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Entre Trump y Getúlio Vargas: lo de Bolsonaro no tiene pinta de acabar bien

La afirmación de que solo prevé «estar muerto o la victoria» y su tono golpista ponen a Brasil en modo electoral a un año de las presidenciales

A un año de las presidenciales, previstas para el 2 de octubre de 2022, Jair Bolsonaro juega fuerte sus cartas en Brasil. Con una popularidad que en julio estaba en un mero 24%, el punto más bajo desde que alcanzó la presidencia en 2019, y encuestas que de momento le predicen una derrota suficientemente nítida, Bolsonaro ha comenzado a lanzar mensajes que parecen transmitir predisposición a intentar romper el juego democrático, apoyándose en las masas que le siguen aclamando.

Comparado con Donald Trump –se le ha llamado «el Trump tropical»–, la tentación a negar los resultados electores, en caso de derrota, podría ser grande. De hecho, algunos seguidores, que masivamente se manifestaron el martes pasado, amenazaron con asaltar el Congreso y el Tribunal Supremo Federal (TSF), algo que finalmente no hicieron.

Sus palabras de las últimas semanas, desde luego, no tranquilizan. «Tengo tres alternativas para mi futuro: estar preso, muerto o la victoria. Pueden estar seguros de que la primera alternativa no existe» afirmó Bolsonaro a finales de agosto. ¿Qué quería decir? Aquí la sombra, más que de Trump, podía ser la de Getúlio Vargas, el gran líder populista brasileño de mediados del siglo XX que llegó democráticamente al poder, luego dio un golpe de Estado e instauró un régimen autoritario conocido como el Estado Novo (1937-1945) y más adelante se suicidó de un tiro al conocer que había perdido las elecciones y no podía ya girar más la situación.

Escalada verbal

Bolsonaro tiene un fuerte enfrentamiento con el TSF y también con el Tribunal Superior Electoral (TSE), y muy especialmente con el magistrado Alexandre de Moraes, que es miembro de ambos. El Supremo ha abierto una investigación sobre Bolsonaro por crímenes de «calumnia» e «incitación al odio» por sus ataques a ese tribunal. También le investiga por difundir noticias falsas, en un proceso que ya se ha cobrado algunas víctimas entre los colaboradores del presidente. Por su parte, el TSE desautoriza a Bolsonaro por insistir en arremeter ­–sin pruebas– contra el voto electrónico, vigente en el país desde 1996. A finales de agosto, Bolsonaro pidió sin éxito al Senado que abriera un proceso de destitución de Alexandre de Moraes, anterior diputado y ministro, y desde entonces el cruce de acusaciones se ha acelerado.

En las marchas a favor de Bolsonaro que hubo especialmente en Brasilia y en Sao Paolo el Día de la Independencia, el martes 7 de septiembre (también hubo marchas en contra), el presidente se negó a participar en 2022 en una «farsa» electoral. «Quiero decir a aquellos que me quieren convertir en inelegible en Brasilia: solo Dios me saca de allá», «quiero decir a los canallas que yo nunca estaré preso», declaró. «O el jefe cuadra a los suyos o puede sufrir aquello que nosotros no queremos», dijo en relación al presidente del Supremo, en lo que sonó como una amenaza, sobre todo cuando esto se juntó con afirmaciones como la de que «todo el mundo tiene que comprar un rifle», si bien dicha en otro contexto.

El miércoles, el presidente del TSF, Luiz Fux, advirtió que esa corte «jamás aceptará amenazas a su independencia ni intimidaciones» e indicó que la desobediencia a las decisiones del tribunal constituye un «crimen». Por su parte, el presidente de la autoridad electoral, Luís Roberto Barroso, opinó que la democracia brasileña está viviendo «un momento delicado». Esa jornada, el principal índice de bolsa de Sao Paolo cayó un 3,75% y la moneda se depreció un 2,84% respecto al dólar, la mayor caída en más de un año.

Daño a la economía

Fue ese efecto económico negativo lo que aparentemente llevó a Bolsonaro a corregir su discurso. El jueves, el presidente envainó: «mis palabras, a veces contundentes, fueron fruto del calor del momento»; «las personas que ejercen el poder no tienen derecho a estirar la cuerda hasta el punto de perjudicar la vida de los brasileños y su economía»; «nunca he tenido intención de atacar a ninguno de los poderes». Además, Bolsonaro pidió a los camioneros que estaban bloqueando las carreteras como señal de apoyo que despejaran las vías.

Esa reacción indicaría que Bolsonaro se mueve en la fina línea de querer exacerbar a sus seguidores y tenerlos movilizados para cuando lleguen las elecciones (como puede hacer el expresidente Lula da Silva, en el caso de que sea el candidato del Partido de los Trabajadores, polarizando desde el otro extremo), y al mismo tiempo no permitir que la tensión política ahuyente las inversiones y perjudique la economía, que a la postre se traduciría en una desafección de las clases populares que siguen respaldándole.

El mal manejo de la crisis sanitaria por la epidemia de Covid-19, con casi 600.000 muertos (el segundo país del mundo con más fallecidos después de EE.UU., al que incluso podría superar) y la crisis económica que la ha acompañado han dejado a Brasil en una situación complicada. El desempleo ha alcanzado el 14,1%, la inflación interanual se sitúa en el 9,6% y el PIB bajó en el segundo trimestre un 0,1%, después de haber subido solo un 1,2% en el primero.

 

 

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