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Rusificación militarista en Nicaragua

Daniel Ortega y Rosario Murillo, como Fidel Castro en los años sesenta, juegan con la guerra global, con la que esta vez amenaza Putin

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Las noticias sobre la autorización de ingreso de más tropas rusas a Nicaragua hacen aún más evidente la creciente presencia militar moscovita en nuestro vecino del norte.

Desde hace varios años, Rusia suministra tanques T 72, blindados GAZ 2330, embarcaciones misileras Molnia, lanchas patrulleras Mirazh, sistemas de defensa antiaérea ZU-23-2, y tiene contratos secretos para la entrega de aviones de combate Yak 130.

La relación con el Kremlin va más allá del equipo belicoso. Putin habría construido un centro de capacitación militar disfrazado de supuesto entrenamiento para combatir el narcotráfico.

Todavía existe a las orillas del Lago de Managua la pista de Punta Huete, construida con la intención de albergar aviones MiG y que podría volverse operacional en corto tiempo.

Adicionalmente, los discípulos de la KGB también han edificado una estación de seguimiento de satélites que supuestamente está al servicio del GPS ruso, Glonass; pero que, en realidad, recogería información de inteligencia regional y la enviaría directamente a Moscú.

El militarismo ruso se hace presente en la región desde inicios de siglo ante el llamado de Daniel Ortega, quien como sus antecesores del siglo XIX, que pidieron a William Walker resolver los problemas internos, hoy insta al nuevo zar a involucrarse en la política de Nicaragua y de la región.

La pulsión rusófila y militarista se ha reavivado con las transformaciones del contexto geopolítico mundial actual.

La orden de la pareja tiránica a sus lacayos parlamentarios para autorizar el ingreso de tropas se ha visto complementada con visitas de funcionarios rusos del más alto nivel político y militar, en los días previos y posteriores a la brutal invasión de Ucrania.

El vice primer ministro Yuri Borisov, exviceministro de Defensa, llegó a Nicaragua en febrero con propuestas para la cooperación militar. El 24 de febrero, mientras Putin lanzaba sus tanques contra los civiles ucranios, apareció en Managua Viacheslav Volodin, presidente de la Cámara Baja (DUMA) y agradeció el apoyo de Ortega en Ucrania y Crimea, así como el reconocimiento de Osetia del Sur y Abjasia, falsos estados del Cáucaso arrancados a Georgia por la fuerza.

El nuevo alineamiento estratégico de Ortega con Moscú, incentivado por el retorno del Kremlin a las guerras de conquista, se reflejó en declaraciones de la presentadora de la televisión estatal rusa, Olga Skabeeva, quien introdujo a Centroamérica en el marco de sus ambiciones geopolíticas: “Es hora que Rusia despliegue algo poderoso más cerca de las ciudades estadounidenses”, tratando de reeditar así un escenario similar a la instalación de misiles con cabezas nucleares en Cuba (1962).

Luego, el sitio de noticias Sputnik, financiado por Moscú, publicó un reportaje afirmando que en Nicaragua la cooperación militar con Rusia responde a principios de seguridad nacional, contradiciendo declaraciones de que los rusos se encuentran en Nicaragua para combatir el narcotráfico y con fines humanitarios.

Ortega y Rosario Murillo, como Fidel Castro en los años sesenta, juegan con la guerra global, con la que esta vez amenaza Putin.

La seguridad nacional rusa no está en peligro por lo que ocurra en Nicaragua, nuestros países son únicamente una ficha en la negociación que pretenderá establecer Moscú para que se les reconozca una zona de influencia, de soberanía limitada, en los países en su vecindario cercano, a cambio de no crear fricciones en el patio trasero de Washington.

En ese contexto, nuestro país debe desarrollar una diplomacia muy activa, explicando al mundo que somos una democracia desarmada, respetuosa de los derechos humanos, de la justicia social y del derecho internacional.

La búsqueda de alianzas en América y Europa es también un imperativo, así como la preparación para la aplicación de los mecanismos de seguridad colectiva (TIAR) ante la posibilidad remota que el dúo autocrático reclame Guanacaste y las llanuras del norte de nuestro país, envalentonados por el ejemplo del putinismo; violador de la integridad territorial de Ucrania y de otros países.

El aumento de los flujos de refugiados, fruto de la pobreza y represión en Nicaragua, requerirá de recursos de la cooperación internacional. El comercio hacia Centroamérica también exigirá de la acción diplomática. Ya en otras ocasiones Ortega ha amenazado con interrumpir el tránsito de nuestras exportaciones (20% del total).

Costa Rica tiene que estar alerta y buscar apoyos más amplios en la comunidad internacional, ante la ruptura del equilibrio de fuerzas militares por la irrupción de una potencia imperialista, en resguardo de los intereses de un clan familiar dictatorial.


*Editorial de El Financiero de Costa Rica.

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