Félix de Azúa: ¿Pa qué?
Pantalla con los resultados de las elecciones andaluzas en el cuartel general de Vox. RAFA ALCAIDE EFE
Goza Ortega y Gasset de la inquina de muchos espíritus conservadores, quizás porque supo ver con sagacidad algunos de nuestros vicios más irritantes. Recuerdo ahora aquella Meditación de El Escorial en la que interpreta el colosal monasterio como un monumento a un particular rasgo español: el de trabajar de un modo desaforado, heroico, mortífero, hasta el agotamiento, en la construcción de enormidades que luego no tenemos ni idea de para qué sirven. Levantamos imperios o escoriales, luego los miramos con fijeza y rascándonos la barbilla nos preguntamos, ¿y ahora qué hago yo con esto?
Así ha sucedido en las elecciones andaluzas. Nadie (ni ellos mismos) sabe qué clase de propuestas hacían unos y otros, qué región querían construir, qué pensaban hacer para mejorar la vida y el trabajo de la población, su educación, su dignidad. Escondidos detrás del nacionalismo (¡Andalucía es mi madre!), de la ceporrería fachosa (¡mueran las derechas, las superderechas y las archiderechas!) o del cinismo puro (¡ellos son corruptos, nosotros no!), el resultado es, con perdón, un pan como unas hostias. ¿Para qué tanta agitación, tanta energía, tanto trabajo, tanta bandera, tanta gente y tanto sueldo? Ahí está la nueva Andalucía, un caos que simula el regreso del orden.
Los políticos que han ganado se rascan el mentón mientras musitan, ¿y qué hago ahora yo con todo esto? Los que han perdido se rascan el bolsillo. La campaña ha sido una jungla de ideologías y un desierto de ideas. De modo que ¿cómo vas a pactar, si no hay ideas?, ¿cómo se negocia una etiqueta sin mercancía? Sólo se impone esta conclusión: hazte cargo, Sánchez, de lo que pasa cuando uno comparte el rancho y la litrona con los separatistas. Aunque dudo de que se entere.