El marco electoral
No va a bastar con la economía. Para derribar al sanchismo hará falta una oferta de regeneración institucional y política
Pues no, esta vez no va a ser la economía. El partido que aspire a derribar el sanchismo tendrá que presentar a la ciudadanía una oferta solvente de regeneración institucional y política, y acreditar la voluntad y la determinación suficientes para cumplirla. El escenario cuasi apocalíptico del último trimestre de 2022 ya no resulta verosímil como expectativa, de modo que el motivo esencial de decisión de voto tampoco podrá girar sobre el descenso del nivel de vida. Queda el impacto inflacionario, la subida de las hipotecas y de los precios de la energía, los pequeños negocios al borde de la asfixia, y todo eso tendrá importancia ante las urnas, pero no será tan concluyente como hace unos meses parecía porque la UE ha eludido la recesión y aguantado el zarandeo de sus estructuras productivas. Así las cosas, el marco electoral tendrá que definirse sobre otras premisas: el concepto de nación, el futuro del proyecto constitucionalista, el modelo de liderazgo que España necesita.
A Sánchez lo pueden abatir dos factores: sus alianzas y sus engaños, y ambos su funden en el vicio de origen de su mandato, que fue la mentira clamorosa respecto a unos pactos reiterada y enfáticamente rechazados de antemano. Una estafa de Estado, un incumplimiento –por no decir una traición—del contrato democrático entre los votantes y el candidato. A lo largo de la legislatura, la continua revocación de su palabra ha desgastado su imagen y su credibilidad hasta convertirlas en un chicharro; ha llegado al final rodeado de un visible halo antipático, objeto de una fobia social de rasgos inéditos en la que tiene mucho que ver el descaro chantajista de sus socios parlamentarios. Pero en el aspecto económico puede resistir porque el país, aunque ande a tumbos, no se ha derrumbado. Su punto débil es el manifiesto estilo autocrático de la demolición de las instituciones que ha llevado a cabo, y la alternativa que quiera desalojarlo tendrá que seguir percutiendo en ese flanco.
Ése es el desafío de la derecha, más allá de la potente inercia que la mece en el viento favorable de las encuestas. El descalzaperros de las últimas semanas, agravado por el escándalo del Tito Berni y la evidencia de una coalición en plena reyerta interna, debería ser la puntilla de un Ejecutivo en quiebra. Quizá, sin embargo, los españoles que aún dudan sobre la necesidad del cambio requieran más certezas que la de contemplar una oposición a la espera o embarcada en errores como una moción de censura inoportuna y esperpéntica. Hacen falta ideas, perfiles de prestigio, propuestas, comunicación certera y, sobre todo, la definición de una estrategia para hacerse cargo del país, sacarlo de la anomalía sostenida y conducirlo en la dirección correcta. Porque una cosa es ganar y otra dejar que el Gobierno pierda. Las victorias hay que merecerlas y luego, además, saber qué hacer con ellas.