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Ana Cristina Vélez: Rarezas del yo

No puede uno imaginarse lo terrible que debe ser vivir rodeado de impostores que se hacen pasar por familiares. La habilidad de reconocer caras humanas, de distinguir unas de otras, es una capacidad propia de muchos cerebros, desde el cerebro de los perros, hasta el de los humanos. Lo increíble es que los pulpos también son capaces de hacerlo. Pero esta capacidad que nos parece tan natural se puede dañar. Rarezas como la prosopagnosis hace que los afectados no puedan saber quién es la persona que tienen al frente, aunque se trate de un familiar. Necesitan oír la voz; mejor dicho, contar con otras claves que den acceso a la identificación. Oliver Sacks tituló uno de sus famosos libros: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.* En este libro alucinado contó sobre algunas rarezas de yo y, entre ellas, sobre un hombre que no podía reconocer por el rostro ni a su esposa.

 

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René Magritte

 

Pero existe un síndrome que debe hacer la vida mucho más complicada que con prosopagnosis y es el síndrome de Capgras. Los afectados están convencidos de que las personas familiares, quienes los rodean todos los días, son impostores que se hacen pasar por familiares y amigos. La persona enferma cree que está rodeada por “dobles” indistinguibles de las personas. Como solo ocurre en las películas. El sentimiento surge de la falta de conexión entre el reconocimiento y el afecto. Las dos zonas no hacen conexión. Cuando el afectado ve al familiar o a su amigo íntimo, no siente la descarga de afecto que normalmente sentimos los demás. Lo curioso es que la emoción de afecto, en las personas normales, surge espontáneamente incluso al verlos en fotografías. Al no coincidir las emociones de afecto con el reconocimiento, el cerebro del afectado de Capgras justifica así su dicotomía.

Pero hay otras personas que insisten en que conocen íntimamente a personas que en realidad no han visto nunca; digamos, a un actor de cine. Estos son los aquejados del síndrome de Fregoli. Además, usualmente creen que muchas personas son la misma persona, pero disfrazada. Este síndrome produce no solo un problema de reconocimiento de rostros, sino también de lugares y de objetos. Las personas con esquizofrenia, con enfermedad de Alzheimer, Parkinson y algunos alcohólicos pueden desarrollarlo.

 

 

Magritte, en su propia perspectiva • Semanario Universidad

René Magritte

 

Los niños se meten cosas a la boca como vestigio de una forma de conocimiento del mundo por medio de la boca y el olfato. Los aquejados del síndrome Klüver-Bucy pierden la capacidad de reconocer, e intentan hacerlo llevándose los objetos a la boca. Las emociones de los aquejados se aplanan, menos la sexualidad y el apetito, que se incrementan y, de cierta manera, se desbordan.

Pero más raro todavía es que, en la percepción del “yo”, uno crea que está muerto. Este mal es llamado síndrome de delirio cotard. Es una forma severa de hipocondría, pues el afectado no solo cree que está enfermo, sino que ya se murió. En algunos casos, cree que se está pudriendo o que ya no existe, que es un alma en pena. Empieza uno a entender de dónde salen muchas de las ideas de las religiones, como esa de las “almas en pena”.

 

 

Ésta es la obra de arte más cara de René Magritte

René Magritte

 

Muy perturbador, pero menos catatónico es el síndrome de Tourette. Los que sufren del síndrome de Tourette hacen sufrir (bueno, todos los locos enloquecen). Y como en todas las enfermedades mentales, hay grados y variables. Los menos afectados parpadean, carraspean, o hacen movimientos faciales anormales. A los más afectados se les mueven los músculos involuntariamente; así que parecen que van a empujarte o a pegarte, pues mueven brazos o piernas en cualquier dirección, y en momentos inesperados. Algunos dicen palabras obscenas o comentarios sociales despectivos e inapropiados. En la película Mejor imposible, Jack Nicholson representa a un hombre afectado con este síndrome.

Una rareza más es la que se denomina médicamente: visión ciega. Los enfermos niegan que ven. Son aparentemente ciegos, pero en algunos test demuestran que no lo son del todo. A un hombre que se consideraba a sí mismo ciego, lo pusieron frente a una pantalla de computador que mostraba objetos distintos. El hombre tenía que adivinar de qué objetos se trataba. Su capacidad adivinatoria fue del 90%. En estas personas, los ojos y las áreas del sistema visual están funcionando bien, pero la información no llega a la conciencia.

En Colombia son comunes los casos de conciencia ciega, por más que las evidencias se impongan, muchos insisten en no verlas.

 

*En El hombre que confundía a su mujer con un sombrero se habla de un caso de incapacidad de reconocimiento de objetos y caras. En el libro, también de Oliver Sacks, Un antropólogo en Marte, se cuenta el caso de un tipo que sufría concretamente de prosopagnosia.

 

 

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