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Lula en el banquillo: Brasil partido en dos

Con una corbata con los colores de la bandera de Brasil, un ejemplar de la Constitución en la mano, escoltado por cientos de policías y arropado por miles de manifestantes. Así llegaba el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva a Curitiba para sentarse en el banquillo de los acusados, donde prestó declaración durante cinco horas. Su cara a cara con el juez Sérgio Moro, responsable de la Operación Lava Jato, se esperaba desde hacía meses.

«Estoy ansioso por declarar, será la primer oportunidad que tendré para saber de qué me acusan y qué tipo de prueba tienen, hasta ahora lo único que escuché es que no debe esperar pruebas, que lo que ellos tienen contra mí es convicción», decía el líder de la izquierda brasileña en una de sus últimas entrevistas antes del interrogatorio.

El que fuera el presidente más popular de la historia de Brasil, el artífice del milagro económico del país, The Man, según Barack Obama, cercado por la Justicia. Lula está acusado de corrupción pasiva, evasión de divisas y blanqueo de dinero por recibir un tríplex de lujo reformado por la empresa constructora OAS, una de las involucradas en la trama corrupta de Petrobras. Según los fiscales sería la manera disimulada de entregar 3,7 millones de reales (más de un millón de euros), una especie de agradecimiento por las maniobras que Lula presuntamente realizó para que la empresa se adjudicara jugosos contratos con la petrolera estatal. Es sólo una de sus cinco causas pendientes con la Justicia. Lula asegura que ese apartamento nunca fue suyo, pero los directivos de la empresa dicen lo contrario. Por el momento no hay pruebas que le inculpen, pero el debate divide a Brasil en dos.

División en la calle

A primera hora de la mañana al menos 10.000 personas se concentraban en el campamento improvisad en Curitiba por movimientos sociales de izquierda y sindicatos como la Central Única de los Trabajadores (CUT) en apoyo a Lula. Entre tiendas de campaña y colchones Luciana Kaiser, agricultora de 31 años, aseguraba: «Venimos a defender los derechos de nuestros trabajadores y a defender a Lula, porque no podemos olvidar que fue el presidente que mejor nos ha tratado». Luciana está convencida de que es inocente: «Creo que no estoy preparada para pensar que es culpable, sentiría mucha vergüenza«. Reconoce que si lo fuera debería ser castigado «pero todos los otros también, no solo Lula», repite un par de veces.

En otro extremo de la ciudad predominaban las camisetas ‘verde-amarelas’ y los carteles con la caricatura de Lula vestido de presidiario con el eslogan ‘Lula a la cárcel 2018’. Los «defensores de la Operación Lava Jato», mucho menos numerosos que los pro-Lula, vitoreaban: «Ya acabamos con Dilma ahora vamos a acabar con Lula». Raquel Santana llegó a primera hora de la mañana del miércoles desde Paraíba, a miles de kilómetros: «Unos amigos me pagaron el pasaje para que viniera a defender mis ideas aquí a Curitiba«. Según ella el ex presidente es un «ladrón, un cobarde que ha acabado con el país», pero también quiere dejar claro que para ella el juez Moro no es un héroe: «Solo un tipo que hace lo correcto, lo que pasa es que en este país eso no es normal». Para la médica Carolina Araujo, el magistrado es «el salvador de la patria, una persona que se va a estudiar en los libros de Historia».

¿Lula 2018?

El ambiente bipolar en las calles de Curitiba refleja el combate entre los dos personajes que más tensan la cuerda en Brasil. Por un lado el ex metalúrgico héroe de los pobres peleando por mantener limpia su biografía. Por el otro, el juez Moro, aclamado por gran parte de la opinión pública por encarcelar a empresarios y políticos, pero criticado por sus métodos y por su «ensañamiento» con el Partido de los Trabajadores, como denuncian los partidarios de Lula.

El ex presidente dice ser víctima de una monumental persecución mediática y jurídica para destruir su imagen y evitar que vuelva a la presidencia en las elecciones de 2018. De momento el banquillo no hace mella, al contrario: las encuestas están de su parte; se impondría en el primer turno con más del 30% de los votos.

Sus apoyos crecen a medida que avanza el proceso judicial. «Lula no es ningún cadáver político, está más vivo que nunca», considera Murilo de Oliveira, director del instituto de opinión Paraná Pesquisas: «Habrá que ver si consigue ser candidato o no en función de si es condenado. Si le detienen se convertirá en un mártir y sus posibilidades no disminuirán sino que aumentarán. Aún falta para 2018, todo está en juego».

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