Nueve mil millones
Aunque hay maltusianos alarmistas que dicen que la población mundial podría sobrepasar los 11 mil millones a fines de este siglo, la cifra que uno más oye para definir el tope al que llegará nuestra especie es algo más de los nueve mil millones del título.
La fecha estimada para alcanzar esta población es 2070. No hay certeza de nada, pero sí se conocen factores atenuantes y acelerantes. Tres son fundamentales: la urbanización reduce el crecimiento poblacional, mientras que la pobreza y la desigualdad lo aumentan. La razón es sencilla: una mujer educada y urbana de clase media, como las que abundan en las sociedades igualitarias, suele tener una tasa de fertilidad muy inferior a la de una campesina pobre.
Una primera variable derivada es crucial. A la hora de alimentar a este montón de gente (se necesitará 70% más comida), ¿queremos destinar 1.900 millones de hectáreas con base en una agricultura retro de alto componente artesanal, 1.600 millones de hectáreas con una agricultura más productiva que la de hoy o 1.200 millones de hectáreas con una agricultura de la más alta productividad posible, basada en transgénicos y en el resto de avances tecnológicos que ofrecerá la ciencia*? La ventaja de la tercera opción, de lejos la mejor en mi opinión, es que permitiría devolver a la naturaleza 200 millones de hectáreas hoy explotadas (dos veces Colombia) y evitar la deforestación de otros 500 millones. También importa saber si vamos a destinar a la producción de biocombustibles 300 millones de hectáreas o nada. Cuando se entiende que estos cultivos ocuparían áreas de bosque nativo o potencialmente reforestadas, donde la naturaleza por sí misma produciría oxígeno consumiendo CO2, se ve el desatino que son los biocombustibles.
Los últimos análisis dicen que los biocombustibles ni siquiera son preferibles a la quema de carbón o de hidrocarburos y que no tienen chico frente a energías más limpias, como la hidroeléctrica, la nuclear o la solar, para mencionar las tres más escalables. A la energía solar apenas le falta, para florecer todo su potencial, mejorar los sistemas de acumulación. Hay soluciones tecnológicas en camino.
Ahora bien, si la urbanización y el combate a la pobreza y a la desigualdad prometen mantener en la mente del creador a dos mil millones de niños, en su mayoría no deseados, ¿tiene sentido oponerse a ellas o, por el contrario, hay que acelerarlas y ordenarlas hasta donde sea posible?
Otro factor crucial que escapa a la lógica quejumbrosa del ambientalismo tradicional es la economía de mercado. A los ecologistas venerables de este mundo el capitalismo no les gusta y preferirían que en el futuro tuviera un protagonismo menor. Es un caso clásico de pensar con el deseo. Las grandes mayorías, sobre todo de los países en desarrollo, no van a aceptar que para salvar al planeta deban quedar atascadas en la pobreza. Por fortuna, existe otro camino que consiste en que, con apoyo activo de los Estados y con la ayuda de un atinado régimen de impuestos a la emisión efectiva de gases de efecto invernadero, la propia economía de mercado se encargue acelerar el desarrollo de energías limpias a gran escala.
Nueve mil millones de personas van a venir, sí o sí. Preparemos el terreno para que encuentren un planeta sano y habitable. El dogmatismo no ayuda en eso; ayudan la inteligencia audaz, pragmática y transaccional, y la muy vieja inversión capitalista.
* Las cifras para ganadería son aún más dramáticas.
andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes