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Alejandro San Francisco: El plebiscito constituyente (25 de octubre de 2020)

Existe un tema de fondo que también forma parte de las disyuntivas del proceso constituyente: si Chile tendrá en realidad un debate de ideas para llegar a la mejor Constitución posible o bien iniciará un periodo de ataques recíprocos, barras bravas y populismo.

 

Este 25 de octubre de 2020 se realiza el plebiscito para decidir si la población quiere o no una nueva Constitución en Chile. Se trata, sin duda alguna, de un día histórico, en el contexto de una época especialmente llamativa, inédita y compleja de la trayectoria nacional, como ilustra la situación producida por la revolución de octubre de 2019 y el contexto constituyente que se instaló en el país desde entonces.

El problema constituyente plantea algunos problemas que es necesario considerar para intentar comprender el escenario que vivirá Chile en los próximos años y las perspectivas reales del momento actual, en medio de un ambiente de expectativas y temores que suelen acompañar a estas circunstancias.

Una primera disyuntiva se refiere a sí existirá proceso constituyente o no, aunque muchos dan por descontado el triunfo del Apruebo, por su respaldo en las encuestas y en el mundo político. De ser así, la segunda cuestión por definir es si habrá Convención Constituyente o Convención Mixta, lo que determinaría la composición del órgano y la forma que tendría el proceso electoral de abril de 2021. Sin embargo, además de los temas de organización constituyente, hay otros problemas políticos que no están resueltos y que, sin duda, marcarán los próximos dos años.

Me parece que el primero –por su carácter gravitante en los últimos doce meses– es la violencia, compañera de camino de la revolución de octubre y factor determinante de la evolución que condujo al proceso constituyente. La violencia, destructora de trabajos y de la lógica democrática, pero a su vez promotora del proceso, ha contado con tolerancia y justificaciones, tiene un respaldo bastante alto en las encuestas y no parece que esté pronta a desaparecer. ¿Podrá ser aislada hasta llegar a ser irrelevante? ¿Crecerá y encontrará respuestas que hagan crecer el conflicto? ¿Acompañará el proceso constituyente mediante presiones ilegítimas, pero eventualmente efectivas? Son problemas pendientes que ciertamente, dependiendo de las respuestas, darán mayor o menor legitimidad a la elaboración de una nueva constitución.

Otro aspecto –que representa una curiosidad a esta altura– es la definición y acciones que tendrá el gobierno del presidente Sebastián Piñera en sus últimos dieciocho meses en La Moneda. La tarea no es fácil, considerando el efecto del “pato cojo”, adelantado de forma también inédita a partir del 18 de octubre de 2019. Gobernar sin proyecto político representa un problema, pero a ello se suma la falta de iniciativa política, la incapacidad de dominar la agenda, el exceso de ministros fantasmas y una coalición muchas veces díscola y doctrinalmente confusa. Si a eso se le añade la presencia de una oposición cada vez más intransigente y belicosa, el escenario se torna más difícil. La pregunta que subyace es si el gobierno tendrá dos o tres ejes de acción, un ideario mínimo, que le permitan conducir con sentido la clausura de una administración que comenzó con una mayoría relevante y con esperanzas que se han ido desdibujando.

En otro plano, cabe preguntarse: ¿Qué ocurrirá en el plano económico? Se trata de uno de los temas olvidados o postergados por el mundo político y la dinámica constituyente, pero que es una prioridad para la gente común y corriente, que vive y sufre los problemas económicos y sociales del país. Esto último tiene sentido, considerando la pérdida de empleos, el aumento de la cesantía y la pobreza, además de las dificultades propias derivadas del estallido social y del coronavirus. Chile puede y debe levantarse, pero para ello requiere reglas claras, condiciones para la inversión, estado de derecho y orden público, fortalecer la propiedad privada y un Estado que promueva el crecimiento económico y el progreso social. De iniciarse un proceso constituyente, esos son aspectos que debieran zanjarse desde un comienzo, para evitar que cunda la incertidumbre y con ello persista una actividad económica deprimida y deprimente.

Finalmente, existe un tema de fondo que también forma parte de las disyuntivas del proceso constituyente: si Chile tendrá en realidad un debate de ideas para llegar a la mejor constitución posible o bien iniciará un periodo de ataques recíprocos, barras bravas y populismo. El camino y los resultados pueden ser muy distintos en ambos casos. La ilusión de contar con una deliberación democrática se ha repetido en numerosas ocasiones, y se dan nombres de intelectuales que podrían contribuir con conocimientos y actitud positiva. Sin embargo, la voz de la calle tiene otra lógica, y es probable que un segundo Congreso Nacional –eso, en la práctica, será en alguna medida la convención constituyente– tenga la misma lógica del actual, que no se ha caracterizado por la elevación de sus discusiones, la calidad de sus debates o su inobjetable contribución al fortalecimiento de la democracia. No hay que mirar con pesimismo la conformación del órgano constituyente, pero un optimismo exagerado llevará necesariamente a la desilusión.

Algunos piensan que el tema de discusión política actual es exclusivamente una nueva Constitución. De hecho, hacia allá ha ido conduciendo el calendario electoral y la opinión pública, relegando otros debates relacionados que convendría tener presentes. Me parece claro, en este sentido, considerar una cuestión mucho más profunda, que está en la cabeza de muchos de los que encabezaron la “rebelión popular” de octubre de 2019 y su ilusión de Asamblea Constituyente popular, “sin partidos”. Ellos, y muchos en la izquierda –y otros que no explicitan claramente sus opciones de fondo– no solo anhelan un cambio de constitución, para acabar con la carta de Pinochet (1980) o de Ricardo Lagos (2005). Ellos están pensando derechamente en una nueva sociedad, para lo cual una nueva constitución podría ser funcional. Algunos hablan de los países nórdicos o Nueva Zelandia como ejemplos, mientras otros siempre tuvieron en mente los socialismos reales, la Cuba de Castro o la Venezuela del Socialismo del siglo XXI. Pero no faltan los que han soñado por décadas en un sistema nacido “desde abajo”, como ha enfatizado Gabriel Salazar en numerosas ocasiones, mientras otros sencillamente aspiran a un modelo más socialdemócrata. En las derechas comienzan a surgir propuestas y el gobierno no estará ajeno a la discusión que se inicia.

En todos los casos, parece claro que será muy difícil enfrentar las elecciones y los debates que vienen –para cualquier actor político– sin un sueño de país y una misión para cumplir. Habrá que ver quiénes están preparados y quiènes siguen al debe.

 

 

 

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