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Héctor Abad Faciolince: Twitter es la nueva habitación del aforismo

Toda la vida he sido un lector de aforismos. Es inútil escribir un tratado que puede condensarse en un ensayo; e innecesario un ensayo que se puede resumir en un artículo; y ocioso el artículo que cabe en una frase. El arte de la condensación ha tenido cultores inmensos. De inmediato se me vienen a la cabeza varios autores de aforismos: Cicerón, Lichtenberg, La Rochefoucauld, Joubert, Mark Twain, Karl Kraus, Gómez de la Serna, Cioran, Canetti… Cojo un libro de cada uno de ellos al azar y les doy esta pequeña muestra de su sabiduría; cada frase parece el alcaloide de algo que se ha pensado seriamente y puede resumirse en una ocurrencia. Van en el mismo orden de los nueve mencionados:

“Que se proclame, pues, esta ley de la amistad: no pedir cosas vergonzosas, ni hacerlas si nos las piden”.

“Daría cualquier cosa por saber con certeza en nombre de quién se han cometido los actos que, según afirman públicamente, han sido hechos en nombre de la patria.”

“Hay lágrimas que nos engañan a nosotros mismos después de haber engañado a los demás”.

“Aquellos a quienes el mundo no basta: los santos, los conquistadores, los poetas, y todos los aficionados a los libros”.

“Es mejor merecer honores sin recibirlos que recibirlos sin merecerlos”.

“Los alumnos se comen lo que los profesores han digerido”.

“El murciélago hace parpadear la luz del atardecer”.

“Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás”.

“Ninguna masacre protege de la próxima”.

Como ven, un aforismo puede ser un ensayo político, un mandamiento útil para la vida, un desengaño que revela lo que somos en el fondo, un consuelo, una paradoja, la revelación repentina de una porquería, un simple hallazgo poético… Los aforismos no tienen tema ni reglas, como no sea aquella de condensar en la brevedad una iluminación hecha de palabras.

Hace muchos años un artista colombiano, José Antonio Suárez, me propuso que hiciéramos una obra conjunta que empezaría el primero de enero y terminaría el 31 de diciembre del año siguiente, que era bisiesto. Él haría 366 dibujos, uno cada día, y yo le entregaría 366 frases o aforismos, también uno por día. Nos dimos una pequeña licencia: si algún día no había inspiración, él podía copiar una obra ajena, y yo podía copiar una frase también ajena. Suárez, que es un monje esclavo del deber y fiel a su palabra, cumplió. Yo, que soy lo contrario a eso, no cumplí. Pero siempre tuve esa espina clavada en el órgano de la culpa. En el año 2010, por desidia, por error o por tontería, abrí una cuenta de Twitter. Y hace un tiempo, al cabo de casi diez años perdiendo el tiempo ahí, me di cuenta de que de vez en cuando, sin darme cuenta y casi sin pretenderlo, escribía un aforismo, o copiaba uno ajeno. Ricardo Bada, que es un tuitero sin Twitter, expurga cada semana aforismos en Twitter, demostrando que eso existe.

En estos días le pienso entregar a José Antonio Suárez, muchos años más tarde, la promesa incumplida, que son 366 aforismos, propios o ajenos, publicados en mi cuenta de Twitter. Una vez oí decir que una frase es buena hasta que sabemos quién la escribió; o lo contrario, que una frase es mala hasta que sabemos su autor. Por eso, para que no juzguen lo siguiente según si yo lo escribí o no, les copio algunos de los aforismos que publiqué en Twitter, sin decir el autor:

“La consecuencia de no pertenecer a ningún partido será que los molestaré a todos”.

“Maridos: callan de día, roncan de noche”.

“Caprichos de Dios: lluvia en el mar y sequía en el desierto”.

“No solo de pan muere el hambre”.

“Decir que uno está dispuesto a morir por una idea no es lo mismo a decir que uno está dispuesto a matar por esa idea”.

“Realismo: en el teatro romano, si un personaje moría asesinado, ponían de actor a un condenado a muerte y lo mataban en el escenario”.

 

 

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