alguna vez fue descrita como “una de las últimas sobrevivientes de una especie alguna vez abundante, el político Republicano moderado del Noreste, de Nueva Inglaterra”. Y, como mi amiga, su extinción, bajo el trumpismo, luce muy cerca.

Desde el punto de vista histórico Nueva Inglaterra ocupa un lugar fundamental en la imaginación, la memoria y la cultura de la nación norteña. Su nombre deriva de haber sido el lugar geográfico en el que se alojaron los primeros colonos británicos que llegaron a América del Norte, a partir del desembarco del buque Mayflower en 1620. Nueva Inglaterra produjo las primeras obras de literatura y filosofía estadounidense y fue el hogar de los inicios de la educación pública y gratuita. En el siglo XIX desempeñó un papel prominente en el movimiento para la abolición de la esclavitud, y fue la primera zona del país en ser transformada por la Revolución Industrial. Hoy, su nivel de vida es el más alto de la nación, y su pléyade de universidades y escuelas superiores de nivel máximo, como Harvard, Yale, MIT, Brown, Dartmouth, Tufts, Wellesley, Mt. Holyoke, Williams, Amherst, Berklee College of Music, Brandeis, Massachusetts University, Boston University y Wesleyan, no tiene igual en ninguna otra región del país o del mundo.

Ganar allí no es solo obtener votos, es crecer en legitimidad e identidad socio-culturales. Como perder de forma abrumadora, o peor aún, desaparecer de allí, trae consigo terribles nubarrones sobre cualquier familia política. Las decadencias partidistas pueden arrancar de varias maneras, una de ellas es cuando la presencia nacional y socio-cultural se angosta, se reduce a áreas concretas y específicas, sobre todo si son las de menor desarrollo. Ganar en Nueva Inglaterra es apostar por el futuro.

Mark Muro y Jacob Whiton, de la Brookings Institution, en un trabajo reciente (“Las dos economías estadounidenses permanecen alejadas”) demuestran que “la actual división política nacional replica la división económica, reafirmándose tendencias ya notadas en las elecciones de 2016: al vincular los resultados para la Cámara de Representantes (Congreso) en todos los circuitos del país, con los datos económicos de cada uno, el análisis muestra que la mayoría gobernante de 228 distritos del Congreso (a la fecha de publicación del artículo) ganados recientemente por los demócratas abarca el 60.9 por ciento de la actividad económica de la nación, medida por el total de la producción económica en 2016. Los distritos Demócratas son más productivos, con una fuerte orientación hacia las industrias avanzadas que determinan claramente la prosperidad. En particular, los votantes en estos distritos poseen títulos de licenciatura relativamente altos y trabajan desproporcionadamente en industrias digitales como la creación de software y el diseño de sistemas informáticos.

Por el contrario, los 200 escaños (siempre a la fecha de publicación de este trabajo) capturados por los republicanos representan un sector muy diferente de la economía. Si bien son casi tan numerosos como los demócratas, estos escaños representan sólo el 37,6 por ciento de la producción nacional, y parecen estar mucho más orientados a las industrias de menor producción, así como a la manufactura no avanzada (por ejemplo, ropa o alimentos). Relativamente menos adultos en estos distritos poseen una licenciatura y menos aún trabajan en servicios digitales”.

Por su parte, la actual mayoría en el Senado se centra fundamentalmente en 21 estados en su mayoría rurales que hoy poseen ambos senadores del partido Republicano, dispuestos a torpedear y vetar iniciativas de los estados del Este, sobre los proyectos y las prioridades de la América de alto rendimiento. 

Como afirma Paul Krugman: Casi un 60 por ciento  vive en áreas metropolitanas con más de un millón de personas, más del 70 por ciento en áreas con más de 500.000 habitantes. Los políticos conservadores pueden ensalzar las virtudes del “Estados Unidos real” de las zonas rurales y los poblados pequeños, pero el verdadero Estados Unidos, aunque sigue teniendo ciudades pequeñas, es principalmente metropolitano. El Senado, al darle dos senadores a cada estado independientemente de su población, es hoy muy poco representativo de la realidad nacional. ¿Cómo serlo, si 600.000 habitantes de Wyoming tienen la misma representación senatorial que 40 millones de californianos? Ello le quita legitimidad al sistema político. 

El trumpismo, que controla el «Estados Unidos del Senado», como todo populismo, es una apuesta suicida por el pasado.

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