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Beatrix Potter, más allá de los conejos


La vida de esta increíble mujer, conocida sobre todo por sus ilustraciones de conejos y animales de granja, obliga a pensar en muchos temas, como en la importancia de la ilustración; la fuerza de querer; el amor, cuando hay imposibilidad de elegir; y la capacidad de trascender los intereses personales, en aras de algo más grande.

Beatrix Potter nació a mediados del siglo 19, en Inglaterra. Uno lee su biografía y se horroriza de ver lo que la cultura hace en contra de los niños y de las personas cuando desconocen las necesidades biológicas de los seres humanos. La niña Potter vivía aislada en su propia casa, sus padres no la dejaban estar presente cuando llegaban visitantes, no la dejaban salir a jugar con otros niños ni ir al colegio. Sabemos lo importante que es, para el desarrollo emocional de una persona, cuando se es niño y joven, pasar tiempo en compañía de otros jóvenes. A Bertrand Russell, que nació a finales del mismo siglo, no lo dejaban comer futas, pues se creía ¡que hacían daño! En esa misma época, las mujeres tenían prohibido montar en bicicleta. Y desde esa época y hasta hace poco en Colombia, las mujeres montaban a caballo de lado, porque las piernas debían estar siempre juntas. Mejor dicho, la era victoriana con sus demandas y prohibiciones llegó hasta nuestras tierras.

 

 

En ese aislamiento —ya que la niña contaba solo con la compañía casi exclusiva de los sirvientes de su casa y de la institutriz que la educó, como correspondía a los de la clase media alta en la Inglaterra de su época—, pero con un cerebro bien puesto, ella supo sacar provecho de las ventajas que ofrecía su limitada vida. Observó con atención la naturaleza y dibujó lo que veía siempre que tuvo la oportunidad. La familia pasaba las vacaciones de verano en el campo. Además de dibujar y de registrar sus observaciones, la Potter estudió la vegetación del norte de Inglaterra y Escocia, y adulta presentó sus estudios botánicos al Jardín Botánico de Kew y a la Sociedad Linnean. Sin miedo, la Potter expuso su idea de que los líquenes podían ser vistos como una relación entre los hongos y las algas. Estos le cerraron la puerta en la nariz. ¡Cómo se atrevía! Las mujeres no podían aportar a la ciencia.

 

 

Dibujó con arte: con belleza, sensibilidad y experticia. En sus dibujos y acuarelas se puede ver el interés que sentía por la naturaleza. En doce años publicó veinte libros ilustrados, para niños. El más famoso se llamó El cuento de Perico, el conejo travieso (The Tale of Peter Rabbit, 1902). Los libros ilustrados fascinan a adultos y a niños, porque las imágenes completan la información y la precisan, porque el arte seduce y doblega, y, además, porque hay cosas que no se pueden contar: cosas que hay que ver para saber cómo son, para entenderlas. Beatrix Potter supo desde muy temprano en la vida cuál era el poder de la ilustración y tuvo la habilidad para representar, usando manchas de colores y dibujos, lo que veía y lo que pensaba. Pocas habilidades dan más placer que esta, además porque el dibujo se mueve en el reino de la libertad y de la imaginación.

 

 

 

Para Beatrix Potter no fue fácil conseguir marido. Sus padres estaban determinados a que se casara con un hombre “aceptable”, que tuviera una condición económica a la altura de las circunstancias. Sus preferencias sexuales no contaban. Así que la joven adulta se mantuvo firme en su principio de no casarse. A los 37 años, la dibujante, botánica y escritora se enamoró del hijo de su editor. Y hay que decir que ella misma publicó su primer libro, a esa edad. Las editoriales no se habían mostrado interesadas. Claro, una vez tuvo éxito con su primer ejemplar, lo que siguió después le resultó fácil. Al mes de haberse realizado el compromiso matrimonial, el prometido murió. Desolada, Beatrix dejó la casa de sus padres y se fue a vivir a una casa de campo que compró con su propio dinero. Ella había logrado la independencia económica con la venta de sus libros de cuentos, ilustrados. Pero el que quiere la cosa, la sigue buscando, y diez años más tarde, a los 47 años de edad, contra viento y marea, y de nuevo, en contra de sus padres, Beatrix Potter se casó con William Heelis, su abogado y asesor.

 

 

No vayan a creer que se dedicó a cuidar y venerar a su marido; no, Beatrix Potter se convirtió en granjera apasionada, en una especialista en la cría de ovejas. Luego, con un espíritu que trasciende, que ve la vida más allá del “yo”, se volvió pionera de los movimientos ecológicos. Le preocupaba proteger los campos verdes de los estragos de la industrialización y del turismo. Para tal fin, compró más tierras que luego dejó como legado para la creación del Parque Nacional de Lake District (4000 acres en total).

 

 

 

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Beatrix Potter

 

 

 

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