La hora de los arribistas
El poder es un cemento que lo une todo, las ambiciones y las frustraciones; es el camino más rápido para lograr lo que parecía imposible
No nos ponemos de acuerdo sobre la responsabilidad de los corderos. Aunque al poder le importe una higa lo que podamos opinar, tenemos una responsabilidad ante un puñado de lectores. ¿Nos mostramos serios y taciturnos, o echamos sonrisitas cómplices como el que deja caer migajas a las malditas palomas urbanas? En el fondo no somos sino corderos que balan en un rebaño que sigue el sendero que marcan los que saben de eso, los que detentan la autoridad de señalar las rutas. Hoy vamos por aquí, mañana por allí, cuidaos de meteros en los zarzales que pueden complicaros la marcha. En definitiva, los periodistas debemos estar muy atentos para saber qué dicen los que mandan y abstenernos de interpretaciones aviesas. Siempre están expresando algo incluso cuando parecen más callados.
La foto fija de la situación parece una balsa. Curioso, cuando ayer semejaba tempestad. Ni una cosa ni la otra; van soltando sedal y nosotros hacemos como que nadamos. Hoy una de Vox, mañana otra del PP enfurruñado, pasado una curiosidad de Ciudadanos. La oposición al Gobierno no produce nada donde acogerse, pero da mucho juego al ilustre cuerpo de columnistas tertulianos. Volvemos a tiempos de adhesiones incondicionales. Debemos por tanto estar muy despiertos sobre lo que no se toca, porque ahí está la señal de lo que les duele y les preocupa.
Con una clase política de saldo, alquilada tras muchas ofertas de rebajas, podemos asegurar que las Cortes no serán eje de debates trascendentales, se limitarán a los fuegos de artificio con alguna novedad en el terreno televisivo. Leyes de género, eutanasia, mucha memoria con aderezos de ajo y sal para una generación política que todavía está en edad de crearse la suya. Nadie, que yo recuerde, habló de economía. ¡Qué vulgaridad! Quizá porque estamos ante una legislatura que más que ninguna otra vive de los partidos -fuera de la militancia no hay salvación ni socorro- y sus salarios dependen del asiento que calientan. No hay vida civil fuera del Parlamento, o sea, aguantar cuartel, escalafón y las guardias que designen los mandos. Modelo José Zaragoza, ese diputado catalán del PSOE que saltó de camillero de hospital a disciplinado guardaespaldas del que mande. Lo entiendo. ¿Quién se arriesgaría a volver a empujar camillas por decir una palabra de más o de menos?
Con una clase política de saldo, alquilada tras muchas ofertas de rebajas, podemos asegurar que las Cortes no serán eje de debates trascendentales, se limitarán a los fuegos de artificio con alguna novedad en el terreno televisivo
Hace unas décadas un desnortado profesor universitario, Jordi Gracia, especialista en adulaciones y atracos -académicos, se entiende- perpetró una cómica investigación sobre la época franquista que le valdría para ascender en la cucaña universitaria. Ninguno de nosotros había apreciado como se debe el valor de la “oposición silenciosa” a la dictadura. O sea, que haberse tragado la basura con delectación tenía un valor similar a los que habían padecido la ignominia del castigo y el ostracismo. Los profesores Aranguren o Valverde o Sacristán, represaliados, quedaban eclipsados ante el valor cívico, aunque silente, de esa oposición muda que en su fuero interno no era franquista, pero que tenía mucho cuidado en que no se notara. Este creador de doctrina académica hoy es catedrático y su hallazgo terminológico perdura entre ovaciones de la casta docente hoy difunta o emérita.
Cataluña vivió durante treinta años esa levedad del ser con el período de Jordi Pujol. Hoy es raro encontrar a alguien que defienda el supuesto oasis pujoliano, fuera del macizo de la raza convergente que, puestos a escoger ladrón, dicen ellos, prefieren uno de casa porque siempre les tocará algo y la Virgen de Montserrat con sus monjes les exonerará de todo pecado. Recuerdo a un presunto poeta de Gerona, Antoni Puigvert, profesor de instituto y editorialista de La Vanguardia, que en aras de la fe y el patriotismo denunció a quienes se atrevían a hablar de pederastia en el Monasterio. ¡Una campaña aviesa contra Cataluña y la cristiandad! Vean ustedes cómo la oposición silenciosa puede llegar a alcanzar el salvoconducto no sólo para acá sino para el más allá. Si hiciera una lista de corderos balando en loor del President Pujol, no tendría espacio para tantos. Hoy forman parte de la que aseguran haber sido oposición silenciosa, quizá porque era la encargada de silenciarnos.
Cuando el poder está consolidado, por más frágil que parezca como es el caso de Pedro Sánchez -podría pasar de Unidas Podemos a concertarse con el Partido Popular en menos tiempo del que necesitaba Don Juan para sus conquistas- es cuando llega la hora de los oportunistas. Nunca resultó tan barato un aplauso, un elogio, un apoyo adjetivado de incondicional. El poder es un cemento que lo une todo, las ambiciones y las frustraciones; es el camino más rápido para lograr lo que parecía imposible. Con los gobiernos de retales hay muchas más oportunidades de colarse o de encontrar algún lugar sombreado que garantice una temporada de tranquilidad y buenos alimentos.
El poder es un cemento que lo une todo, las ambiciones y las frustraciones; es el camino más rápido para lograr lo que parecía imposible.
Es verdad que no sólo el horizonte sino el presente inmediato se contempla amenazador, pero frente a eso ya hemos encontrado el bálsamo de Feriabrás. El pesimista es reaccionario, el optimista un abanderado del progreso. En cada caso aplíquense las instrucciones de uso. No cabe la posibilidad del optimismo como fuerza que nos haga soportar el insufrible peso de la paja y la viga en ojo ajeno. Nos condenan a la pena de la nostalgia, que es el sello del conservadurismo, y no saldrán de ese mantra. Pesimismo equivalente a conservadurismo. De poco valdrá que se trate de una decepción cotidiana a una generación como la mía, que tendría que ser muy benevolente para encontrar algún día de satisfacción política en su vida. No porque se hayan incumplido los sueños, que mejor así, sino porque nos obligan a contemplar al rebaño conscientes de que ninguna de las bestezuelas que ahora retozan de autosatisfacción se sentirá responsable del descalabro. Nosotros seguiremos igual, quizá algo peor, pero ellos como siempre habrán tenido razón, y si no, aplíquese el principio de oposición silenciosa. El problema no es la alcaldesa de Vic sino que haya sido elegida.