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Trump vs. las mujeres, Hollywood y Harvard

Son varios los temas que surgen luego de las elecciones en Estados Unidos realizadas el pasado 6 de noviembre.

Los últimos cuatro presidentes han perdido elecciones a mitad de periodo. Bill Clinton perdió el control de ambas cámaras en 1994; George W. Bush y los republicanos en 2006; los Demócratas y Barack Obama perdieron la Cámara de Representantes en 2010 y el Senado en 2014. Para Donald Trump mantener el Senado tiene una importancia basada, ente otros asuntos, en la capacidad que seguirá teniendo de que le aprueben sus candidatos a los cargos judiciales, como la Corte Suprema. Por esa vía busca dejar su impronta cultural incluso cuando haya dejado el cargo, en su particular batalla por cambiar el alma y los valores de la nación del Norte, y devolverla a los tiempos del Ku Klux Klan y la xenofobia, así como del antisemitismo y del racismo más feroces.

Sin olvidar otras ganancias obtenidas y menos publicitadas de los Demócratas en 2018, como varias legislaturas estadales, ellos obtuvieron asimismo varias “trifectas”: ganaron la gobernación y las dos cámaras legislativas estadales en Nueva York, Illinois, Nuevo México, Colorado, Maine y Nevada, y acabaron con las trifectas republicanas en Michigan, New Hampshire, Kansas y Wisconsin.

Recordemos asimismo que una vez más Donald Trump (quien insistió que esta elección era un referendo sobre su persona) pierde el voto popular, al igual que en 2016, estas vez por mayor diferencia; las consecuencias pueden verse nítidamente en el resultado victorioso para los Demócratas en la Cámara de Representantes: Una elección nacional, con resultados que a nivel de votos emitidos pueden contabilizarse no solo en lo local, sino asimismo nacionalmente.

La victoria republicana en el Senado, en cambio, refleja resultados parciales en unas elecciones que solo incluían 35 (33, más dos elecciones especiales para llenar vacantes) de los 100 senadores. Un hecho fundamental: eran muchos más los senadores demócratas que se candidateaban para la reelección que republicanos (además, 10 senadores Demócratas buscaban ser reelectos en estados ganados por Trump en 2016). Por ello se consideraba muy difícil que los Demócratas recuperaran el control de la cámara alta. Además, está la peculiaridad del sistema senatorial, que le da 2 senadores a cada estado, independientemente de su población. Así, un estado más conservador y pequeño como Dakota del Norte elige un senador con aproximadamente 170.000 votos, mientras que en el más cosmopolita y grande California, se necesitan 3.4 millones.

Estas cosas suceden cuando el sistema electoral tiene una cámara legislativa basada en la población, mientras que la otra se centra en el territorio.

Otros hechos preocupantes: hace 10 años 17 estados tenían un senador Demócrata y otro Republicano. A partir de enero de 2019 solo serán 7. Asimismo, Minnesota será el único estado con una cámara legislativa controlada por un partido y la otra por su rival. La última vez que ello ocurrió fue en 1914.

Al escribir esta nota, leemos que la cuenta senatorial acaba de ser afectada por un resultado que amarga la alegría Republicana: la Demócrata Kyrsten Sinema acaba de ser oficialmente declarada ganadora de la senaduría en Arizona que ocupaba el Republicano Jeff Flake. Los Demócratas no ganaban una senaduría en ese estado (el otro senador era el fallecido John McCain, por cierto), hace más de 30 años. Siguiendo con la ola victoriosa femenina, Sinema se convierte en la primera senadora en la historia de Arizona (si hubiera ganado su rival hubiera sucedido lo mismo: derrotó a Martha McSally).

Trump tenía aparentemente un objetivo, el cual logró: convertir el partido Republicano en un partido a su imagen y semejanza, endureciendo aún más el perfil de sus votantes. Hoy, puede afirmarse que el GOP es un partido que simboliza una rabia nacionalista y blanca. Para muchos de sus dirigentes Trump no es una aberración, sino su futuro.

Todo lo anterior contribuye a una “repolarización concentrada demográfica y regionalmente” de la política en ese país, impulsada precisamente por aquellos a quienes a la larga menos les conviene, los Republicanos. En esta elección el voto de los suburbios y el de las mujeres se fue claramente con sus adversarios.

Para Trump, como para la extrema derecha europea, la clave es polarizar: es preferible una minoría de votantes galvanizada y controlada, que una mayoría apática y pasiva.

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Un hecho cuyas consecuencias sobrepasan las fronteras gringas: el extraordinario resultado para las mujeres, para las candidatas, en toda la geografía, en todo tipo de elecciones: senado, cámara de representantes, gobernaciones, legislaturas estadales. Con una lección muy importante para los partidos políticos y para la cultura política a nivel mundial, en especial la socialdemócrata: a nadie se le ocurrió proponer el indefendible racionalmente “sistema de cuotas” que hoy prevalece en diversos partidos socialdemócratas –el caso español sale a consideración- e incluso amenaza invadir a otras familias políticas. Todas las mujeres que triunfaron el 6 de noviembre ganaron su candidatura, y luego la elección, no por el hecho de ser mujeres, sino porque fueron mejores que sus contrincantes.

El 6 de noviembre triunfó la meritocracia liberal hacia arriba, no la igualación socialista hacia abajo.

Otro problema que se le presenta a Trump es que si bien tiene muy claro quiénes son sus votantes y cuál mensaje debe enviarles, los Demócratas tienen más terreno para crecer, porque su coalición electoral –que tiene obvias ventajas demográficas- es más fluida. De donde hoy se deriva una debilidad, los Demócratas pueden generar una oportunidad.

