Ricardo Bada: La felicidad ja ja ja
Un día me asaltó la duda de si acaso sé qué es la felicidad y en virtud de qué parámetros también puedo decir de mí mismo que soy un hombre feliz.
¿Me lo sabría decir el diccionario? En el de la Real Academia, la felicidad queda definida como «Estado del ánimo que se complace con la posesión de un bien». El Casares es más lacónico: «Estado placentero del ánimo, goce completo». El Martín Alonso, además de repetir las del Casares, define como acepción psicológica lo siguiente: «Felicidad: término supremo de la posesión del amor, conquista de bienestar«. El Seco, haciendo honor a ese adjetivo, se limita a constatar que la felicidad es «cualidad de feliz» o «cosa que hace feliz». El Diccionario de Autoridades recurre a la vía enumerativa: la felicidad sería «dicha, buena fortuna, suceso próspero, que redunda en utilidad y provecho de alguno». Y en séptimo lugar consulto el impagable Tesoro de la lengua castellana o española, que desde 1611 viene inspirándonos a quienes escribimos en ella.
Pero don Sebastián de Covarrubias no le da entrada en su sanctasanctórum a la palabra felicidad, la más afín que encuentro es «Felicitas», definida así: «Santa Felicitas. Tres deste nombre y las tres padecieron martirio». Vaya por Dios. A renglón seguido, eso sí, viene el adjetivo «feliz» y don Sebas lo registra diciendo: «Llamamos al dichoso». ¿Y cómo define al dichoso? Le basta una palabra: «Desdichado». Vaya por Dios, otra vez; tal parece que en aquellos tiempos no corrían buenos vientos para los humanos.
A punto de tirar la toalla recuerdo que me queda el diccionario de doña María Moliner. Quien no me desilusiona, define la felicidad de modo inequívoco: «Situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea». Esa poquita cosa, que las circunstancias de nuestra vida sean como las deseamos, éso, ¡ay!, es la felicidad.
Me recuerda un viejo chiste de la más lúgubre época del stalinismo. Un francés, un gringo y un ruso conversan acerca de la felicidad. El francés la cifra en la buena comida y las mujeres, y el gringo en el dinero. El ruso se ríe y les dice: «Ustedes no tienen ni la más remota idea de lo que es la felicidad. Imagínense que estoy por la noche en mi casa, durmiendo, y de repente me despierta el ruido de pasos policiales subiendo la escalera, escalón tras escalón, el corazón se me encoge más y más, cuando por último se detienen ante mi puerta y un puño la golpea. No me queda otra sino abrir. Los policías me preguntan: ‘¿Eres tú Karel Cullasovich?’ Yo les digo sonriendo: ‘No, Karel Cullasovich es el de la puerta de enfrente’. Y cuando los policías voltean hacia esa puerta, ESO es la felicidad».