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Slavoj Žižek: coronavirus y profecía filotirana

“Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”.

Albert Camus.

 

Ante la actual pandemia de dimensiones planetarias, ha tomado mayor sentido la implacable sentencia de Umberto Eco: “El primer deber de los intelectuales: permanecer callados cuando no sirven para nada” (L’Espresso, 24 de abril de 1997). A pesar de tan sabia admonición, los intelectuales mesiánicos aprovechan la oportunidad para sacar sus desvencijados arcabuces ideológicos y disparar los mismos proyectiles de siempre.

Su comportamiento recuerda un viejo chiste sobre las reacciones estereotipadas de tres diferentes políticos respecto al adulterio de la esposa. Al enterarse que la mujer le ponía los cuernos, el fascista golpea a la señora. El demócrata cristiano reza para que se arrepienta. El comunista va a quemar cauchos frente a la embajada americana.

En esta situación de pandemia, uno de los casos más destacados, aunque no el único, ha sido el del filósofo esloveno Slavoj Žižek, (n. 1949), quien se ha convertido en una celebridad mediática por sus delirantes opiniones. En un artículo publicado en la cadena de propaganda rusa RT, ha señalado que la actual epidemia de coronavirus, que se ha propagado por el mundo, representa «una especie de ataque de la técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos —utilizada por Beatrix, la protagonista de la película ‘Kill Bill 2′, para matar a su mentor—, pero que apunta contra el sistema capitalista global.”

Žižek utiliza una metáfora cinematográfica —lo cual acostumbra— para hacer más mediáticas sus afirmaciones tremendistas. En la mencionada película de Tarantino, la protagonista, una asesina entrenada tanto en armas modernas como en técnicas orientales de combate a mano limpia, posee un puñetazo capaz de producir un infarto inmediato. Según nuestro filósofo, ese mismo golpe es el que la nueva pandemia le dará al liberalismo.

Žižek hace uso de la falacia comunista de confundir democracia con capitalismo, especialmente con el capitalismo más despiadado. Una cosa es el liberalismo político, la fe en las leyes y las elecciones libres, y otra el liberalismo económico, que promueve las libertades económicas. Ambos componentes son indispensables para las sociedades abiertas. Para estas mismas sociedades el neoliberalismo, el capitalismo radical, es un problema, pues pone las libertades económicas por encima de las necesidades sociales. El encono de Žižek no solo es contra el neoliberalismo sino contra la democracia en general.

Profeta del desastre

Agrega el pensador esloveno que la epidemia del coronavirus es «una señal» de que la humanidad no puede vivir más como de costumbre y «es necesario un cambio radical». Žižek no se podía perder la oportunidad para lucirse con un discurso que no muestra ninguna compasión con las personas que sufren por culpa de la enfermedad, sino que aprovecha para lanzar una profecía sobre la recuperación del paraíso terrenal después del apocalipsis pandémico. Como no se hizo realidad histórica la revolución mundial por medio de la violencia, ahora se endosa la responsabilidad redentora a una catástrofe natural.

Hay que aclarar que lo que hace Žižek es profetizar. Y hay que distinguir entre la profecía —visión de inspiración divina propia de las religiones—, del pronóstico, ejercicio de proyección racional característico de la ciencia. El pronóstico lanza una hipótesis que debe ser comprobada en el tiempo y el espacio. Si no sucede, entonces es inválido el pronóstico. La profecía, a diferencia, no tiene fecha de caducidad. La profecía tiene su fundamento en la mitología, tal como nos explica John Gray (Misa negra, p. 79). La mentalidad utópica se alimenta de mitos imposibles de refutar. Para el leninismo, el terror es la forma de crear al hombre nuevo. La utopía exige sacrificar millones de vidas humanas.

Žižek no se está jugando su prestigio de científico social al hacer su “pronóstico”. Lo más seguro es que, cuando todo esto pase y la realidad haya echado por tierra sus apuestas, no pedirá perdón por el desacierto. Podemos imaginar que ya estará haciendo nuevas profecías tremendistas.

