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Comunistas chinos: la verdad debe ser conocida

El Partido Comunista, única organización política que existe en la República Popular China desde hace más de setenta años, tiene mucho que explicar  en medio de la pavorosa crisis desatada en todo el planeta por el Covid-19.

Esos señores, que han ejercido el poder de forma tiránica durante siete décadas, ahora quieren hacerse los desentendidos. Echárselas de víctimas porque el mundo entero les pide que aclaren con exactitud  lo ocurrido con ese microorganismo patógeno que está causando una hecatombe en el planeta entero.

No me encuentro entre quienes se deleitan creyendo en teorías conspirativas y divulgándolas. No me parece probable que los miembros de la dirección del PCCh hayan concebido un plan, cuyo centro sería la propagación de un virus letal, para arrodillar a Occidente, quebrando su economía, y luego convertirse en los dueños de las más importantes empresas de la Tierra. Esa trama me parece fantasía terrorista. Cuentos macabros con poca o ninguna base empírica. Sin embargo,  también resulta sospechosa la otra historia que ubica el origen de la pandemia en un humilde cliente de un mercado popular en Wuhan, ciudad de once millones de habitantes donde, por casualidad, operan al menos dos laboratorios que realizan investigaciones y manipulan virus como el Covid-19.

Lo cierto es que la Humanidad necesita saber qué fue lo que sucedió en Wuhan; desde cuándo conocían las autoridades chinas, es decir, el PCCh, lo que estaba ocurriendo allí; por qué el virus se propagó tan rápidamente, a pesar de que el médico que estudiaba el caso al parecer falleció producto del contagio, había alertado a las autoridades sanitarias; por qué durante la celebración del Nuevo Año chino, centenas de miles de personas se movilizaron fuera de ese país; por qué el virus se ha extendido a todo el orbe, pero no con la misma intensidad en China, nación que reúne a la quinta parte de los habitantes del globo.

Son muchas e imperiosas las interrogantes que la expansión del Covid-19 plantea. La ONU debería proponer la creación de una comisión independiente, una comisión de la verdad, que recopile todo el material posible, sostenga entrevistas con especialistas en el área de la investigación, con el personal médico de Wuhan y con todo aquel que pueda aportar algún dato interesante que sirva para descifrar el enigma. El secretismo característico del PCCh resulta inaceptable en las actuales circunstancias. En esta ocasión no se trata solo de que el gobierno esclaviza a un grupo minoritario de la población, como sucede con los cristianos, o tiraniza a una nación pequeña e inerme como el Tíbet. Esos son casos, sin duda, lamentables. Ahora la cuestión es que el género humano se encuentra seriamente amenazado. La Cultura mundial ha sido estremecida por un agente mortífero que apareció sin que nadie estuviera preparado para recibirlo.

Al PCCh no se le debe permitir que invoque los fariseos y manoseados principios de la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, con el fin de bloquear una investigación objetiva, que debe convertirse en una aspiración de los pueblos del mundo, incluido el pueblo chino.

Los comunistas chinos, al igual que los comunistas de todas las épocas, consideran que la libertad de prensa, de información y de pensamiento, son libertades ‘formales’, ‘burguesas’, de las cuales los revolucionarios deben prescindir. La verdad revolucionaria es autoevidente. No necesita mensajeros. La ‘libertad de crítica’, manifiesta Lenin en ¿Qué hacer? (1902), es solo un pretexto para introducir elementos burgueses dentro del socialismo.

Si antes era palpable que el Cuarto Poder es fundamental como contrabalence, en  la actual coyuntura queda demostrado que esas libertades resultan esenciales no solo para para preservar el sistema democrático, sino para resguardar la sobrevivencia del género humano. El Covid-19 se difundió hasta los rincones más lejanos del planeta y ha causado tantos estragos porque en China el Partido Comunista jamás ha permitido la libertad de información. La tecnología se ha puesto al servicio de un régimen paranoico que controla y atemoriza a los ciudadanos. Estos han terminado siendo piezas minúsculas de un engranaje infernal que tritura cualquier forma de disidencia.

Mario Vargas Llosa, con la maestría que lo caracteriza, denunció la barbarie de los comunistas chinos hace algo más de un mes. Esto produjo que ese régimen psicópata desatara su furia contra el premio Nobel, tal vez el pensador más influyente de la actualidad en habla hispana.

Una de las lecciones que la Humanidad debe extraer de la inmensa tragedia que vivimos, es que la democracia, el libre ejercicio de la información, la comunicación y la crítica, son vitales para que el mundo se preserve. El autoritarismo, y todavía más, el totalitarismo, hay que combatirlos en donde se encuentren, al igual que se lucha contra los gérmenes patógenos. La dictadura está asociada con la muerte del espíritu y del cuerpo.

Desatar la xenofobia contra los ciudadanos chinos, tal cual ocurre en algunos países,  expresa un sentimiento bastardo. Ellos son víctimas  de la burocracia impersonal y cruel que los domina. Los países democráticos deben impedir que la dirigencia del PCCh se escape por la tangente. La verdad debe ser conocida.

 

 

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