Dagoberto Valdés H.: Una ofensa a la inteligencia del pueblo
DAGOBERTO VALDÉS
He escuchado a bastantes personas en Cuba que me dicen: “es que creen que somos idiotas”, otras expresan: “es que nos consideran tontos o estúpidos”, y otros que exclaman: “es que se trata de una ofensa a nuestra inteligencia”. Todas esas personas se refieren a los discursos, las noticias de los periódicos, los programas de televisión o las redes sociales oficialistas. Es decir, a las retóricas demagógicas y triunfalistas, a los “señalamientos” seudo críticos que no van a la raíz del problema ni a la causa primera de nuestra calamidad nacional.
En efecto, es tan grande el abismo entre la realidad que sufrimos y la mentira institucionalizada que, sin duda, vivimos en el reino del absurdo. Y cuando no se trata de una, o varias mentiras, sino que se trata de toda una vida en la mentira, entonces sentimos que esa falsedad hecha estilo y contenido de los discursos, las justificaciones, las promesas y los mensajes de los medios de comunicación, todos, ofenden a nuestra inteligencia, consideran como si el pueblo cubano fuera estúpido, como si todos hubiéramos perdido la capacidad de razonar, aún más, como si los cubanos hubiéramos perdido la facultad de percibir la implacable realidad que estamos viviendo.
Vayamos por pasos: la mentira, el absurdo, la mediocridad, la ofensa a la inteligencia y la disecación del alma de los cubanos.
La mentira como forma de vida
La mentira institucionalizada daña nuestra humanidad, afloja el carácter, fomenta la doblez y la simulación. Crea un mundo paralelo que solo existe en la televisión, en los periódicos, en las redes oficiales y en los discursos y arengas a cualquier nivel. Esto nos da la sensación de que no vivimos en la Cuba que sufrimos. Nos produce un extrañamiento aislante, un complejo alienante, un sentimiento de que nosotros somos los “raros” que no entendemos. Nos produce la sensación de que somos nosotros los negativos, los criticones, los antisociales, los que no entendemos el proceso. Los que vivimos en esta realidad que nos golpea todos los días, que nos crucifica, que nos agobia y nos asfixia, somos los que estamos equivocados.
Se supone que deberíamos vivir en el mundo inventado por la mentira de los medios y los discursos. Vivir en la mentira es como vivir en una esquizofrenia que es “una enfermedad mental que afecta de tal modo la forma de pensar, de sentir, de comportarse, que puede producir alucinaciones, ideas delirantes, comportamientos desorganizados y en ver cosas o escuchar voces que los demás no ven ni oyen”.
Pues así es en Cuba: lo que razonamos de la realidad que vivimos no es la realidad que deberíamos entender, sino la que nos dictan los medios y los discursos. Los sentimientos que nos agobian no son los sentimientos que deberíamos sentir, sino que deberíamos ser felices y resistir hasta que la muerte nos alivie. Si nos comportamos coherentemente con la realidad que estamos sufriendo, estamos “desorientados” o “manipulados” por gobiernos extranjeros, y deberíamos “rectificar” y comportarnos como si viviéramos en ese mundo de la mentira inventado para calmarnos.
En resumen, que los cubanos vivimos en una realidad que se describe similar al origen griego de la palabra esquizofrenia: “esquizo” del griego “schizein”: dividido, escindido, fracturado, astillado; y “frenia”: del griego “phren”: alma, mente, lugar del entendimiento, las emociones y la voluntad. Entonces, vivir en la mentira, equivale a decir que nos están imponiendo una fractura de nuestra mente, una escisión permanente de nuestra vida interior, dicho de otra forma, hacer “astillas” nuestra alma. Es el daño antropológico más terrible y duradero del sistema en que vivimos.
El reino del absurdo
Cuba se ha convertido en el reino del absurdo: debemos acostumbrarnos a la calamidad, nos alegramos de que quiten la corriente por la noche en lugar de por el día, o al revés, según sea la esquizofrenia del que se acostumbra. Debemos comprender que nos quitan la vida de hoy para “construir” un futuro que nunca llegó. Debemos entender que la igualdad que prometían y que nunca se logró, se está construyendo hoy a partir de las escandalosas desigualdades entre la mayoría del pueblo y un pequeño grupo de privilegiados de la “única y nueva clase” social que alardea, por las redes digitales, de fiestas que llegan desde un bar de ricos hasta la mismísima sede del Capitolio nacional. Y después quieren que “creamos” que lo que se recauda en esos festivales y lo que se vende en las tiendas por divisas va para los mismos hospitales y el mismo sistema de salud que se están cayendo a pedazos. Es reducirnos al absurdo que enajena, nos hace extraños ante nosotros mismos, nos abduce, crea un abismo entre la realidad y el discurso, y nos pone a vivir en otro planeta.
