Juan José Monsant Aristimuño: El fantasma del pasado
Este diciembre pareciere promisorio para el mundo. La primera quincena culminó con el anuncio de dos laboratorios farmacéuticos, Pfizer-BioNTech de origen alemán y Moderna de origen estadounidense, de haber dado con una vacuna que inmunizaría contra el terrible Covit-19; y ambas obtuvieron los permisos respectivos para operar masivamente. El primer ser humano vacunado (Pfizer) fue en Londres, una irlandesa de 90 años, y en Estados Unidos la enfermera Sandra Lyndsay de un hospital neoyorquino. En pocos meses se multiplicarán en todo el planeta, y la humanidad podrá continuar su devenir, con la lección aprendida o no, pero continuar.
Sin embargo, hay grupos humanos que se niegan a vacunarse, otros que insisten en no tomar las precauciones básicas como el uso del tapaboca y guardar la distancia, al tanto que afirman que se trata de una conspiración internacional. Bueno, en realidad, cada uno que use su libertad como mejor la entienda, siempre que no perjudique a un tercero, porque ese es uno de sus límites.
Por otra parte, los Estados Unidos definió quien es el presidente electo, para alivio de los países democráticos y los propios estadounidenses, quienes fueron sometidos a tal grado de estrés como jamás había sucedido en su historia republicana; ni siquiera en la guerra civil, pues allí no se encontraban en duda las instituciones del estado, como si lo fue en esta oportunidad. Aparecieron sin pudor los colectivos armados, como en cualquier país bananero; no en cualquiera, solo como en Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia. En efecto, supremacistas blancos se exhibieron portando armas largas en algunos estados de la Unión, poniéndose a disposición del candidato presidente a fin de mantener su hegemonía. En realidad, solo cumplieron las ordenes dadas, cuando se les dijo en público: “Tranquilos, tengan paciencia, llegará el momento”.
Insólito lo que el mundo libre tuvo que presenciar, más de 50 demandas judiciales contra resultados electorales que favorecieron al candidato demócrata fueron incoadas y, para mayor vergüenza, en aquellos como Philadelphia y Arizona donde cuatro años antes había arrasado, 49 de esas demandas fueron declaradas sin lugar por jueces federales, la mayoría de ellos republicanos. Despidiero al Director General de Control electoral, Organismo federal bipartidista creado por ley en el 2002 por declarar que no había existido fraude, igualmente al Fiscal General de la nación, Bill Barr, por hacerlo en igual sentido y, para mayor escarnio, la Corte Suprema de Justicia conformada por nueve magistrados, seis de ellos de ascendencia republicana, de los cuales tres habían sido nominados por el presidente saliente, rechazaron la demanda interpuesta por el senador Ted Cruz de Texas, para anular los procesos electorales en cuatro estados ganados por la oposición.
Hasta que finalmente llegó el mágico día del 14 de diciembre, cuando El Colegio Electoral conformado por los 50 estados mas el Distrito de Columbia, proclamó oficialmente como presidente electo al candidato ganador, y ratificó el triunfo al demócrata con 306 votos a favor contra los 232 del candidato repitiente; es decir, ganó por unos cómodos 74 votos electorales, convirtiendo al competidor derrotado, en el primer presidente que pierde dos veces seguidas por el voto popular.
No termina la pesadilla allí, el Congreso en pleno, el próximo seis de enero debe proclamar a Joe Biden como presidente electo de los Estados Unidos, y ya, un senador republicano afirmó que sabotearían esa investidura, contrariando no solo a su Jefe de fracción, el influyente senador Mitch McConnell, quién había declarado: “El Colegio Electoral habló”, sino a la propia voluntad del electorado y a las instituciones de la República, en tanto que el presidente quien, por supuesto, se peleó con su antiguo aliado McConnell, continúa con su campaña de fraude.