Ricardo Lagos: ¿Para dónde abrió la puerta Bolsonaro?
Michel Temer, presidente saliente, y Jair Bolsonaro, presidente entrante, de Brasil. Comienza la transición hasta la asunción del nuevo Gobierno, el 1° de enero próximo (Photo by Nelson ALMEIDA and Miguel SCHINCARIOL / AFP)
Decir que la elección de Jair Bolsonaro hizo saltar mil preguntas ya es una obviedad. Pero empecemos por ésta: si el 1° de diciembre llegará un nuevo presidente en México, trayendo por primera vez a la izquierda al Palacio Nacional, y un mes después vendrá a ocupar el Palacio de Planalto en Brasil un mandatario al extremo opuesto, ¿cómo se articularán posiciones comunes entre las dos economías más grandes de la región? Por ahora hay un vacío de posibilidades. Lo concreto es que tenemos a un lado un López Obrador investido por las esperanzas de un pueblo mexicano mayoritariamente ansioso por vivir en un país de mayor justicia social y menos discriminaciones.
Y todo eso pegado a Estados Unidos. Y al otro lado Bolsonaro, también con alta votación, montado en la promesa de la fuerza por encima de todo, para imponer “orden y progreso” a su modo, algo que rememora a algunos que llegaron al poder por elecciones, para luego implantar el autoritarismo y el crimen de Estado.
Ojalá esa percepción sea exagerada. Pero lo que viene será un tiempo muy difícil para esta América nuestra. Siempre hemos tenido diferencias entre los países, pero nunca de la magnitud y del abismo existente entre lo proclamado por Bolsonaro sobre su visión de política exterior y lo que es el sentido común predominante en el resto de los países latinoamericanos.
¿Cómo podrá seguir adelante un entendimiento entre la Alianza del Pacífico y los países de Mercosur si el rol de Brasil es determinante en ese acuerdo? ¿Podrá existir otra fórmula para intentar ordenarnos entre nosotros? ¿O será hora que empecemos a pensar en otra geometría para articular nuestros vínculos regionales? No será fácil para los mandatarios del resto de América Latina empezar a tender puentes con el nuevo gobernante. Lo harán, pero sabiendo que en el contexto está presente en la percepción ciudadana la década en que se redujeron con fuerza los niveles de pobreza en la región y ninguna de estas sociedades –tampoco la brasileña– están dispuestas a retroceder en el espacio ganado en desarrollo social.
Sí, es cierto, los hombres y mujeres en Brasil y otros países nuestros quieren más seguridad, poder vivir sin miedo su existencia diaria. Pero sofocar al delincuente mientras se anuncian duros recortes en el gasto social sólo augura mayor caos a futuro.
Los pensadores de política exterior en torno a Bolsonaro siguen la oratoria de su jefe por encima de la serenidad requerida para actuar como país grande en la diversidad del mundo actual. Así, alguien cercano a él como Luiz Philippe de Orléans, dice que Venezuela es el problema principal y lejos de explorar posibilidades políticas para abordar la crisis anuncia cierre de la frontera, expulsión de millones de venezolanos y no descarta llegar a la intervención militar.
¿Pensará en las consecuencias mayores que traería una guerra en esa zona de Sudamérica?
El diplomático Ernesto Henrique Fraga publicó un artículo donde dice que “Donald Trump propone una visión de Occidente no basada en el capitalismo ni en la democracia liberal, sino en la recuperación del pasado simbólico, de la historia y de la cultura de las naciones occidentales”. Y sin matices señala que esa propuesta no es expansionismo sino pan-nacionalismo occidental y Brasil debe “ser parte de ese Occidente”.
¿Habrán pensado ellos, frente a un tema clave para Brasil y nuestra región, lo que significaría –al igual que lo hizo Trump- aquel anuncio de Bolsonaro: “quiero retirarme del Acuerdo de Paris”? Esta idea la reconsideró con posterioridad. El mandatario electo no parece ser consciente que Brasil tiene un record imposible de igualar: el nivel de emisiones en gases de efecto invernadero provocado por la deforestación de la Amazonia es mayor que aquel que Brasil emite por su producto geográfico bruto cada año. No es cuestión sólo de apabullantes cifras técnicas, sino de la devastación del pulmón verde del planeta. Lo tenemos al lado. ¿Qué hará América Latina cuando Bolsonaro desee cumplir su palabra y no disminuirá la deforestación?
En pocos días más la Cumbre Iberoamericana se dará cita en Antigua, Guatemala. Sabemos que en sus últimas reuniones se ha visto débil a este mecanismo, pero es posible que estas elecciones en México y Brasil, y todas las fracturas que vive la región, le lleven a un revivir esencial.
Allí es donde América Latina, junto a España y Portugal, pueden buscar influir en un mundo de perturbaciones democráticas crecientes, tanto acá como en tierra europea. Cabe entender y dar vigor a la democracia tal como ella se nos presenta estos días. Ya no confrontada con golpes militares, sino defendiéndola frente a quienes, apoyándose en ella para alcanzar el poder, la distorsionan, anulan a otros poderes del Estado o manipulan a los pueblos con retóricas incendiarias. Son tiempos de “fake news” y los impulsores del populismo extremo lo saben.
Pero también, frente a la elección en Brasil y otras realidades regionales hay una afirmación que parece ineludible hacer: la centroizquierda, como quiera que la definamos, debe entender que las recetas de ayer no son válidas para el mundo de hoy. Por algo han emergido los Bolsonaro. Urge encontrar otras respuestas, percibir como acompañar al ciudadano de hoy, para abordar las lecciones que nos deja la elección en Brasil.
Ricardo Lagos es ex presidente de Chile.