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Angela Merkel, la canciller que roza la perfección

Al conocido fotógrafo alemán Konrad Rufus Müller no le gusta cómo luce Angela Merkel en los carteles electorales. Cree que está tan retocada y rejuvenecida que en vez de concurrir a elecciones generales parece optar a Miss Alemania. «No conozco ningún trabajo que haga envejecer tan rápidamente como el de jefe de Gobierno y yo no veo nada de eso. En su rostro no se ven las huellas que dejan las preocupaciones, las noches sin dormir, el peso de la responsabilidad», criticaba Müller en una entrevista con el semanario ‘Der Spiegel’.

El maestro de la luz, de 77 años, y uno de los pocos que ha fotografiado a prácticamente todos los cancilleres alemanes desde la Segunda Guerra Mundial, ha puesto frente a sus cámaras a Merkel en dos ocasiones y «la experiencia fue horrible», recuerda. «Ella quería retratarse en la galería donde cuelgan mis fotografías de sus predecesores, junto a Ludwig Erhard, pero la luz era terrible. Había demasiadas sombras que no la favorecían, así que le propuse hacer la foto a la luz del día». Su respuesta fue tajante: «No haré eso». Müller respondió que no podía permitirse publicar un retrato de mala calidad y que en esas circunstancias no haría la foto. A Merkel le entró por un oído y le salió por el otro.

Tras un largo toma y daca entre el fotógrafo y los funcionarios de la Cancillería, se acordó que dos técnicos de iluminación levantaran una estructura para mejorar la luz de la galería. Cuando todo estuvo preparado, Merkel bajó, se puso en posición y dijo sin preámbulos: «Hágala». Müller le explicó que así no funcionaba la cosa. Que con Gerhard Schröder estuvo semanas en su despacho, observando sus gestos, su mímica, buscando su alma. Con Helmut Kohl llegó incluso a viajar durante un año. Merkel escuchó el relato y dijo: «Señor Müller, yo no aguantaría ni media hora». El fotógrafo respondió: «Entonces entenderá usted, estimada señora, que entre nosotros no puede haber nada». Y no lo hubo.

Hay anécdotas que ayudan a descifrar la personalidad del individuo y de las muchas que ya se han contado de la canciller, ésta, hasta ahora desconocida, es muy reveladora. Confirma que a Merkel, con 63 años cumplidos y 12 años dirigiendo el Gobierno de la economía más importante de Europa, no le gusta desnudarse ante la cámara ni permite que nadie atrape su karma. Todas las mañanas, al llegar a su despacho, en la planta octava de la Cancillería, se deja embadurnar con una capa de maquillaje de teatro, plana, compacta.

‘Fantasma de la ópera’

Merkel rehúye como mujer los aderezos o los guarda para la intimidad con su marido, Joachim Sauer. Con buen aspecto para su edad, pero siempre haciendo honor a su apellido, que puede traducirse por «avinagrado» o «enfadado», el segundo esposo de la canciller es químico de profesión pero fuera de su círculo se le conoce como el ‘fantasma de la ópera’. Sólo se deja ver en el teatro. Él suele hacer la compra, ella cocina cuando puede y casi nunca hablan de política. Si la agenda lo permite, se escapan los fines de semana, sin niños porque «no vinieron» y porque sus hijos son sus compatriotas, 80 millones de alemanes y el 1,5 millones de refugiados a los que Merkel abrió las puertas del país.

Como gobernante también se esconde bajo el maquillaje. Es una obsesa del control. No cae en la agresividad o en la arrogancia. Es austera, no despliega narcisismo en el ejercicio de poder, aunque lleva anclada en el mismo tres legislaturas.

Tiene un estilo propio. El historiador Ulrich Beck le llama Merkiavellimus, de ahí que los alemanes del oeste la vean como una mujer del este, mientras que los del este como un producto del oeste.

Lo mismo sucede en el terreno político. Merkel ha tejido una tela de araña tan sofisticada desde que asumió las riendas de la Unión Cristiano Demócrata (CDU) que no hace asco a ninguna presa. Quienes intentaron hacerle sombra en su partido juegan ahora en segunda liga regional o saltaron a la empresa privada. Quienes se atreven a soñar con sucederla lo hacen agazapados, a la espera de que ‘Mutti‘, la ‘mami’ del partido y de la nación decida retirarse para ejercer de abuela.

Merkel abrazó la política con el Muro de Berlín ya en ruinas y más por casualidad que como parte de un plan magistral. No estuvo entre la multitud de germano-orientales que el 9 de noviembre festejaron la caída del Muro. Se enteró de lo que sucedía al salir de la sauna y prefirió irse a casa. Fue secretaria de propaganda de las juventudes comunistas de la Academia de Ciencia de Berlín, y luego portavoz de Apertura Democrática, plataforma de disidentes que contó con el apoyo de la CDU dirigida entonces por Helmut Kohl, quien luego se convertiría en su mentor.

Hija de un pastor protestante y una madre profesora de inglés que enseñó a sus hijos el arte de tener la boca cerrada en tiempos en los que nadie decía ser quien era, Dorothea Kasner, el nombre con el que vino al mundo el 17 de julio de 1954 en Hamburgo (antes de que su familia se mudara a la entonces RDA), sólo asume riesgos cuando cree que los puede controlar. La crisis de los refugiados pudo haberse convertido en la excepción de la norma.

Merkel se prepara para un cuarto mandato y cuando se cumpla serán 16 años como canciller, una permanencia en el poder más propia de otros líderes y regiones de mundo. En la docena de años que lleva en la Cancillería, ha visto pasar a cinco líderes del Partido Social Demócrata alemán (SPD), a tres presidentes de EEUU (Bush, Obama, Trump), a cuatro franceses (Chirac, Sarkozy, Hollande, Macron), cuatro primeros ministros británicos (Blair, Brown, Cameron, May), seis griegos (Karamanlís, Papandreu, Papademos, Pikramenos, Samarás, Tsipras) y otros tantos italianos (Prodi, Berlusconi, Monti, Letta, Renzi, Gentiloni). Y, sin duda, habrá suma y sigue.

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