César Pérez Vivas: Choque de poderes
En mi columna de la semana anterior a las elecciones del 6-D, titulada “La hora decisiva”, expresé: “El régimen no tendrá otro camino que aceptar, a regañadientes y a medias, la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano”.
“Reconocerán que perdieron, dejarán que se instale, y luego vendrá un progresivo desconocimiento de sus competencias, lo cual generará una etapa de confrontación y turbulencia política”.
No han terminado de recibir sus credenciales los nuevos diputados, y ya la aceptación del proceso electoral comienza a mostrar su rostro fraudulento. El comportamiento del presidente Maduro y otros voceros de la cúpula roja no se corresponde con una aceptación auténtica, real de la voluntad del pueblo venezolano.
La semana posterior a la jornada comicial parlamentaria pone en evidencia, una vez más, la cultura autoritaria de quienes gobiernan la nación. En la práctica desarrollan elementos propios de una no aceptación del voto emitido.
No se han dictado las primeras medidas desde la nueva Asamblea, y ya el Sr. Maduro anuncia que como “jefe del Estado” no aceptará una ley de amnistía, y lanza una campaña de insultos contra el pueblo que decidió cambiar de rumbo.
Para el presidente no hay error que rectificar, no hay cambio que hacer. Los problemas de la nación son culpa de todos los venezolanos, menos de su gobierno. Para nada ha cambiado el discurso abrasivo. Se insiste en seguir justificando la incapacidad gubernamental y su corrupción en una “guerra económica” que todos sabemos solo existe en la narrativa oficial.
Por otra parte, en la agonizante Asamblea Nacional se anuncia la decisión de nombrar nuevos magistrados para el Tribunal Supremo de Justicia, con lo cual se busca amarrar una rama esencial del poder público, desde la cual continuar con el enfermizo aferramiento al poder, y con la construcción de murallas para logar impunidad para los agentes de la hegemonía.
Además se asumen decisiones nerviosas para reducir el impacto político de la nueva mayoría, como la de privar al parlamento de su televisora.
Cuando la comunidad internacional llama al diálogo, aquí se empeñan en un modelo ineficiente, y en mantener una polémica estéril. Líderes afines a la “revolución bolivariana”, como el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, le han advertido a Maduro que la democracia no significa aferrarse perpetuamente al poder, que la alternabilidad en su ejercicio es parte de la vida en democracia.
Lo cierto es que la actuación de la cúpula roja nos presagia un choque de poderes en los meses por venir. Todos los movimientos observados hasta ahora nos indican una actitud de confrontación que para nada nos ayudará a superar las graves dificultades por las que estamos atravesando.
Los venezolanos necesitamos que la dinámica de la política tome el canal de una cohabitación civilizada, de modo que la sociedad pueda dedicar todos sus esfuerzos a recuperar el espíritu de creación que nos reinserte en la modernidad, y nos permita aprovechar el inmenso talento de nuestro pueblo, y las grandes potencialidades económica de nuestra tierra.
Si la cúpula gobernante mantiene la línea de la confrontación, si no hay una sincera política de rectificación, y se empeñan en mantener el fracasado modelo “estatista” y “rentista” que nos ha conducido a la crisis actual, no tendremos otro camino que buscar el cambio del gobierno.
El choque de poderes en puertas solo puede tener una solución en las urnas electorales. Debemos apelar a la soberanía popular para que dirima ese conflicto. Venezuela no puede seguir perdiendo su tiempo en esta polémica infinita y estéril. Mientras todo nuestro entorno latinoamericano trabaja por superar la pobreza, buscando mejorar sus instituciones, apostando por una economía moderna y productiva, aquí seguimos anclados a los esquemas de la Guerra Fría y del discurso marxista del siglo XX.
Afortunadamente, la vigente Constitución ofrece caminos para convocar a los ciudadanos a ofrecer su veredicto, respecto de dicho conflicto.
Debemos darle tiempo a la nueva Asamblea Nacional para que inicie sus sesiones, tome sus primeras decisiones y proceda a cubrir una de las omisiones dejadas por el saliente parlamento, como es la designación de un Consejo Nacional Electoral independiente y autónomo.
Cumplida esa tarea, podemos definir en el seno de la Mesa de la Unidad Democrática la convocatoria al referéndum revocatorio presidencial como el camino constitucional y electoral que nos permita cambiar este gobierno, y así dejar atrás esta lucha absurda, y así asumir plenamente la tarea de reconstruir espiritual y materialmente esta maltrecha patria nuestra. Allí terminará este anacrónico choque visceral de poderes.