La mediocridad y la cochambre existencial
Una vida reducida por la fuerza a la mediocridad embota el alma, rebaja nuestra dignidad, nos hunde en la banalidad. Nos obliga, por la miseria impuesta, a acostumbrarnos a vivir en lo que he llamado “cochambre existencial”, teniendo en cuenta que cochambre significa esa suciedad que se impregna en la ropa, en los sartenes, en las casas viejas. Es la mugre. Cuando la vida de las personas se vuelve mugrienta y la inmundicia pasa de las cosas materiales a la forma de vivir y al alma de los pueblos eso puede llamarse: cochambre existencial y es una de las consecuencias del daño antropológico.
La mediocridad es hija de la banalidad. Se trata, no de una guerra entre culturas lo que hoy se llama “batalla cultural”, sino de una guerra de una contracultura cochambrosa que intenta vencer a la dignidad y la riqueza histórica y actual de la cultura cubana. No es lo mismo la miseria externa que la cochambre vital. Debemos tomar conciencia de esta realidad que nos hunde en la tembladera de lo pasajero y nos entierra en el subsuelo de la condición humana.
La ofensa a la inteligencia de un pueblo
Y, por último, la ofensa a la razón, a la inteligencia ajena, al sentido común, a la capacidad de discernimiento de todo un pueblo. Este abordaje a nuestra inteligencia como pueblo, a veces solapado, casi siempre envuelto en melosas explicaciones paternalistas o justificaciones épicas, intenta aplacar el malestar que produce el contraste entre la verdad que vivimos y la mentira que nos explican;bloquea el pensamiento crítico y también taponea la iniciativa, la creatividad y los deseos de cambiar, de reemprender, de volver a comenzar, haciéndonos creer que nuestro destino eterno es vivir en la calamidad. Es la muerte de la esperanza. Y cuando la esperanza de los pueblos muere, se deseca su alma.
La desecación del alma de los cubanos
Todo esto, conlleva al desecado de nuestra vida interior, a la desertificación de nuestras aspiraciones más altas, a la noche oscura de nuestra espiritualidad. Todo esto enferma el alma de Cuba. No hagamos una lectura reduccionista de la actual crisis terminal. No se trata solo de una crisis económica, ni solo de una crisis política, ni siquiera de una crisis cultural, se trata de una enfermedad del alma de los cubanos, del “gran apagón” de nuestra espiritualidad como personas y como nación.
Pero me resisto a acostumbrarme a esta calamidad suprema. Me resisto a normalizar la vida en la mentira, en el reino del absurdo, en la cochambre existencial y en la ofensa a nuestra inteligencia. Todos, o casi todos, queremos un cambio en Cuba. Pero no bastará el cambio económico, ni siquiera el cambio político, esos dos cambios se derrumbarán y revertirán en pocos años si no cambiamos nuestra forma de vivir, si no nos reeducamos para salir del reino del absurdo, si no crecemos como personas para salir de la cochambre existencial, si no nos defendemos de las ofensas a nuestra inteligencia y, lo más importante, si no cultivamos seriamente, profundamente, fecundamente, nuestra alma, nuestra espiritualidad como nación.
Propuestas
Como siempre, no queremos quedarnos en la queja infecunda, ni queremos naufragar en la desesperanza. Es hora de levantar cabeza y erguirnos como personas y como nación. Hora de emprender, entre todos, el gran cambio de la sanación del daño antropológico que lesiona “la dignidad plena del hombre” cubano y que es el principal escollo para inscribir en nuestros símbolos patrios, y aplicar en nuestra vida nueva, la martiana “fórmula del amor triunfante: con todos y para el bien de todos”.
Algunas de esas propuestas pueden ser:
1. Fomentar un proceso de “conversión antropológica” a partir de la familia, de la Iglesia, de los proyectos educativos hasta ahora reducidos a replicar las “asignaturas” del sistema de educación. Es necesario enseñar a pensar y a hacer, cada uno, su propio proyecto de vida.
2. Entrenarnos en aprender a vivir en la verdad, decir no a la vida en la mentira, identificar y señalar el absurdo en la vida cotidiana, aprender a hacer análisis objetivos de la realidad que vivimos y no dejar que nos hundan en la cochambre existencial, aunque vivamos en la miseria material.
3. Educar nuestra inteligencia racional, nuestra inteligencia emocional y fortalecer la voluntad personal para aprender a decir no,cuando es no, y a decir sí a lo que sea cambio hacia la verdad, el bien y la belleza.
4. Despertar nuestra conciencia moral, aprendiendo a discernir lo que, en la vida cotidiana y en la vida de la nación, es bueno o es malo. Aprender a pensar con cabeza propia y aprender el ejercicio de la crítica, del pensamiento independiente, según criterios de juicio asentados en los principios, valores y virtudes sembrados por los padres fundadores de la nación cubana.
Demostremos que Cuba no es una nación estúpida, ni abducida, nienajenada. Demostremos que Cuba se basta para salir de la vida en la mentira, de la cochambre existencial y de este reino del absurdo.
Cuba está sometida, violada en su conciencia y en su alma, pero Cuba no está vencida.
Arriba la esperanza, realista, propositiva y activa.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.