Ana Cristina Vélez: Sobre dos novelas y si el mundo ha sido siempre igual de horrible
Leer la novela Actos humanos, de Han Kang, y Último día de un condenado a muerte, de Víctor Hugo me dejó horrorizada, pues ambas describen la capacidad humana de hacer daño, y hay que decirlo: es inconmensurable. Entiendo por qué Han Kang quiso escribir sobre la masacre ocurrida en Gwangju en1980, en Corea.
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Leer la novela Actos humanos, de Han Kang, y Último día de un condenado a muerte, de Víctor Hugo me dejó horrorizada, pues ambas describen la capacidad humana de hacer daño, y hay que decirlo: es inconmensurable. Entiendo por qué Han Kang quiso escribir sobre la masacre ocurrida en Gwangju en1980, en Corea. Escribió deseando que el pasado sirviera de ayuda al presente, y que los muertos salvaran a los vivos. Textualmente: “Para sortear un camino imposible a través del espacio vacío entre esos dos precipicios de horrores humanos y dignidad humana, necesitaba la ayuda de los muertos.” En su discurso al recibir el Nobel planteó que escribía para responderse preguntas. En Actos humanos, la investigación fue ardua y profunda; no sé si hay respuestas, pero sí interrogantes.
Correr a matar antes de que nos maten es algo que todos entendemos, pero ¿de dónde sale la capacidad de algunos de torturar fríamente sea a un niño, a una mujer, a un viejo o a un soldado? Y sabemos que al mismo tiempo que existen estas personas, existen otras muy capaces de dar su vida por los demás, y con un sacrificio que incluye mucho dolor. Cómo puede ser que existan simultáneamente ambas criaturas. Y algunas con la misma capacidad de hacer el mal que de hacer el bien[1]. En el actual conflicto Israel-Palestina, el suicidio entre los soldados israelitas ha aumentado. Esto indica que no todos pueden actuar con igual frialdad.[2]
La novela Actos humanos es como el resto de la obra de esta escritora, una obra maestra. Es una novela tan dura, tan terrible, que uno queda traumatizado, uno no puede reponerse en muchos días. Duele, duele en la mente, quita el sueño y oprime el pecho. Yo quisiera poder olvidar lo que leí, y no estoy segura de que quiero saber lo que ya sé. Como ella, quiero entender la naturaleza humana, pero me sobrepasa cuando se trata de la maldad y el sadismo.
En la novela Último día de un condenado a muerte, Víctor Hugo no solo expresa el horror del disponer de la vida de un ser humano, sino que incluso se hiciera un espectáculo de ese oprobio. Aunque expresó que la guillotina fue el invento de un filántropo, porque las penas de muerte previas a la guillotina eran todavía más agónicas, expresó la necesidad de terminar con tan vergonzosa y poco civilizada práctica. Víctor Hugo escribió esta novela corta para expresar ideas que todavía hoy son de avanzada; así lo dijo en 1832:
“El edificio social de los tiempos pasados reposaba sobre tres columnas: el sacerdote, el rey y el verdugo. Hace ya tiempo que una voz dijo: ´Los dioses se van´. Recientemente se elevó otra voz y gritó: ‘Los reyes se van’. Ya es hora de que una tercera voz se levante y diga: ‘El verdugo se va’. Así la vieja sociedad caerá piedra a piedra, así la providencia habrá completado el derrumbamiento del pasado.”
Luego Víctor Hugo dice algo todavía más sorprendente, algo que el neurocientífico Robert Sapolsky viene diciendo desde hace muchos años:[3] “Se contemplará el crimen como una enfermedad, y esta enfermedad tendrá sus propios medicamentos que reemplazaran a vuestros jueces, y sus propios hospitales, que reemplazaran a vuestras prisiones. La libertad y la salud se parecerán.”
La cárcel no puede ser un castigo, debe ser el recurso para que el que hace daño a la sociedad no pueda reincidir. La cárcel como castigo, como venganza social es abominable (Nayib Bukele viola los derechos humanos en las cárceles de El Salvador). Las masas, antes de pensar, caen impías en avalanchas sobre quienes les perturban la paz.
En los tiempos de Víctor Hugo no solo existía la pena de muerte, como todavía existe hoy en algunas partes del mundo, sino que era un espectáculo público de entretención (recordemos que también existían la quema de gatos, las peleas con osos y muchas crueldades con los animales, como algunas de las que perduran con los toros, los perros y los gallos de pelea). La gente salía a “excitarse” con los sufrimientos del infeliz. Además, las sentencias por crímenes menores eran desproporcionadas, criminales, abusivas. La sentencia a las galeras, en Francia, era una pena común que consistía en obligar a los condenados a remar en las embarcaciones de guerra, ya que requerían de una gran fuerza humana para su propulsión. Los galeotes vivían en condiciones insalubres, hacinados y mal alimentados; además, sufrían maltratos y castigos por parte de los guardias, como sufren hoy muchos reos en las cárceles del mundo.
Las dos novelas me hicieron pensar en la fuerza de la civilización, en que hay esperanzas de un progreso moral. No quiero decir que cuando se quiere aplicar maldad sobre un ser humano o un animal, no sea hoy igual que ayer o incluso peor. Mientras haya humanos, estará el ingenio al servicio del sadismo. Pero a mayor civilización, mayores controles sobre los actos, sobre los juicios, sobre las sentencias (Corte Penal Internacional). Decir que hay más civilización es decir que la frecuencia de estas prácticas salvajes disminuye, que la mirada y el juicio social han cambiado, que lo que se aceptaba y además se disfrutaba, hoy se repudia. Somos los mismos diablos, pero la razón, la comprensión del otro nos saca los mejores ángeles que llevamos adentro (como dice Steven Pinker).
El mundo se ha civilizado. Ese es el consuelo. La esperanza es que siga por el mismo camino y no regrese. El progreso moral se sigue dando, aunque ocasionalmente se venga abajo como ocurre con el genocidio que se está cometiendo en Gaza, frente los ojos del mundo. Se queda uno con la pregunta de Han Kahn dándole vueltas en la cabeza ¿Hasta qué punto debemos amar para seguir siendo humanos hasta el final?
Después de haber leído dos obras literarias como estas, uno no puede seguir siendo el mismo. A veces el arte hace eso: te abre los ojos, te obliga a repensar, te modifica, te mueve a hacer cosas para que el progreso moral aumente, para que nos preocupemos por el bienestar general de todos y no solo del nuestro.
[1] Dice Margarite Yourcenar en Memorias de Adriano “Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo.”
[2] Récord de suicidios en el ejército israelí desde el 7 de octubre de 2023
Él salió de Gaza pero Gaza no salió de él.
[3] De Robert Sapolsky.La biología de mejor y peor yo. The biology of our best and worst selves | Robert Sapolsky