Nuevo pulso de la marea amarilla en las calles de Brasil contra la presidenta Dilma Rousseff
Las protestas en todo Brasil ponen a prueba la maltrecha legitimidad de la presidenta
Las mareas amarillas y los gritos de «¡Fora Dilma!» se perpetúan frente a la playa de Copacabana en Río de Janeiro, en la avenida Paulista de Sao Paulo y en decenas de ciudades de Brasil contra una presidenta que vive sus días más aciagos cercada por la corrupción, sin control de una economía a la deriva y bloqueada en su gobierno por su enfrentamiento con el Congreso.
Según los datos de la policía, más de medio millón de personas salieron una vez más a las calles en ciudades de al menos quince estados brasileños, como ya sucedió en los pasados meses de marzo y abril, para pedir la renuncia o el ‘impeachment‘ de una mandataria cuya reprobación alcanza el 71% según las últimas encuestas de Datafolha, que estima en 135.000 asistentes la participación en la concentración celebrada es Sao Paulo.
Miles de familias enteras, jubilados y bebés incluidos, vestidas de amarillo y con camisetas anti Dilma, marcharon en clima de apacible paseo matinal de domingo frente a la exuberante playa y entre las altas palmeras de Copacabana. Pero a la hora de levantar la voz, se desataba la rabia entre los asistentes y sobre todo desde los carruajes con potentes equipos de sonido donde los manifestantes amplificaban su voz. «¡Lula ‘cachacero’, devuelve mi dinero!» y por supuesto «¡Fora Dilma!» fueron los himnos preferidos. En las pancartas, alusiones sobre todo a los «ladrones» del partido que está en el poder desde 2003.
Entre los enemigos, un solo nombre emergió como líder respetado de los hastiados brasileños. Y no era un político. «Somos Moro», rezaban camisetas y pancartas en defensa del juez que lidera las investigaciones contra el megaescándalo corrupto en torno a Petrobras, principal detonante de la grave crisis política que vive Brasil. «Sergio Moro representa una explosión de coraje dentro de la justicia para perseguir a los ladrones del dinero público y a quienes destruyeron Petrobras», expresó a EL MUNDO el periodista y líder de opinión conservador Miranda Sa con su barba y cabellos canos, ataviado con gafas oscuras, boina y camiseta con foto del mentado juez.
La crisis política no ha dejado de golpear a la presidenta Rousseff desde que se proclamó vencedora de las elecciones en octubre del pasado año por un escaso margen de tres puntos porcentuales. La ristra de ex cargos políticos y directivos de Petrobras y constructoras implicados en el que se considera el mayor caso de corrupción de la historia brasileña le salpica por su condición de presidenta del Consejo de Administración de la petrolera cuando se iniciaron los desvíos, que funcionaron mediante el amaño de contratos públicos con sobornos pagados a empresarios y políticos.
Corrupción y paro
El Tribunal Superior Electoral, además, investiga si la campaña presidencial del pasado año recibió fondos ilegales de esa trama. El Tribunal de Cuentas, mientras tanto, evalúa si existieron irresponsabilidades fiscales en los balances económicos del gobierno el pasado año. Ambos juicios podrían, en caso de demostrarse infracciones por parte de la presidenta, desembocar en ‘impeachment’, una de las palabra preferidas por los manifestantes.
Con una inflación acumulada del 9% ahogando a los consumidores, el desempleo dibujando una línea al alza y una leve recesión económica ya consolidada, Rousseff y el Ejecutivo han perdido a día de hoy el control de la agenda política al tener en su contra a un presidente del Congreso, Eduardo Cunha, que lidera a la Cámara a votar en contra de los intereses del gobierno, al que considera culpable de que su nombre esté en la lista de los sospechosos de haber participado en el caso Petrobras.
Organizadas por los colectivos no partidistas Vem para a Rua, Movimiento Brasil Livre y Revoltados On-line, las marchas no defienden a un líder político concreto que podría asumir el papel de estadista en el que está fracasando Dilma Rousseff. Los partidos de la oposición, aunque mayormente apoyan las marchas, estaban hasta hace poco asumiendo un papel secundario. Pero en un paso al frente para capitalizar el descontento, el senador y ex presidenciable Aécio Neves, del PSDB, se sumó ayer a la marcha de su ciudad natal, Belo Horizonte. Con un un polo amarillo y el símbolo de la victoria dibujado en los dedos, se subió a un carruaje equipado de altavoces. «Basta de mentiras, de tanta corrupción, de tanto desprecio a los brasileños. Vamos a estar siempre juntos porque mi partido es Brasil», clamó en un breve discurso.
Aunque la mayoría de los manifestantes defienden el ‘impeachment’ o la renuncia de Dilma dentro de las bases democráticas, una minoría se hizo ayer algo más fuerte en la marcha de Río: los que defienden el golpe militar. En la cola de la marcha y algo aislados del resto, unas 300 personas sosteniendo más de diez pancartas, muchas de ellas vestidas de militares, defendían la intervención del Ejército. «Para acabar con la corrupción, es urgente que los militares tomen el poder y se convoquen elecciones en 90 días», defendía el perito judicial Emilio Alarcón sosteniendo una pancarta a favor del golpe. De una forma o de otra, son muchos los que quieren derribar a la presidenta.