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Roberto Casanova: Diputados rebeldes

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I

Si la gente que hace nuestro país peor no toma ni un día libre, ¿cómo podemos tomarlo nosotros? Con esta idea en mente (basada, por cierto, en una famosa frase de Bob Marley) pensemos en el siguiente escenario para los primeros días del año recién estrenado. El próximo 5 de enero los diputados demócratas designarán a las nuevas autoridades del Poder Legislativo. Los miembros de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) —cuyos nombres no debemos olvidar— mantendrán su posición: la Asamblea Nacional (AN) se halla incursa en un supuesto “desacato”. Luego, declararán aquella designación como un acto írrito, sin validez alguna. Desde su perspectiva la AN simplemente no tendrá autoridades: se habrá “autodisuelto”. El Poder Ejecutivo, responsable de esta tramoya, suscribirá inmediatamente esa tesis. Afirmará, además, que no podrá transferir recursos a la AN en lo sucesivo pues ésta no contaría siquiera con firmas autorizadas. Así, la AN dejaría de existir para los otros Poderes Públicos y la responsabilidad de este extravagante hecho, según el grupo que ha secuestrado al Estado, sería de la propia oposición democrática.

II

El escenario esbozado podría ser más insólito aún pues el régimen podría dar una “vuelta de tuerca” adicional en su estrategia de control total del poder. No hay que olvidar que el proyecto neocomunista, que con avances y retrocesos se viene imponiendo, nunca aceptará una institucionalidad que califica como liberal-burguesa. Ante la supuesta inexistencia de la AN el régimen tendría, tal vez, una oportunidad para avanzar en la creación de un “Congreso del Pueblo” (o “Asamblea Nacional del Poder Popular”, como se le llama en Cuba). Con base en este invento político, eventualmente reconocido por el TSJ, el Poder Ejecutivo enviaría los recursos destinados a la legítima AN a esa nueva instancia revolucionaria. Los diputados socialistas quizás migrarían también a ese cuerpo “legislativo”, abandonando la “autodisuelta” AN. Por inconcebible que parezca una jugada política como esta no debemos subestimar el hecho de que el ropaje democrático le queda ya estrecho a una camarilla que ambiciona perpetuarse en el poder.

III

Es probable que unos cuantos diputados opositores pensasen que su tarea, si bien en un contexto complejo, consistiría en cumplir con las funciones básicas de todo poder legislativo: representar la voluntad de quienes los eligieron, promulgar nuevas leyes y reformar o derogar leyes existentes, controlar las actuaciones del Poder Ejecutivo. Pero el carácter dictatorial del régimen no es cuento. Las leyes aprobadas por la AN son, como se sabe, sistemáticamente declaradas nulas por el TSJ y el control que la AN puede efectivamente ejercer sobre el Poder Ejecutivo es prácticamente inexistente. Pareciera, sin embargo, que cierta conducta inercial hubiese sido adoptada por muchos de nuestros diputados y no supiesen qué otra cosa hacer sino seguir aprobando leyes que no serán ejecutadas e interpelando a funcionarios que no se darán por enterados. Lo que sucede, en verdad, es que el acto de soberanía del pueblo que los eligió como sus representantes es continuamente violado por la dictadura socialista.

IV

De lo que se trata es, dicho en breve, que los diputados demócratas asuman, con determinación y con sentido de urgencia, la misión de representar a los ciudadanos. El desafío no es promover tal o cual conjunto de leyes sino de defender el derecho a legislar democráticamente. El asunto no es dejar de investigar y denunciar a funcionarios incompetentes y/o corruptos sino rescatar la función contralora de la AN. Los diputados demócratas deben desconocer a todos aquellos funcionarios, empezando por quienes integran la Sala Constitucional, que irrespetan la representación de la voluntad de la mayoría de los venezolanos. Pero, ¿cómo se logra eso? ¿Cómo ser diputados en tiempos de dictadura? Esta es la cuestión básica y ya no tenemos tiempo para dudar.

V

Si la dictadura impide a los diputados representar efectivamente la soberanía popular pues ellos, en legítimo cumplimiento de la Constitución, no tienen una opción distinta a la Rebelión Republicana (otro significado para la expresión “RR”). Cada diputado demócrata tiene que convertirse ya en un diputado rebelde. Debe centrar su esfuerzo político en ayudar a articular la protesta social en el Estado cuya población representa. En promover allí el debate sobre un proyecto alternativo de país. En hacer entender a los ciudadanos que las soluciones a los problemas que los agobian requieren que la soberanía popular, deseosa de cambio, sea respetada. Un diputado rebelde debe comprender, antes de que sea demasiado tarde, que encarna dicha soberanía. Debe recordar que se halla comprometido con los intereses generales de los venezolanos y no con los de un partido o facción. (Lo que menos necesitamos en este momento es que un diputado renuncie a su responsabilidad para convertirse en candidato a algún otro cargo de representación pública). Un diputado rebelde debe pasar más tiempo en el Estado en el que fue electo que en Caracas. Sus visitas a la capital deben dedicarse a coordinar su trabajo con el de los otros diputados y a promover el diálogo público en torno a una nueva estrategia de desarrollo para nuestro país. Un diputado rebelde debe ser, en definitiva, una figura clave en nuestra lucha por la libertad y la democracia. En el surgimiento y consolidación del Movimiento de Unidad Democrática.

Nosotros, por nuestra parte, los portadores de la soberanía popular, debemos saber quiénes son nuestros representantes en la AN. Entrar en contacto con ellos y apoyarles en la realización de la misión histórica que les ha correspondido cumplir.

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