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Armando Durán / Laberintos: ¿Una luz al final del túnel político venezolano?

    El pasado viernes, después de las 9 de la noche, como vocero de los partidos de oposición agrupados en la Plataforma Unitaria, Omar Barboza, coordinador del grupo, le declaró a la prensa que los diez partidos que la conforman, por unanimidad, y María Corina Machado, cuyo partido Vente Venezuela no forma parte de esa alianza heredera de la Mesa de la Unidad Democrática, había decidido que el candidato único de la oposición era Edmundo González Urrutia, diplomático de carrera y de carácter, hasta ese dramático instante candidato solo encargado de conservar con vida la tarjeta de la MUD en el tarjetón electoral aprobado por el Consejo Nacional Electoral para la elección presidencial convocada para el próximo 28 de julio.

   Esta imprevista decisión fue el resultado de varias cumbres opositoras que podríamos calificar de borrascosas. La estrategia electoral de Nicolás Maduro, quien sin la menor duda está muy consciente de su irreversible poquísima popularidad -menos de 20 por ciento en todas las encuestas- era que bajo ninguna circunstancia se permitiría la presencia de María Corina Machado como candidata de la oposición gracias a su victoria en las primarias de la oposición con 92 po ciento de los votos emitidos, y que se repitiera la derrota abrumadora del oficialismo en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

Para ello ha empleado a fondo la actuación de los poderes públicos, todos bajo riguroso control del régimen, para sacar del juego a Machado y profundizar la fragmentación que desde hace veinte años ha sido la principal seña de identidad de la oposición venezolana. Consecuencia directa de esta manipulación fue admitir en el último momento del plazo abierto para postular candidaturas que el partido Un Nuevo Tiempo inscribiera al gobernador Manuel Rosales y la Plataforma inscribiera al embajador González Urrutia con la tarjeta de la MUD. La grandísima diferencia entre ambas candidaturas es que la de Rosales respondía a un plan urdido en el seno de la alianza para cerrarle el paso a Machado, y la de González Urrutia, propuesta por Ramón Guillermo Aveledo, exsecretario ejecutivo de la difunta MUD, al parecer solo perseguía el propósito de conservar con vida el espacio de la MUD en el tarjetón electoral, mientras la Plataforma negociaba la designación de un candidato definitivo.

   Por su parte, el régimen propiciaba la inscripción de otros candidatos, unos indiscutibles colaboracionistas del régimen, otros simplemente oportunistas en busca de algún resquicio por donde ocupar un espacio, por minúsculo que fuera, en el escenario político-electoral del país. Todos ellos, sin embargo, piezas que le facilitarían al régimen la difícil tarea de simular el triunfo de Maduro en las urnas del 28 de julio, entre otros factores, gracias a una oposición irresponsable, que se manifestaría tanto por la abstención masiva del electorado, como por la dispersión del voto ciudadano en los múltiples candidatos insignificantes que aspiraban a ser lo que no eran ni nunca llegarían a ser.

   La necesidad de darle a estas maniobras una respuesta que le diera un vuelco a la cada día más deprimente situación de las fuerzas opositoras, Machado, sin dejar de recorrer la geografía nacional con la consigna de no apartarse de la ruta electoral a pesar de no tener la menor posibilidad de materializar su victoria irrefutable y aplastante en las elecciones primarias de la oposición, daba muestras muy palpables de su imbatible fuerza política. Por otra parte, la insuficiencia de las demás fuerzas opositoras para promover una candidatura que contara con respaldo popular y que además fuera aceptable para el régimen, colocó a la Plataforma en un callejón que a medida que se aproximaba el 20 de abril, fecha tope para sustituir candidaturas, se hacía más sin salida, y hacía prácticamente imposible unificar las tarjeta de la MUD y de Rosales en una única opción, condición imprescindible para no alejar a los electores de la oposición de los centros de votación.

   En otras palabras, que el escabroso plan elaborado por Henry Ramos Allup y Henrique Capriles con Rosales para minimizar la popularidad de Machado y a la vez darle credibilidad política a la opción Rosales, factores que le darían un barniz de legitimidad al previsto fraude electoral del 28 de julio, se vino sencilla y estrepitosamente abajo. Un derrumbe que se detuvo la tarde de este viernes 19 de abril, cuando tras reuniones nada armoniosas de los representantes partidistas de la Plataforma para encontrar una fórmula que contara con apoyo mayoritario de los partidos y resultara digerible por una sociedad civil cada día más impaciente, se pensó en un acuerdo salvador en torno a González Urrutia, siempre y cuando el régimen lo admitiera como contrincante de Maduro y que el elegido aceptara marchar durante los próximos 100 días por un camino que nunca había estado en sus planes.

   Precisamente para despejar estas dos incógnitas la dirigencia de la Plataforma convocó la presencia en la reunión de Gerardo Blyde, jefe de los negociadores de la oposición desde agosto de 2015, cuando se instaló en Oslo la Mesa de Negociación gobierno-oposición, cuyo desenlace, gracias a la intervención directa de la Casa Blanca en las negociaciones con Maduro, fue la firma, el pasado 17 de octubre, del llamado Acuerdo de Barbados, y porque gracias a esta experiencia se convirtió Blyde en interlocutor válido de Jorge Rodríguez, el civil de mayor confianza de Maduro, presidente de la Asamblea Nacional y negociador jefe del régimen con el gobierno de Estados Unidos y con la oposición. La doble gestión de Blyde fue exitosa y Barboza hizo el anuncio que encendió una luz al final del tenebroso túnel de la política venezolana, luz evidentemente muy pálida, pero luz a fin de cuentas.

   Esta inverosímil obra de malabarismo político, hizo realidad la posibilidad de designar un candidato que no despertaba el menor rechazo, aunque se temiera que no fuera capaz de encarnar el desafío inconmensurable de superar los obstáculos de una campaña electoral como la que se avecina, ni el reto que le presentaría la magnitud de la crisis política y económica que ha precipitado a Venezuela por el despeñadero de un abismo insondable. El primer y grave problema que encierra la designación de González Urrutua es que a pesar de sus 74 años, no cuenta en sus haberes con otra experiencia pública o política que vaya más allá del ejercicio profesional de la diplomacia. Una circunstancia que ciertamente no lo ha preparado para a ser el eje de una campaña electoral sin precedentes, sino a marchar por un terreno minado sin ninguna fuerza política propia, víctima propicia por necesidad de la voracidad de unas cúpulas partidistas que, entre sus muchos y nefastos logros, se cuenta haber  traicionado la victoria alcanzada por la sociedad civil en las elecciones parlamentarias de 2015, haber desmovilizado a las masas que en el año 2017 habían acorralado al régimen y haber apagado la esperanza que dos años más tarde representó la irrupción en el escenario político venezolano de un Juan Guaidó, político con años de experiencia, pero sin fuerza, imaginación ni voluntad para implementar la hoja de ruta que le propuso a los venezolanos y a la comunidad internacional. El mismo desafío que se le presenta ahora a Edmundo González Urrutía quien ante todo tendrá esta misma semana que decidir la conformación de su equipo de campaña. Teniendo muy presente, sobre todas las cosas, el viejo dicho popular que nos recuerda aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres.” Esperemos que no se equivoque.

 

 

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