Truman Capote: «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio»
Truman Capote es a la Literatura [con mayúsculas] lo que Lola Flores al mundo del espectáculo. Una folclórica clásica. Dicho así, en femenino, como a él le hubiese encantado. Y aunque no fue un actor de Hollywood, se le puede definir como una auténtica leyenda del cine. O, tal y como se definió en su último libro publicado, Música para camaleones: «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio».
En el futuro, todos tendremos 15 minutos de fama». Lo decía su amigo Andy Warhol, repitiéndoselo como el estribillo de un megahit pop a quien se cruzase en su camino. Pero en el caso de este escritor hedonista, chismoso, homosexual de voz chillona y tendencia al sobrepeso, único responsable de las parties más desfasadas que haya visto Nueva York e inventor del nuevo periodismo, ese cuarto de hora que vaticinaba Warhol se acabó convirtiendo en un pase vip para la eternidad.
Definido por sus biógrafos como el típico hijo de padres separados, este enfant terrible nace en Nueva Orleans (Luisiana, EE.UU.), el sur profundo. Pronto es enviado a vivir con la familia de su madre en Monroeville. Sus padres discuten constantemente. Los fracasados negocios de él y la ausencia de instinto maternal de ella tienen la culpa.
«La cosa viene de cuando era niño –confiesa Capote a Warhol en 1978–. Me encerraban y nunca sabía cuándo iban a venir a sacarme. Esto me creó una ansiedad de la que nunca he podido desprenderme. Fue una de las causas por las que empecé a beber. El alcohol disminuía mi ansiedad. Aunque lo que hacía era crearme otra. Desde que decidí reorganizar mi vida, he notado un descenso de la ansiedad».
Sus padres discuten constantemente: los fracasados negocios de él y la ausencia de instinto maternal de ella tienen la culpa
Arch Persons y Lillie Mae Faulk, sus padres, se divorcian en 1931. Un año más tarde, la madre se casa con Joseph García Capote, un empresario de origen cubano, y el matrimonio se traslada a Nueva York. Truman lleva un par de años viviendo con su madre y su padrastro cuando adopta el apellido de éste, llamándose Truman García Capote (aunque su verdadero padre agotará en vano todas las instancias judiciales tratando de impedir este cambio).
La nueva familia se traslada a Greenwich (Connecticut), donde Truman inicia sus estudios secundarios y empieza a salir con un grupo de amigos. Es la época de sus primeros relatos, elogiados por una profesora que lo defiende ante el resto del claustro por sus malas notas. Hasta que sus cuentos empiezan a ser publicados (firmados como Truman Capote), el escritor trabaja como lector de guiones cinematográficos, bailarín en una embarcación o corrector en The New Yorker, su revista favorita.
Comienza 1941, la Segunda Guerra Mundial es algo más que negros nubarrones y la mayoría de los colaboradores del mensual están en el frente. Por primera vez en su ajetreada biografía, que no la última, Truman convierte una adversidad (el conflicto que se extiende por Europa) en un golpe de fortuna. Dicho en sus propias palabras: «Todo fracaso es el condimento que da sabor al éxito». Finaliza 1944. Truman es despedido de The New Yorker por criticar al poeta Robert Frost.
Trabaja como lector de guiones cinematográficos, bailarín en una embarcación o corrector en ‘The New Yorker’, su revista favorita
Capote se da a conocer en las librerías de su país a los 24 años con Otras voces, otros ámbitos, que genera expectativas sobre su futura obra. La editorial Random House publica una colección de sus cuentos, A Tree of Night (Un árbol de noche), un año después. «Los escritores –dirá Capote más tarde–, cuando menos aquellos que corren auténticos riesgos, que están dispuestos a jugarse el todo por el todo y llegar hasta el final, tienen algo en común con otra casta de hombres solitarios: los individuos que se ganan la vida jugando al billar y dando cartas».
Se dedica a trabajar su estilo, resultado de lo cual es la publicación de Desayuno en Tyffany’s, novela de estilo ágil y sutil poesía llevada al cine en 1961 con el título Desayuno con diamantes, dirigida por Blake Edwards y protagonizada por Audrey Hepburn. Pese a que a Capote no le gustó la adaptación, se trata de un título clásico.
En aquel tiempo, el novelista comienza a tener categoría de pop star. El escritor de los múltiples disfraces y la lengua afilada que sueña con buitres. Descarado y procaz, su vida empieza a ser una novela: «La otra noche estaba sentado en un bar atestado de gente en Kay West. En una mesa vecina había una mujer medianamente bebida con su marido, completamente borracho. Al poco, se me acercó la mujer y me pidió que le firmara una servilleta de papel. Al parecer, eso no gustó al marido; vino dando bandazos y, después de abrirse la bragueta y sacar todo el aparato, dijo: ‘Ya que está firmando autógrafos, ¿por qué no me firma esto?’. Las mesas de alrededor se quedaron en silencio, así que mucha gente oyó mi respuesta: ‘¿No sé si cabrá mi firma, pero quizá pueda ponerle mis iniciales?’».
Pero es su interés por el periodismo (en los 50 es entrevistador estrella de Playboy) y, más en concreto, por el reportaje de investigación, lo que da como fruto su célebre obra A sangre fría. Por esta novela, de la que se despachan en su día 300.000 ejemplares y está en la lista de los libros más vendidos del New York Times 37 semanas, Capote es considerado, junto con Norman Mailer (a quien odia) y Tom Wolfe, uno de los padres del nuevo periodismo, género que combina la ficción y el periodismo de reportaje.
A sangre fría pone a su autor en el punto de mira, aparece en las portadas de las revistas y le duplica las llaves que le abren la puerta a un mundo de invitaciones a ilustres casas, almuerzos a deshoras en costos hoteles y paseos en yate. Pero para él esta obra ha sido una experiencia traumática que marcará su vida hasta aquel 25 de agosto de 1984, cuando Capote falleció en Los Ángeles, California, por intoxicación múltiple con diversos fármacos.