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210 millones de sepulcros nos contemplan

Ignácio de Loyola Brandão es tal vez, y hasta sin tal vez, el mejor novelista vivo brasileño, ex aequo con Nélida Piñón, su compañera en la Academia Brasileira de Letras. En la actualidad está empeñado en una lucha desigual contra el irresponsable presidente de su país. Pero era asimismo desigual su lucha contra la dictadura brasileña de 1964 a 1985, cuando escribió y publicó su obra maestra, la novela Cero. Y entretanto la novela es un clásico de la literatura en lengua portuguesa y la dictadura desapareció aunque quiera volver al escenario, de la mano del tal Bolsonaro. Su último texto versus el presidente es poco menos si visionario y recuerda las mejores páginas de Cero. Ha sido para mí un placer traducirlo, y aquí lo traigo para que lo disfruten. Su título es el que campea en esta nueva entrada de mi blog.

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Después de que la nave espacial Solar Orbiter llegó a 77 millones km de distancia del sol, enviando fotos nunca vistas de la superficie solar, continuó fotografiando, sólo que ahora lo hizo de la tierra. De pronto, los observadores se asustaron con la visión de un país de América Latina en llamas, sus límites perfectamente delineados. Los científicos se quedaron atónitos¡Parece que es el Brasil! Los más sabios informaron: No lo parece, lo es. ¿Sería la Amazonia? No, es más, mucho más, es todo el territorio hoy denominado Desamparo Blanco.

Las fotos recorrieron el mundo y hubo trueques de informaciones entre las redes y la ciencia. Se supo en aquel momento que acontecía un fenómeno conocido como “fuego fatuo”, que siempre despertó escalofríos de pavor entre las poblaciones del interior. Llamas angostas, azules y amarillas subían de los 210 millones de sepulcros que cubren el país, prácticamente  pegadas unas a otras. De ahí que el Brasil sea conocido como Desamparo Blanco. Con poquísimos trechos en los que aún quedan ciudades y personas, todo el resto era albo como la Antártida, sin estar congelado.

La situación llegó a este número espantoso de sepulturas poco después de que el más alto Jerarca del país abandonase el Palacio del Crepúsculo* llevándose consigo a sus siete hijos univitelinos y un acompañante habitual, el Hombre Invisible, que todos sabían que era el Ministro de Salud. Abandonando el jet–esquí, el caballo y la moto usuales de todas las mañanas, el hombre pasó a circular por los aires a bordo de un carruaje anacrónico tirado por ocho ñandús gigantes que pastaban en un potrero. Creyéndose Faetón conduciendo el carro alado del sol, el Jerarca consumía cantidades de hidrocloroquinina y con la fuerza de sus pulmones enmohecidos exhortaba: “¡Coraje! Vamos a seguir adelante con la vida y buscar una manera de escapar de este problema. Hagan lo que es posible e imposible en contra de esta pandemia. Todos vamos a morir un día. ¿Y qué?” Y los ocho corifeos del carro alegórico añadían“¿Y qué? ¿Y qué? Por más cruel que sea la decepción, yo continúo adorándote, nadie puede parar mi corazón, que es tuyo, solamente tuyo”, como cantaba Isaura Garcia en los pasados años 60s, tan lejanos.

En este momento se produjo el clímax del fenómeno pirofatual, delineándose perfectamente en un fuego cuyo mapa abarcaba 8 millones y medio de km². Los científicos explicaron que era la primera vez que el fenómeno del fuego fatuo acontecía con tanta intensidad. Sucede en los pantanos, pero es más común en los cementerios. En el momento en que un cuerpo entra en descomposición, se produce una liberación de gas metano que se concentra, provocando una explosión espontánea con llamas azuladas de 2 a 3 m de altura. Cuando los cementerios son gigantescos, como en este caso. que abarcó todo el territorio brasileño con 210 millones de muertos, víctimas del Covid19, el fuego fatuo surge intenso y las llamas  iluminan hectáreas y hectáreas. Las fotos aéreas del país provocaron asombro y  horror y fueron incluidas entre las imágenes icónicas de la Historia Universal.

Como la de Isaraa Seblani en la víspera de su boda, haciéndose fotografiar vestida de novia, con el bouquet nupcial en el regazo, barrida por el desplazamiento del aire a causa de la explosión en el puerto de Beirut, a principios de este mes de agosto. O el diluvio bíblico visto por Gustave Doré en 1843. La foto del sol este año 2020, semejante a un pomelo rojo. El ser humano pisando la Luna por primera vez el día 20 de julio de 1969. Se recordaron momentos como el 12 de abril de 1961 cuando Yuri Gagarin, el cosmonauta ruso, hizo poesía al decir“¡La Tierra es azul!”  Y también la foto de la Tierra Naciente, como fue vista a bordo de la nave espacial Apolo 8, siete meses después del Mayo del 68 en París. Las explosiones atómicas en Hiroshima y Nagasaki, en 1945. Las pilas de cadáveres en los campos de concentración alemanes. Los niños huyendo de los incendios en Vietnam, con la niña Phan Tha Kum Phuc desnuda, completamente quemada por el napalm. La nave espacial Challenger explotando un minuto después de su lanzamiento en 1986. El hormiguero humano en medio del fango de la Serra Pelada, en la foto de Sebastião Salgado, de 1986. En el Sudán una criatura negra muriendo de hambre, mientras a su lado un buitre espera para devorarla, en 1993. Las Torres Gemelas de Nueva York desplomándose en el 2001. Einstein sacándole la lengua al mundo en 1951. La primera imagen ultrasónica de un feto humano de 18 semanas en 1964. El estudiante chino parado delante de un tanque de guerra en la Plaza de la Paz Celestial en Pekín, 1989. La joven colocando un clavel rojo en el cañón de un fusil en Lisboa el 25 de abril de 1974. La falda de Marilyn Monroe revoloteando sobre el respiradero del Metro de Nueva York en 1955. Cleo Pires desnuda en Playboy, 2010, con una frase tatuada en su anca derecha“Olvidar nuestros caminos que nos llevan siempre a los mismos lugares”.

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* Alusión irónica al Palacio de la Alborada, residencia oficial del Presidente de la República, en Brasilia. (Nota del T.)

 

 

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