La verdad es que el voto popular demuestra una vez más que el país no está dividido en dos mitades exactas. El Republicanismo de Trump ha alienado a las mujeres, los votantes no blancos, el voto suburbano, el Noreste y parte del Medio Oeste, a los que poseen educación superior y prácticamente todos los grupos demográficos salvo el de mayores de 65 años; por todo ello no puede descansar tranquilo frente al 2020.

Por lo demás, está claro que seguir hablando del voto “latino” como una unidad que posee las mismas sensibilidades e intuiciones es una generalización sin mucho sentido. No piensa, vota (o decide no hacerlo) ni vive igual, ni posee una distribución geográfica y sociológica similar el puertorriqueño que vota en el centro de Florida que el mexicano y salvadoreño en California, o el dominicano en Nueva York, o los cubanos, venezolanos, colombianos y otros latinos en Miami.

Otro dato: de las tres candidaturas cubanas –y tradicionalmente republicanas- en circuitos de Miami para la Cámara de Representantes dos perdieron contra rivales Demócratas. Algo impensable hace pocos años.

En Europa, con sus propios conflictos y divisiones, cada quien celebró los resultados de aquellos que considera sus socios posibles en EEUU: mientras que Frans Timmermans, el primer vicepresidente de la Comisión Europea, celebró la victoria Demócrata en la Cámara de Representantes, considerándola un triunfo para las ideas liberales, el líder ultra-derechista italiano Matteo Salvini, fiel a sus pulsiones y prejuicios, celebró el triunfo de Trump en el Senado contra una coalición según él formada por “izquierdistas, actores, cantantes, directores y seudo-intelectuales”. O sea que para el italiano la batalla cultural-política en los EEUU podría caracterizarse como Trump vs. las mujeres, Hollywood y Harvard”.

La obsesión de Trump con el tema inmigratorio fue tal que se molestó cuando su partido sacó un aviso publicitario sobre los logros económicos (a través de la mirada de una madre pensando en el futuro triunfo de su hija). Nadie, ni sus asesores, entendieron su reacción.

Trump es y será siempre Trump. Ya es hora de que los ciudadanos se acostumbren a ello. La racionalidad que se espera de cualquier dirigente político se ve eclipsada por su naturaleza, su ego y sus impulsos xenófobos y racistas. Al día siguiente de las elecciones publicó tuits en los que se burlaba de los candidatos republicanos derrotados. ¿La causa de su caída? “No haber abrazado con fuerza el mensaje trumpiano”. Y si se considera que bajo el actual presidente el partido Republicano acaba de efectuar una campaña electoral deleznable, imagínense cómo será la de 2020. Allí, en el ticket electoral, estará de nuevo presente su nombre: Donald Trump.

Cómo robarse una elección: Ejemplo de Gerrymandering

2020 será una campaña no solo sobre el voto, sino sobre la posibilidad de emitirlo: estado por estado, los tribunales y los ciudadanos están decidiendo sobre el “gerrymandering (la interesada distribución de los votantes en los circuitos electorales, de tal forma que garanticen a un partido el control casi eterno de suficientes circuitos para no perder poder o influencia parlamentarios.) Del mismo modo, los Republicanos han incrementado sus esfuerzos para dificultarle el ejercicio del voto a las minorías, en especial las afroamericanas en estados sureños.

Ya la nueva mayoría Demócrata en la Cámara de Representantes ha dicho que impulsará leyes al respecto. ¿Qué otras iniciativas promoverán? Ha comenzado la puja entre el statu quo y la –en buena parte- joven y dinámica ala izquierda del partido para decidir prioridades. Destacan posibles leyes sobre el control y posesión de armas –el país necesita nuevas leyes que hagan imposible que un individuo lleno de odio acumule un arsenal privado-; el calentamiento global; la reducción del déficit fiscal; la protección a la minoría LGBT, o el derecho de ciudadanía para los jóvenes indocumentados conocidos como los “Dreamers”.

Deberán tener mucho cuidado con la palabra que empieza por “I”: Impeachment. Hay que ser realistas y, salvo que los hechos cambien de tal forma que determinen otras decisiones, sería un esfuerzo inútil con la actual correlación de fuerzas en el parlamento. Sería mejor que concentraran esfuerzos en proteger los trabajos de la comisión investigadora presidida por Robert Mueller. Y claro, realizar sus propias investigaciones de la actuación del Ejecutivo, dentro de los parámetros que le corresponden por su función fiscalizadora y controladora parlamentaria, y junto con el deber supremo de proteger la Constitución de los impulsos autocráticos de la actual Casa Blanca.

¿Cuáles deberían ser los temas en materia de políticas públicas del inicio del año 2019? Defensa del sistema de salud, mejorándolo y eliminando errores de la propuesta originalmente aprobada; mejores y mejor pagados empleos; tratamiento más justo para todos; una ley de puesta al día de la infraestructura nacional (que Trump y los republicanos deberían estar dispuestos a apoyar). Todo ello unificado en una visión de país futuro, en una narrativa centrada en cuestiones prácticas pero también en valores que unifiquen, no que dividan. Mostrar la imagen de un partido dispuesto a dar un debate racional sobre los grandes temas de la sociedad y su futuro.

Si los Demócratas quieren fortalecer sus chances para regresar a la Casa Blanca en 2020, deben ofrecer los primeros cien días una agenda clara, una agenda pro-ciudadana, de temas concretos pero llena de esperanzas y que reafirme y defienda los valores nacionales. En suma, ofrecer un nuevo sueño de país frente a la pesadilla trumpiana.

 

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