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Carmen Posadas: Tejedor de serendipias

Mi amigo Fernando Marías era un tipo raro. Lo era en la primera acepción de la palabra: inusual, poco común, extraordinario. Para cuando vean la luz estas líneas, tal vez me haya hecho a la idea de que ha muerto. De momento, pienso que todo es una broma estúpida, solo un malentendido, y que en cualquier momento recibiré un WhatsApp suyo. Uno con una buena noticia, porque tan raro era Fernando que todo lo que generaba a su alrededor era positivo.

Era, digámoslo así, un tejedor de serendipias. Si ‘serendipia’ es un hallazgo afortunado, valioso e inesperado, Fernando se las arreglaba para siempre propiciar alguno. No sé cómo lo hacía, pero a su alrededor solo se configuraban círculos virtuosos. Tal vez fuera su capacidad de escuchar o su inteligente manera de señalar otro camino cuando intuía que uno estaba a punto de tomar la senda equivocada; o quizá fuera su habilidad para conectar unas personas con otras de modo que todas se beneficiaran. Porque los amigos tejedores de serendipias (y si tienen ustedes uno en su vida no lo dejen escapar) son todo lo contrario de los amigos vampiro.

 

No sé cómo lo hacía, pero Fernando Marías lograba que a su alrededor solo se configuraran círculos virtuosos

 

A diferencia de los primeros, los amigos vampiro son esos que, cuando uno pasa un rato con ellos, lo dejan exhausto. Viene ese tipo de amigo (o compañero de trabajo o pariente, alguno incluso muy querido) y nos cuenta sus penas, nos pide consejo, habla mucho, escucha poco y, después de habernos chupado toda la energía, se va gordo y ahíto como una sanguijuela dejándonos hechos una piltrafa.

No sé si a ustedes les pasa, pero a mí siempre me ha interesado e intrigado el intercambio de energía que se establece entre las personas. Comúnmente se atribuye a eso que llaman ‘química’ y algo de eso debe de haber porque es evidente que, sin aparente razón, uno se entiende mejor con algunas personas que con otras. Tal empatía no está relacionada con una atracción sexual, tampoco con gustos compartidos ni con otras afinidades. Puede uno tener química con la farmacéutica de la esquina, con un niño de cinco años, con una vieja tía de ochenta o con el frutero del mercado. Por otro lado puede fallar la química con quien uno más necesita tenerla: con un hijo, un jefe, un amante.

Pero, perdónenme, quería hablarles de Fernando y la serendipia y me he perdido en digresiones. O tal vez no, porque existe en la amistad –además de todos los tipos que uno ya conoce: amistades de infancia, de conveniencia, amorosas, de rutina, vampíricas, inquebrantables, epidérmicas, incomprensibles, etcétera– otra categoría. Esa de la que antes les hablaba: la de aquellos que saben tejer círculos virtuosos y convertir al otro en la mejor versión de sí mismo. Yo tengo la fortuna de tener otras dos o tres relaciones así y doy gracias a la vida porque son mi guía, mi mejor apoyo. Ahora, con la temprana muerte de Fernando, he podido ver lo que significa tener amigos como él. Y no solo para mí, también para otras muchas personas con las que tejió idénticas complicidades.

Yo no sé qué habrá más allá de la muerte, llevo toda la vida preguntándomelo, pero sí sé que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Por eso sé también que un tejedor de serendipias no muere nunca. Las sinergias que él creó, el bien que hizo y la alegría que supo repartir permanecen. Porque los que ‘pasan haciendo el bien’ dejan tras de sí una estela indeleble. Y no hace falta que sea santo, mesías ni profeta. Basta con que sea como Fernando, alguien que, en su corta vida, supo amar, dejar una obra literaria deslumbrante, disfrutar mucho, hacer de la amistad un arte, casi una religión. Por eso somos tantos los que lo lloramos y muchos los que con él aprendimos la conveniencia de  convertirnos también en tejedores de serendipias. No solo por el bien que genera, también, y más egoístamente si ustedes quieren, porque entonces uno descubre que, como dijo hace unos ochocientos años otro creador de sinergias y círculos afortunados, es solo al dar que uno recibe y al olvidar que encuentra.

 

 

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