El odio es incompatible con la República
El comportamiento de los miembros del Partido Comunista debe servirnos de ejemplo sobre cómo no actuar si queremos construir una sociedad que, más allá de las diferencias, se cimente en el respeto mutuo, la tolerancia y la verdadera convivencia democrática.
El funeral republicano del ex Presidente Sebastián Piñera marca un momento de profunda reflexión de nuestra nación. Este evento, más allá de su naturaleza excepcional, nos recuerda la importancia de valorar la república no solo como una estructura política, sino como el depósito de tradiciones que articula nuestra convivencia. Para que estos actos sean posibles, es necesario comprender que existen bienes superiores a nuestras coyunturales opiniones; que existen momentos en los cuales las estrategias partidistas deben ceder paso a un sentido de unidad y compromiso compartido por el bien superior del país.
Por esta razón, la no asistencia del Partido Comunista al funeral del ex Presidente Piñera es un claro reflejo de su visión de que en que la política no ha espacio para gestos de humanidad o respeto republicano, demostrando así que, para ellos, la política lo es todo. Este comportamiento, lejos de ser una sorpresa es coherente con su histórica postura de anteponer las estrategias políticas sobre cualquier consideración de unidad nacional o cortesía institucional. Aunque esta actitud no sorprende, sigue siendo inaceptable que el presidente del PC se excuse de no participar alegando estar fuera de Santiago o que su principal figura política se abstenga por problemas de salud menores. De igual manera, resulta cuestionable que la alcaldesa comunista de Santiago no autorizara un libro de condolencias para Sebastián Piñera.
Es cierto que sería iluso esperar más del Partido Comunista, pero es preciso poner en la palestra estos gestos mezquinos para evidenciar ante la opinión pública lo perjudicial que sería permitir que el Partido Comunista obtenga mayor relevancia de que la que ya tiene en la actualidad. Estos actos no solo subrayan su falta de compromiso con los principios básicos de convivencia y respeto mutuo, sino que también alertan sobre las implicaciones que su mayor influencia podría tener para el futuro político y social de nuestro país.
Lo que Hassler, Vallejo y Carmona disfrazaron con hipocresía, fue evidenciado por la reacción desmedida de Carmen Hertz al discurso de Gabriel Boric en el funeral del ex Presidente Piñera. Esta actitud no solo pone de manifiesto la coherencia del Partido Comunista con un discurso de odio y división, sino que también cuestiona el valor de mantener una coherencia cuando esta se fundamenta en principios nocivos. Hertz, en su fervor, ha logrado ilustrar de manera cruda la postura intransigente de su partido, resaltando cómo, en su esencia, el respeto por los rituales republicanos y la convivencia democrática son sacrificados en el altar de la ideología. La República debe ser más grande que nuestras diferencias, pero esto no está dentro de las coordenadas de un partido que no tiene más patria que la patria socialista.
Como colofón a esta trama de mezquindades, odios e hipocresías, Camila Vallejo se vale de todo lo anterior para retomar la discusión sobre pensiones. La misma figura que se ausentó del funeral del ex Presidente Piñera, alegando problemas de salud que posteriormente se revelaron menores, ahora busca “honrar” la memoria de Sebastián Piñera tergiversando la verdadera voluntad del ex mandatario en materia previsional. Se trata de una maniobra política de la peor calaña que revela que el oportunismo de la ministra vocera de Gobierno no encuentra límites, extendiéndose hasta el punto de desafiar el sentido del ridículo.
Los funerales del ex Presidente Piñera nos demostraron que somos capaces de honrar la República en momentos especialmente dolorosos. Es evidente que el duelo es una situación excepcional que nos paraliza y nos conduce a la idealización, incompatible con un juicio serio y crítico. Ahora debemos aprender a honrarla en circunstancias ordinarias. El comportamiento de los miembros del Partido Comunista debe servirnos de ejemplo sobre cómo no actuar si queremos construir una sociedad que, más allá de las diferencias, se cimente en el respeto mutuo, la tolerancia y la verdadera convivencia democrática.