Como puede apreciarse, desde el punto de vista epistemológico, no son muy diferentes las afirmaciones de Žižek de las de los predicadores evangélicos que gritan en la calle que nos arrepintamos porque el fin de los tiempos está por llegar. La diferencia radica en que la buena nueva revolucionaria posee un instinto genocida.

El virus ideológico

La profecía de Žižek tiene otro elemento: «Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global».

El horizonte utópico de Žižek consiste en la caída del liberalismo y el ascenso del comunismo. La pandemia debe destruir a la forma de vida de las democracias occidentales, para darle nueva vida los totalitarismos. Zizek ha señalado que «a menudo se escucha la especulación de que el coronavirus puede conducir a la caída del gobierno comunista en China», pero eso no será así, todo lo contrario: «el coronavirus también nos obligará a reinventar el comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia».

Esta última declaración, merece dos comentarios. Primero, defiende al modelo comunista chino, con descaro, a pesar de que sus mecanismos represivos y de censura se convirtieron en un obstáculo para tomar conciencia de la gravedad de la situación. En segundo lugar, nos hace preguntarnos: ¿Cómo será ese comunismo renovado? No nos dice mucho en el artículo, pero lo podemos inferir por sus obsesiones confesas.

Hemos visto a Žižek sostener la propuesta del rescate de la intolerancia, con el propósito de suscitar la pasión política que alimenta la discordia. (En defensa de la intolerancia). Sin ambages, ha propuesto rescatar el terror virtuoso de la revolución francesa como herramienta indispensable de imponer cierta concepción del bien común (Robespierre, virtud y terror). Además, sostiene fervientemente que el comunismo debe ser la idea central de la filosofía (La idea de comunismo). Por este camino, Žižek llega al extremo de justificar los crímenes del estalinismo:

“Si queremos nombrar un acto que fue verdaderamente valiente, uno en el cual alguien verdaderamente ‘tuvo agallas’ de intentar lo imposible, pero que a la vez fue un acto horrible, fue la colectivización forzosa de Stalin en la Unión Soviética a finales de los veinte” (Visión de paralaje).

Por lo que podemos inferir de su imaginario, su comunismo renovado realmente es una versión mejorada del régimen estalinista. Ese lugar donde el lenguaje del Estado es omnipotente. Allí la realidad se amolda con plasticidad al arbitrio del gobernante. Donde dos más dos son cinco, como la distopía que George Orwell describe en 1984.

Los ideólogos contaminantes

Ante una situación de suma gravedad como la actual, con miles de personas infectándose y un porcentaje de estas muriendo, Žižek reitera su viejo sueño de ver el mundo en manos del comunismo. Su prioridad es el establecimiento del totalitarismo por encima de una salida que garantice la libertad, así como el bienestar de los semejantes.

Por el contrario, esta es una ocasión que debe preocuparnos y conducirnos a tomar las decisiones oportunas para sobrevivir como especie, para reflexionar sobre el sentido de la vida y para prever el futuro. Respecto a esto último, los intelectuales pueden ayudar en establecer la verdad de los hechos y la validez de los razonamientos, así como clarificar los principios éticos.

Hay una frase atribuida a Gandhi que, aunque tal vez sea apócrifa, expresa mucha sabiduría: “Sé el cambio que deseas ver en el mundo”. Eso nos da un criterio para distinguir entre filósofos y filotiranos; es decir, aquellos intelectuales que ponen su pensamiento al servicio de los totalitarismos genocidas. Los mismos que creen a Bakunin cuando sentencia: “La pasión por la destrucción es también una pasión creadora”.

Según esta mentalidad simplista y peligrosa, basta con destruir lo existente para que surja la sociedad ideal. No hay que hacer el esfuerzo de construir. Tal vez este sea el virus contra el que debe estar más alerta nuestro sistema inmunológico ético.

 

 

 

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